Ese cuarto

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Ha pasado un tiempo desde la última vez que te escribí, un mes, de hecho, y apenas ahora me atrevo a intentar una respuesta. Sé que te preguntas por qué me demoro tanto, te pido me entiendas, desde hace tiempo he aprendido a temerle al papel (el de tus cartas y el de las mías, incluso el de los libros y el del periódico). He arrumado mi máquina de escribir junto a las cajas del ático, y perdí mis cuartillas. Tú carta la leí apenas la semana pasada, después de encontrarla entre mi escritorio y la pared al intentar barrer el polvo de este piso viejo. Me gustaría decirte que me he estado esforzando en deshacerme de este problema, que he intentado una y otra vez vencer mi fobia recién nacida, pero no puedo hacerlo, de hecho, me aparté apenas sentí el primer temblor en mi mano, y no me atreví a acercarme nunca más. Te imaginarás, lo improductivo que ha sido este mes para mí, haciendo poco más que comer y dormir y viendo pasar los días por la ventana a la manera de los cobardes.

Creo que te das cuenta de las pocas noticias que puedo darte de mí, y sé que te aburren mis largas sartas de quejas hacia todo y todos. Así que no escribiré nada de mí o de mis quejas, las dos cosas las conoces muy bien, sino de una escena muy curiosa que logre ver ayer entre las rendijas, y me intrigó tanto que me infundió el valor para escribirte sobre esta detestable hoja blanca.

Todo ocurrió en un cuarto terriblemente pequeño, oscuro y atestado, de techo bajo y telarañoso, esquinas polvorientas y muebles baratos, pisos en madera y paredes blancas mal estucadas, y en una de ellas un pequeño balcón de ladrillos. De alguna manera en tan poco espacio, se habían abierto lugar un escritorio, una cama y un armario (que hacía parte de la pared) y en los espacios entre uno y otro había medias nonas, camisetas sucias y un par de tenis mugrosos. Sobre el escritorio dibujos, cuadernos y lápices apiñados...

Se está yendo, de nuevo, como una nube de niebla. Se me va como un suspiro en mitad de la noche. Te extraño tanto, te espero tanto, a ti, a tu voz resonando fuerte en las habitaciones. Pero tú no estás aquí, y las historias se me van. Soñaré mañana y te lo contaré todo... todo.

-ahora dame un nombre

BosquejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora