Aquel tenía que ser al fin el día. Llevaba demasiado tiempo con dudas, sin saber si era buena idea expresar sus sentimientos y sin la certeza de si él sentía lo mismo... Había mantenido esa conversación con Gustabo varias veces, y en la última de sus charlas los dos habían concluido que tenía que dar un paso más si quería llegar a algo con Volkov.
El día anterior, Emilio, aquel al que creía su amigo, le citó para hablar y terminó con dos balas en las rodillas y una operación de riesgo en el hospital. Últimamente todo estaba saliendo mal en su vida, y lo peor es que, de entre todos los que le apoyaron tras su accidente, el único que no se pronunció fue él, justamente el único que hubiera podido animarle de verdad y del que más esperaba unas palabras de consolación.
Ahora se dirigía a comisaría para empezar su jornada laboral, después de no haber podido pegar ojo en toda la noche por culpa de estar pensando constantemente en ese ruso y en por qué no se había dignado a decirle un simple "espero que estés bien" o "estaba preocupado por ti". Ese día no se iba a escapar de rositas. No señor. Pensaba decirle lo que sentía y solucionar aquellas dudas de una vez por todas.
- Volkov está en comisaría – mencionó Gustabo mientras se bajaba del coche para abrirle la puerta – Lo he visto antes ahí dentro.
- ¿Está preocupado? – le preguntó Horacio, albergando alguna respuesta positiva al respecto.
- Bueno... A mí me ha dicho algo en ruso y luego se ha ido. Quiero entender que habrá dicho 'hola' o algo así – respondió Gustabo.
No se había pronunciado al respecto, como siempre. Aquello ya no extrañaba a Horacio, que sabía de primera mano que el comisario era experto en dar evasivas y en escabullirse de todo en cuanto a sentimientos se tratara. Sentía que su corazón se agrietaba a cada paso que daba, algo que coincidía con el ritmo de sus piernas, que con cada pisada le dolían más, pues ni siquiera habían pasado veinticuatro horas desde el accidente. Al atravesar la puerta de comisaría le pidió a Gustabo que le esperara en el vestíbulo porque iba a ir al vestuario a cambiarse, y una vez en él, completamente solo, se despojó de toda la ropa que llevaba y se miró al espejo.
Tenía una pinta horrible, para qué negarlo: las bolsas de los ojos que delataban una noche en vela, pasada entre lamentos y lágrimas; la cresta mal peinada, su marca personal, que ni siquiera se había encontrado con ánimos de arreglar; los moratones en el torso y los brazos tras su abatimiento el día anterior; las dos piernas vendadas que ocultaban dos agujeros de bala, dos heridas manchadas con el rencor de Emilio que tardarían en cicatrizar, tanto a nivel físico como anímico. No le juzgaba; era muy consciente de que Emilio tenía toda la razón por querer vengarse de ellos. Les dio su confianza, creyó en ellos, les contó sus planes para acabar con el superintendente por haber matado a su hermano, y ellos lo primero que hicieron fue unirse al cuerpo bajo las órdenes de Conway, lo que suponía, para Emilio, haberse pasado al bando de los que mataron a su hermano. Era duro aceptarlo, pero Emilio estaba en todo su derecho de odiarles y no le guardaba rencor por el accidente del día anterior; había sido su manera de desahogarse y pagarla con ellos por haberle traicionado. Aún daba gracias de que no supiera que, en realidad, fueron ellos los que vendieron a Pablito, porque entonces en esos momentos habría otra tumba de policía en el cementerio que llevaría su nombre.
¿Hubiera llorado Volkov con su muerte? Probablemente sí, pero por unas razones muy distintas a las que a él le hubieran gustado: como compañero del CNP caído y, por consiguiente, considerado como familia. Lanzó un suspiro que denotaba cierta melancolía y comenzó a ponerse el uniforme con la única lentitud que su cuerpo machacado por las heridas le permitía. Seguidamente, salió del vestuario para dirigirse a la armería y equiparse con las armas reglamentarias, dando la casualidad de que al acercarse a la puerta vio dentro a Volkov que estaba haciendo justamente lo mismo. Le dio un vuelco al corazón por aquel encuentro tan repentino y un pequeño grito, más parecido a un suspiro de sorpresa, emergió de sus labios, y no supo reaccionar de otra forma que alejándose inmediatamente de la puerta y pegando su cuerpo a la pared del vestíbulo para que no le viera.
ESTÁS LEYENDO
Me gustas... ¿te gusto?
RomanceEl momento de la declaración de Horacio que todos ya conocemos, pero modificado a mi gusto y elección, tal y como me hubiera gustado que sucediera. La portada pertenece al artista @jorgevaart en Twitter.