El Jardín

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Sus pies están completamente limpios a pesar de no usar nada que los cubra, entre medio de pasos cautelosos vaguea por el huerto con mucho sigilo. Mira a su alrededor buscando entre los árboles y arbustos que lo rodean, poniendo atención al sonido de su entorno; pero solo escucha pájaros cantar y el sonido de los ríos que no están tan lejos del jardín. Un hombre alto, de cabello castaño algo largo que se pasea desnudo por aquel enorme huerto. Otros pasos se escuchan cerca y el hombre voltea esperando el ataque, pero sin darse cuenta, por atrás aparece una mujer que lo abraza por la espalda, le asusta cayendo ambos al piso entre risas.

- ¿Qué pasa Adán? Pensé que eras más listo jajaja - Reía la mujer estando sobre Adán sin permitirle moverse.
- ¡Está bien! Tú ganas - Ambos se ponen de pie aun riendo, Eva da un pequeño golpe al brazo de Adán y comienza a correr.
- ¡Ahora atrápame!

Los dos amantes corrían felizmente por todo el jardín, un sitio hermoso lleno de vida. Rodeado de árboles que daban los más exquisitos frutos y los animales más raros y bellos que se habrían creado. No había preocupaciones, ni por el frío ni por el calor. Ni por las espinas o golpear sus pies descalzos en rocas afiladas; todo era perfecto, todo era completamente maravilloso. Podían correr desnudos sin problema, no sentían vergüenza ni morbo, se divertían como dos niños felices, siendo solo ellos las únicas personas de la Tierra.

Después de tanto correr llegaron al río que rodeaba el jardín en el que comenzaron a nadar, se tiraban agua o se hundían entre sí. Eran muy felices juntos, se amaban con locura; Adán veía en ella un sueño hecho realidad, pues pasó mucho tiempo solo en compañía de los animales, y la única persona que tenía para charlar era con su Creador que lo visitaba de manera frecuente; pero él anhelaba a alguien más que lo acompañara. Y es así como de la nada aparece la mujer, a la cual llamó Eva. Para ella Adán es su todo, es feliz a su lado y le encanta cuando la lleva a pasear enseñándole todas las maravillas que se encuentran en el Edén. Así pasaban sus vidas, jugando, riendo y descubriendo todo lo que Dios había creado para ellos; cada animal, cada planta, cada ave y cada fruta de las cuales podían alimentarse. Y al caer la noche se recostaban juntos bajo un árbol y descansaban mirando las estrellas, pensando en el misterio que ocultaban, no sentían incomodidad en sus cuerpos al apoyarse en la madera, ni por los insectos que a veces caminaban en sus cuerpos desnudos. Una noche, Eva miró a dos aves coloridas que estaban muy juntas, al igual que ellos.

- Mira Adán, que hermosas son - Dijo Eva señalando a las aves - ¿Ya las nombraste?
- No, creo que nunca las había visto en el jardín, y eso que el Señor me trajo todos los animales para que les diera nombre.
- ¿Habrá creado más?
- Tal vez.
- ¿Cómo les llamarás?
- Algo que rime con el verde de sus cuerpos y el rojo anaranjado de sus caras.
- Tal vez haya que mirar un poco más allá.
- ¿A qué te refieres?
- Mira lo lindos que se ven juntos, se nota que son una pareja que se aman mucho... como tú y yo.

Adán se tomó un momento para observar con curiosidad a aquellas aves, escuchando el hermoso canto que hacían, el movimiento de sus plumas al sacudirse y lo tierno que se veían juntos. Luego voltea a ver a su esposa, la cual lo observaba con brillo en sus ojos, una mirada que le conmovió el corazón y le hizo sentirse agradecido con la vida que tenía y más que nada por tenerla a ella. Ambos sonrieron sin dejar de mirarse, Adán acariciaba el largo y negro cabello de su esposa; le encantaba hacerlo y a ella sentir sus manos sobre su cabeza, le daba mucha paz.

- ¿Por qué no las nombras tú?
- ¿De verdad?
- Sí.
- Está bien - Eva las observó un segundo más y sin pensarlo mucho exclamó el nombre con mucha emoción - ¡Agapornis!
- ¿Qué significa?
- No lo sé, de pronto vino a mi mente, y siento que significa aves que se aman... del mismo modo que te amo yo a ti.

Eva se puso frente Adán y se miraron con ternura, sus ojos se dilataban al verse y sus corazones saltaban de emoción y de amor el uno por el otro. Se abrazaron en un tierno beso que para ambos fue como viajar a las estrellas, las aves comenzaron a silbar una hermosa melodía y un viento cálido agitaba las hojas de los árboles. Toda la naturaleza exaltaba el momento en el que dos corazones se unían en eterno amor el uno por el otro, tal como lo quiso el Señor.

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