El calor de esa gran fogata. Ese calor tan sofocante acercándose a mí. Varios hombres me tenían sujeto de brazos y piernas. Tenía un gran dolor en mi ojo derecho, uno de los grandulones que me sujetaban me había dado un puñetazo ahí momentos antes haciendo que perdiera la conciencia- o al menos eso era lo que mi vago subconsciente me decía-. Podía oír los gritos encendidos de la muchedumbre: "¡Quémenlo!" "¡Háganlo cenizas!". Algunas de esas personas inclúso me escupían y me apedreaban. Que jodído estaba en ese momento. En esa oscura noche.
A decir verdad, esperaba que alguien llegáse a mi rescate. No buscaba a un héroe de cómics, pero, ¿no se suponía que el trabajo de un policía es parar una escena tan ilegal como esa? ¡Estaban a punto de cometer un asesinato!
Durante la mayor parte del tiempo mantuve la calma, posiblemente debido a que mi cerebro estaba tan conmocionado en ese momento, pero a cada centímetro que permanecía más cerca del fuego, más cordura era la que perdía.
Intenté golpear al que me sujetaba el brazo derecho, un hombre moreno, robusto y alto, posiblemente granjero; eso sólo sirvió para avivar aquél rencor que no comprendía. Me golpeó en el abdómen sacándome el aire.
Nos detuvimos a medio metro de la hoguera. Dos hombres ataron mis brazos con cuerdas y tiraron horizontalmente de éstas con una fuerza brutal que no parecía cesar, provocándo que quedara parcialmente inmovilizado y adolorido.
Escuchaba a la multitud de personas detrás mío, gritando. No los veía, el fuego tenía cautivada mi mirada. Los gritos calmaron, esto me produjo cierta curiosidad. Voltee lo más que me permitía esa incómoda posición hacia la multitud. Un hombre mayor, con aspecto religioso se había apartado del resto. Iba acompañado de un libro grueso (como los que leía mi abuela antes de dormir), sí, puedo asegurar que era una Biblia; y de unos crucifijos. Abrió el libro.
—En el nombre de nuestro señor y de nuestra santa iglesia, sentencio a éste hombre, practicante de la prohibida nigromancia, a la purificación del alma... —exclamó en tono alto hacia todos los presentes.
Está bromeando, ¿verdad? ¿Nigromancia? ¡Eso ni siquiera existe! Había leído de ella, la magia negra. Incluso había jugado videojuegos de rol en donde hacía papel de mago, pero, ¿eso era un pecado? ¡Hay miles de jugadores en linea que usan magos!
—¡No! —grité con voz entrecortada —¡No he hecho nada malo! ¿Qué es este lugar? ¿En donde diab...? —la voz autoritaria de aquél hombre me paró en seco.
—...En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo... —Aquel hombre sonrió. Pude saber entonces cual era mi destino —Amén.
Los hombres que sujetaban las cuerdas de mis brazos las envolvieron al rededor mío, impidiéndome la movilidad, para después atarlas con un fuerte nudo. Entre los dos me cargaron y me arrojaron a las llamas.
No dije nada en aquél momento. Sabía mi destino, pero eso no evitaba que las lágrimas se escaparan de mis ojos.
Mi cuerpo hizo contacto con el fuego. En un principio sentí un cosquilleo por todo mi cuerpo, posiblemente a causa de la adrenalina del momento, eso no duró ni por dos segundos. Podía ver como mi amado cabello pelirrojo se chamuscaba rápidamente, junto con mi ropa. Mi garganta ardiente me producía un dolor terrible, junto a todo mi cuerpo en llamas; comenzaba a faltarme el aire. Para empeorar las cosas, aquél humo era sofocante. Gritaba como jamás en la vida hubiera gritado, ¿cuándo me despertaría de aquella pesadilla? El despertador no sonaba. No, definitivamente el dolor que sentía era completamente real. No se cuanto resistí entre las llamas. De hecho, no sabría cuál fue mi causa de muerte exacta, tal vez fuera la falta de oxígeno o la calcinación total de mi cuerpo, lo que haya pasado primero. Estaba muerto, no había duda, pero aquél dolor jamás desaparecerá de mi mente.
Desperté.
¿Estaba en el Paraíso? Oh, cierto. Según aquel viejo, yo era un nigromante, por lo tanto, estaría en lo más profundo del Infierno. El Infierno no era lindo, de hecho, no debería serlo, pero sin embargo, era algo aburrido. Me imaginaba un lugar con aspecto volcánico, con llamas por todos lados (como si no hubiera tenido suficiente ya de fuego), pero me encontraba en el mismo lugar de aquella noche, solo que esta vez, la luz del sol abundaba. El día lucía agradable a la vista, corría una suave brisa y abundaban los pájaros. Pude observar con detalle las montañas y los grandes robles que rodeaban el lugar de mí asesinato. En donde abundaron las horribles llamas, solo cenizas y huellas quedaban. ¡Cierto! Estuve muerto. Encontré un riachuelo cercano, con temor a ver mi rostro desfigurado me acerqué al agua. Nada. Ningún rastro de quemaduras o algún indicio de mi sufrimiento. Pero aquel reflejo que veía en el agua no era yo del todo. Había algo diferente en mí, varias cosas. Mi piel estaba mucho más pálida que cuando me enfermaba. Ya no tenía mis ligeras pecas en el rostro, de hecho, no tenía ninguna clase de desperfección facial. Los granos, ligeras cicatrices y demás, habían desparecido. Pero lo que más me llamaba la atención de mi rostro eran aquellos ojos. Mis ojos pardos habían tomado un tono violeta oscuro. Mientras más me quedaba mirando aquellos ojos más sentía que no me pertenecían, pero me fascinaban, me sentía absorbido por ellos. Una voz femenina me sacó de aquel trance que yo me había provocado.
—Veo que te adaptas a tu nuevo cuerpo, novato.
Aquella mujer reposaba sobre las ramas de un gran cedro cercano a mí. Poseía una belleza increíble. A simple vista podía observarse que era una dama alta, posiblemente de 1.75; de tal vez unos 25 años, tez blanca y pálida, con un busto bien desarrollado y de talla delgada. Lo que más resaltaba de ella era su increíblemente brillante y seductor cabello carmesí, con forma ligeramente ondulada que le llegaba por debajo del tórax.
-¿Quién eres? ¿en dónde se supone que estoy?- pregunté, sin dejar de mirar sus ojos violetas similares a los míos.
La mujer descendió de entre las ramas y cayó sobre sus botines negros con un equilibrio perfecto. Tenía un atuendo gótico moderno: traía puesto unas medias altas y negras, un vestido negro de una pieza con encaje y bordados en la parte del escote y en el la parte inferior; encima del vestido le sujetaba un cinturón tipo corsé con broches y cadenas, estas sujetaban un libro a un costado; haciendo juego con su vestido, le acompañaba un par de guantes negros largos con encaje. Al rededor de su cuello llevaba varios amuletos.
—Bienvenido a Gonan, pequeño sirviente —Incluso su voz sonaba tan seductora, tan profunda, aunque la última palabra que pronunció me hizo estremecerme—. Ahora que te he levantado de entre los muertos, me perteneces.
Y ahí estaba yo, junto a esa bella dama, con un futuro poco prometedor.
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Parte de mi alma está manchada de tinta negra
Fantasy¿Qué harías si despertaras en medio de una quema de brujas? Quedarte a ver, ¿no es cierto? Yo haría lo mismo porque disfruto del morbo, pero ¿y si al que quemaran fueras tú? Eso cambia un poco las cosas. Pondré un poco más de tensión, ¿y si tú no pr...