Capítulo único

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Nota: Bueno, Saint Seiya Lost Canvas NO me pertenece, sino a sus respectivos autores.

Calienta mi corazón

Terminaba de empacar sus cosas. Hacía un clima agradable en su casa, pero eso no quitó que el sudor manara de su frente por el esfuerzo. Sencillamente llevaba más libros que ropa, algo natural en Dégel.

Se sentó en una silla y, como pudo, recogió su largo pelo de tonos verdes para ventilar su nuca, que pedía a gritos una mínima corriente de aire. Se quedó así por unos momentos para ventilarse. Encontró sobre una mesa un hilo grueso que le sirvió para hacerse una coleta alta. Al menos, se ventilaba un poco. Se desabrochó algunos botones de la camisa. Diablos, no veía la hora de irse ya a Bluegard a respirar ése delicioso aire frío que le gustaba tanto.

— ¿Eh, ya te marchas? —no le sorprendía en absoluto que su compañero Kardia, de la constelación del escorpión, viniera a verlo tan de repente. Siempre fue impredecible e impulsivo.

—Por la tarde —respondió en tono cansino—. Nunca aprenderás a pedir permiso al entrar en una casa, ¿no? —le reprochó. Kardia soltó una carcajada y se sentó frente a él.

—El día que eso ocurra, estate por seguro que me curaré de mi pequeño problema cardíaco —le dijo—. Hablando de eso, ¿no puedo ir contigo? Ya que se nos dio a todos un pequeño receso, llévame a Bluegard y entiérrame en la nieve.

—Sería más fácil si te congelara en un ataúd de hielo. Además, tú detestas el frío como yo el calor —respondió el santo acuariano levantándose de la silla y yendo a por un vaso de agua.

—Qué gracioso —oyó que decía Kardia, cruzándose de brazos-. En fin, no te preocupes. Iré a dar vueltas por el mundo ya que tengo días sin hacer nada. Me enfrentaré a algunos así no me aburro —en eso, Dégel volvía bebiendo agua. Ya sabía que Kardia iría por allí a pelear. Conocía su carácter explosivo y sabía bien que era su pasión hacer explotar su sangre.

—Muy bien —le dijo—. Sólo no preocupes innecesariamente a la señorita Athena. La última que te volviste loco y explotaste tu cosmos a más no poder tuve que venir enseguida de Francia para curarte luego de haber terminado la misión de Garnet —Kardia refunfuñó y se puso de pie.

—Sí, sí, lo que digas —se dirigía hacia la puerta—. Buen viaje, Dégel. Tráeme un poco de hielo, ¿quieres? —y riéndose, se perdió de vista. El acuariano lo saludó con una mano mientras apoyaba el vaso vacío en una mesa. Al sentirse más fresco, cerró su camisa y volvió a revisar su valija: nada faltaba.

Pocas veces sentía latir su corazón. Se había entrenado a sí mismo a la calma y serenidad, ya que era lo que más gustaba, por eso se sintió muy raro al percibir su corazón latiendo un poco más de lo que él estaba acostumbrado: la emoción de ver a sus más queridos amigos de toda la vida, lo llenaba de una extraña felicidad. Sonrió apenas y cerró la valija. Era todavía el mediodía.

Almorzaría, leería un poco y luego se marcharía a las frías tierras de Bluegard. Tardaría algunos días en llegar en carruaje, pero era lo más rápido que había por esos años…

Y la tarde llegó. Se puso su chaqueta, su saco, su pañuelo, los pantalones y los zapatos, cargando la gran valija, y se dirigió escaleras abajo a la entrada principal de los 12 templos, despidiéndose de los pocos caballeros que quedaban en el santuario: Rasgado, Régulus, Sisífo, Kardia y Albafica. El resto, ya había marchado a distintas partes del mundo.

En la entrada, la pequeña Athena, escoltada por el Patriarca Sage y su hermano Hakurei, se encontraba junto a su carruaje para despedirse de él.

—Qué tenga un buen viaje, Señor Dégel —saludo la pequeña Sasha de ojos brillantes y le dedicó una cálida sonrisa. El acuariano sonrió y movió un poco su cabeza, en señal de agradecimiento. Hakurei lo saludó después y, por último, el Patriarca.

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