OneShot

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Los personajes de Naruto no me pertenecen sino al gran M.K

2 años seguidos me monté en el autobús que me llevaba a la Universidad , y siempre me senté en el último puesto.

Me gustaba sentarme solo, en esos años nunca nadie se me acercó, hasta que ella lo hizo. Rompió el hechizo. Venía con una gran sonrisa, directo hacia mí. Admito que me pareció raro y que hasta pensé que me vendería un chocolate —no lo hizo y que bueno porque odio el dulce— pero la extrañeza no duró nada, porque cuando habló, me encantó que se fijara en mí. Ella dijo un simple «Hola», y luego no paró de hablar.

Me llevó por todo el mundo sin sacarme del autobús, y me regresó a la vida sin yo si quiera saber que estaba muerto, la escuchaba embobado, admirado, con una sonrisa de idiota. Yo tenía los codos apoyados sobre el espaldar del asiento y ella hablaba y gesticulaba con libertad. Confieso que le envidié eso… yo no podía ser así. Sólo le sonreía, asentía y alzaba las cejas.

¿Qué más podía hacer si ella parecía hablar mi diálogo? Cada pregunta que hacía ella misma tenía la capacidad para respondérsela.

Eso me gustó.

Me dijo que se llamaba «Hinata», pero que podía llamarla de las mil formas que su nombre me permitiese llamarla. Me pidió que fuese creativo, algo que muchas veces no soy, así que pensé que Hime era perfecto; que nadie más lo había usado, apretó los labios, sonrió y dijo que todos la llamaban así, me sentí común, pero sus ojos grandes lilas y brillosos como ningún otro, me dijeron que no le importaba, que no interesaba que yo fuese tan plano, simple y común.

Le dije que me llamaba Sasuke. Le pareció bien. Dijo que combinaba con mi cara pálida y cabello azabache, sonreí, aunque no sé a qué se refería. Me recosté en mi puesto, y la admiré.

Pelo negro con destellos azules hasta la cintura, una sonrisa como ninguna otra y una piel de porcelana que sólo ella poseía, batía mucho el pelo y entornaba las cejas cada tanto.

Pareció que estuvimos aquella mañana viviendo toda una vida, pero sólo habían pasado horas, aunque si
añado que el tiempo se detuvo, tendría sentido.

Hime olía a rollos de canela, sorprendentemente olía bien.
Hime no iba a mi universidad.
Hime no vivía en mi ciudad.
Hime era extranjera y estaba de visita.

Pero no sabía cuándo volvería. Hime no escuchó ninguna de mis historias —esas que siempre quise  contarle a alguien que no terminara aburriéndose—, ella no me habló de su canción favorita para buscarla, no me dijo su edad aunque parecía de 20, no me habló de su familia, ni de sus mascotas —si tenía o no—, no me dijo si leía; no me dijo muchas cosas y yo bueno, no le dije muchas cosas que me hubiese encantado que supiera.

Nunca más vi a Hinata, pero sí la esperé, como si de verdad fuese a pasar que la viese de nuevo en algún puesto del mismo bus, a la misma hora, sentada, mirando por la ventana, claro que eso nunca pasó. No, no pasó, no pasó.

En vez, en mi cabeza, creé un mundo donde ella y yo hablábamos de cosas que podían perfectamente no hacernos felices en la vida real, pero que tenían sentido en mi cabeza.

Hime me acompañó por mucho tiempo en mí día a día, en mi mente ella no paraba de hablar y de comer rollos de canela —supuse que le gustaba porque olía a él.— Ella y su sonrisa grande me acompañaron, en cierta manera, ella nunca se fue.

Me quedé con el sinsabor de no tener una historia muy grande con Hinata o una historia larga con altibajos y vicisitudes, pero nuestra pequeña historia revolucionó mi vida, donde esté, le debo a Hime que ahora yo me siente en el primer puesto el autobús, diciéndole «Hola» a un desconocido y si por mí fuera, haría lo imposible por tenerla entera.

Nuestra historia de autobús - SasuhinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora