Me despierto a mitad de la noche rodeado de oscuridad, mi cuerpo esta sudado y mi respiración agitada, miro con sorpresa el gran ventanal junto a la cama donde estoy postrado, afuera el cielo negro cubre todo a su paso, no hay estrellas esta noche. Camino con lentitud hacia el ventanal en busca de regularizar mi respiración, fijar mi vista en el cielo parece ser una buena opción para distraer a mi mente de los recuerdos de esa noche.
Trato de no mirar hacia abajo, de concentrarme solamente en el cielo que me acompaña cada día, pero es imposible cuando los ruidos en la habitación continua son cada vez más fuertes. No quiero, pero la necesidad de verlo me está consumiendo a cada minuto que paso junto al ventanal, el hilo amarrado a mi meñique está tirando cada vez más y no puedo hacer nada más que darme por vencido. Miro por última vez el cielo y fijo mi mirada en el precipicio sin fondo que rodea lo que era nuestro hogar, allí donde antes podía verse un bello sendero de piedras, los edificios continuos y la escuela donde posiblemente enviaríamos a los niños que soñamos tener, ya no hay nada allí más que la oscuridad que me atormenta cada día.
Mis pasos son lentos, ya he aprendido a controlar la necesidad de correr para verle por lo que puedo permitirme admirar cada detalle de nuestra casa, aquellos cuadros mal colocados que ahora añoro poder arreglar, y esas decoraciones que estoy seguro, antes no estaban.
Llegando a la habitación continua, trato de no mirarlo sentado sobre el sillón, solo me aproximo hacia la ventana más lejana, quiero mirar el cielo y no verlo a él disfrutando del fútbol en la televisión, quiero pasarme el día tratando de recordar como lucia el paisaje que nos rodeaba, imaginarme que aún están ahí los pajaritos que solía admirar cada mañana, pero no tengo elección más que hacer caso al hilo que demanda que me siente junto a él en el sillón, aun si él ni siquiera puede verme.
Nuestro gato se acerca a mí, sentado junto a mí en un lateral del sillón el comienza a ronronear mientras mi pálida mano pasa por sus orejas y su lomo, la persona a mi lado mira a través de mi hacia el pequeño, sé que ya se ha dado cuenta que estoy junto a él y no me sorprende que se levante rápidamente hacia la cocina, suspiro, sé que no le agrada la sensación de tenerme aquí pero no tengo más opción.
Llevo mi mano hacia mi cuello con la mirada perdida, tocando el lugar donde sus manos estuvieron alguna vez, y le miro, se por la expresión de su cara que ha comenzado a dolerle allí donde estoy tocando. No me gusta tocar en ese lugar, porque inconscientemente los recuerdos de la noche donde todo acabo vuelve a mi mente, pero es la única forma de recordarle lo que me hicieron, y recordarle que nunca va a poder deshacerse de mí.
No me gusta, pero no fue decisión mía morir a manos de mi alma gemela.