Capítulo único.

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Nadie es lo suficientemente fuerte como para poder decir que no tiene debilidad alguna. Todos tenemos algún punto débil; ese que, por mucho que intentemos no ceder, tarde o temprano nos obligará a ello. 

Nadie es de hierro, por más duro que aparente ser. Ni siquiera el mismísimo Robert Downey Jr. Él sabía mejor que otra persona lo vulnerable que era; sin embargo, había veces en las que parecía gustarle sacar a relucir el Tony Stark que llevaba dentro, muy guardado, y creerse imperturbable e incluso el mismo Todopoderoso. ¡Oh, cuán equivocado estaba! 

Mas él también tenía una debilidad y esa debilidad poseía nombre y apellido: Ryan Reynolds. Claro que esto jamás lo admitiría, aunque le ofrecieran todo el dinero y las siete maravillas del mundo. 

El simple hecho de pensar en él en ocasiones le daba migraña y es que Ryan era un maldito grano en el culo cuando de joder a otros se trataba. Era la encarnación de Deadpool en la vida real. Oh,no. A él no le iba a joder la suya, eso jamás. 

Se resistiría todo lo que pudiera. Sí, eso haría. Después de todo, ya era un hombre mayor y a sus 55 años no podía darse el lujo de actuar como un adolescente hormonal. Lo malo era que siempre ocurría. En presencia de Reynolds, se volvía a sentir como un jovencito de secundaria y la verdad era que lo que más quería era dejar de pensar en él, sacarlo de su cabeza. 

—¡Sal de mi cabeza, maldita sea! —gruñó con un evidente humor de perros. Ese día no se sentía nada bien y no, el malestar no era físico. Era emocional. —Maldito hijo de su madre…—quería estrellar su teléfono contra el piso cuando éste sonó. Sabía que era Ryan. No tenía que ser adivino para darse cuenta. 

—Hola, Rob. Estoy bien, gracias por preguntar. —fue el saludo sarcástico del canadiense cuando el mayor contestó la llamada. —¿Me extrañas? 

—Ya quisieras, idiota. —lo regañó Robert con falso enojo, porque de la nada empezó a reír. —¿Qué haces llamando a esta hora? 

—Nada, simplemente quería saber cómo está mi viejo. —bromeó el intérprete de Deadpool. —Tenemos tiempo de no vernos. Necesito verte, Robert. 

Todo el doble sentido del universo estaba impregnado en ése sencillo comentario. Algo alertaba a Robert, diciéndole que no cediera, pero su dignidad, o lo poco que quedaba de ella, amenazaba con desampararlo dejándolo a su suerte como barco a la deriva, sin  puerto seguro. 

—Entonces ven. —contestó con simpleza, ignorando que el otro se lo tomaría literalmente. —Ryan, eres una molestia cuando te lo propones. 

—Y así de molesto me amas. —el tono juguetón de Ryan seguía presente en su voz. —Nos vemos mañana, viejito lindo. 

—¡Hey, más respeto! —Robert lo iba a continuar “regañando” cuando escuchó el sonido que indicaba que la llamada había finalizado. Suspiró pesadamente y se apretó el puente de la nariz. El dolor de cabeza se hizo más notorio, casi punzante, y él ya estaba harto. —Ese muchacho no respeta. —susurró. 

☀☀☀

Al día siguiente, el timbre sonó con intensión múltiples veces y un malhumorado Robert salió de la habitación sin nada puesto excepto una camiseta de dormir. Acudió a abrir aún adormilado y se plantó en el marco de la puerta dispuesto a no dejar pasar al canadiense, que rió de su intento de hacerse el duro. 

—Buenos días, Rob. —Ryan no esperó respuesta y lo abrazó como lo haría un niño con su padre, aunque estaban muy lejos de serlo. Llevaban años siendo amantes, desde que tenían memoria, y habían sabido ocultarlo muy bien. 

—Ya entra. —fue el comentario del mayor para que lo soltara y pasara al interior de la vivienda. 

Se hizo a un lado para darle acceso y Ryan, gustoso, entró. Lo miró de reojo y se mordió el labio inferior con ganas. Le gustaba tanto que no dejaba de imaginar todo lo que le haría en la cama. Reynolds sabía que tarde o temprano todo se sabría, los rumores correrían por las redes sociales y muchas personas los criticarían, pero eso por el momento no le importaba. Robert era suyo y eso nada lo cambiaría. 

—¿A qué viniste? Y dilo sin rodeos, que no estoy de humor para bromas. —el tono de Robert era neutro, pero su mirada transmitía seriedad. —Te puedo servir café, si quieres. —la voz cambió a una cálida, casi paternal. 

—Estoy bien, Rob. —se acercó a él y lo abrazó por detrás, sorprendiéndolo y sacándole un gemido de manera involuntaria. —Música para mis oídos. —sonrió tras escuchar el gemido que abandonó los labios del mayor. —Joder. Te extrañé como no tienes idea. 

Robert no podía articular palabra alguna, estaba muy nervioso y todo él temblaba. Su cuerpo era recorrido por una sensación placentera, la cual incrementó cuando sintió las manos del contrario metiéndose debajo de la prenda que lo cubría y jugaban con cada centímetro de su piel. 

—Mierda, Ryan...—y de nuevo volvía a ceder, justo cuando se propuso que no lo haría. —Esto está mal. N...no podemos...—gimió entrecortadamente. 

—¿Ah no? Eso no me dijiste el otro día mientras te quedabas sin aliento por gemir mi nombre cuando te hacía el amor. —Ry apeló a sus más bajos instintos y rogaba porque el autocontrol de Robert se fuera a la mierda. —Deja de hacerte el difícil, Rob. Sé que lo deseas tanto como yo. 

No fueron necesarias más palabras. En menos de un minuto se estaban comiendo a besos y tocándose mutuamente para arrancarle gemidos y jadeos a su pareja. Les importaba un comino todo lo demás, lo importante era disfrutar de la compañía del otro. 

No perdieron tiempo y, en vez de acudir a la cama, fueron al sofá de dos plazas en el cual se desató un torbellino de pasiones más ardientes que el fuego del infierno. 

Robert jamás lo iba a admitir, pero Ryan era su talón de Aquiles y no lo cambiaría por nada en el mundo. 

De ser por él, se quedaría junto a él para siempre. 

FIN

Mi talón de Aquiles (RobertxRyan OS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora