Capítulo único

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‘Una foto de tu cara,

en un medallón invisible.

Dijiste que no había nada en el mundo

que lo pudiera detener.

Tuve un mal presentimiento.

Y cielo, tú has convertido mi cama

en un oasis sagrado.

La gente empezó a hablar,

poniéndonos a prueba continuamente.

Supe que no había nadie en el mundo

que pudiera aguantarlo.

Tuve un mal presentimiento’. 

Por más experiencia que se tenga en lo que al amor respecta, lo cierto es que uno sigue siendo un poco idiota. Uno cree, respaldado por la burbuja de fantasías mentales, que el amor es como lo ilustran en las películas y novelas clichés mas no es así. En cuanto la realidad te golpea a la cara y te hace dar cuenta de que has vivido en una falacia, todo lo que has construido se derrumba y las ilusiones y sueños son sólo quimeras que se te escapan de las manos, como hojas de otoño que se lleva el viento. 

Poco o nada les importaba lo que dijeran de ellos. Mientras estuvieran bailando con las manos atadas, encerrados en su propio pequeño paraíso, nada podía hacerlos dudar del inmenso amor que se tenían. 

El hechizo se rompía cuando el reloj marcaba las doce o, en su caso, cuando empezaban los rumores a esparcirse como piojos. 

Sólo entonces se daban cuenta de que vivían en un paraíso falso, en un cuento de hadas que no podía hacerse realidad. Era parecido al clásico cuento de la Cenicienta, con la excepción de que no habían ratones y pajaritos, hadas madrinas y mucho menos una princesa con una zapatilla de cristal que dejaba en la escalera del palacio para que el príncipe se la calzara nuevamente. Tampoco se casaban y vivían felices comiendo perdices. 

Eran dos hombres maduros, los dos con familia, y no podían dejarse engañar por ilusiones infantiles. No otra vez. Tanto Tom como Chris lo sabían pero, diablos, ¡qué bien se sentía saber que lo que sentían era correspondido por el otro! Qué bien se sentían cuando nadie los molestaba y podían demostrarse su amor sin límites, así fuera un efímero instante, antes de volver a enfrentarse con la cruda realidad. 

‘Yo, yo te quise a pesar de mi miedo profundo

a que el mundo nos separase.

Así que, cielo ¿podemos bailar?

Oh, a través de una avalancha.

Y decir, decir que lo conseguimos.

Soy un desastre, pero soy el desastre

que tú querías.

Oh, porque es la gravedad,

oh, manteniéndote aquí conmigo’.

Sí, tarde o temprano tenían que separarse y de eso no cabía ninguna duda. Chris amaba a Tom y Tom le amaba también. Cada uno era un torbellino de diferentes colores y, como dice la física, los polos opuestos se atraen para hacer el par perfecto. 

Su baile era sagrado, de cuya existencia sólo sabían ellos, y lo preferían así. Sus manos se entrelazaban con las del contrario, encajando como dos piezas exactas del mismo rompecabezas. 

En la cama, en el sofá… El lugar era lo de menos si estaban unidos. Sin embargo, tras la calma viene la tempestad. Nada dura para siempre, ni siquiera los mejores momentos. 

Pero ellos eran masoquistas y se hallaban dispuestos a sufrir las consecuencias incluso si ello implicaba renunciar para siempre a todo con tal de tener a su otra mitad. 

Sin embargo, un día ninguno volvió a saber del otro así sin más. Era como si todo lo que vivieron hubiese sido solamente una farsa.

Los separaba un gran océano y muchos kilómetros, que ni Chris ni Tom volvieron a cruzar. El destino no los quería juntos, entonces ¿para qué insistir? 

Quizás era lo mejor. 

No merecían estar juntos. 

Dancing With Our Hands Tied |Hemsddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora