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Me desperté súbitamente, miré a mi alrededor. El sol era muy intenso. Un potente rayo de sol estaba atravesando los espacios entre las hojas del árbol. No habré estado más de cinco minutos dormida, pensé. Todavía tenía el libro en la mano, apoyado sobre mi regazo.

El libro era muy valioso, tenía información de la mayoría de recetas que fueron transmitidas a mi familia de generación en generación, ya que mi trabajo y afición de cocinera de explican por la costumbre familiar.

En medio de estos pensamientos el sol me envolvía, el calor me derretía. Probablemente eran las doce y tendría que volver a casa para cocinar. Mi trabajo era muy requerido en la isla, mi cocina alimentaba a familias, regimientos, almacenes.
El calor enlentecía mis movimientos. Al caminar unos pocos pasos me encontré con un río y me detuve a refrescarme. Mis pies tomaron contacto con el agua y me relajé. Con gran deleite tomé un poco de agua y la solté en mi cara, al mismo tiempo que una brisa me acarició la piel. Cerré los ojos y permanecí de esa forma unos segundos.

Hasta que sentí que el libro se me resbalaba de mis manos. Finalmente un sonido comprobó que se había hundido. La corriente del Río corría vigorosamente y lo conducía hacia una dirección que era desconocida para mí. Era consciente de que no habría muchas posibilidades de recuperar el libro, y si lo hiciera, las páginas estarían en su mayoría arruinadas. Pero seguía con determinación dirigiéndome hacia el fluir del río, sin perder de vista el libro.

Después de unos agitados minutos, el libro cesó su recorrido. Fue agarrado por un hombre que se encontraba en la orilla. Me preguntaba por qué se ocuparía de interesarse en un libro como ese. Concentrada, no me había dado cuenta que el lugar donde me encontraba era desconocido para mí. Sin darme cuenta, tenia la mayor parte del cuerpo hundido en el agua, miré hacia arriba y el hombre me estaba ofreciendo su mano para salir del agua. Por su vestimenta noté que era un soldado. Creí haberlo visto alguna vez durante mi trabajo cocinando para el Ejército. Había rescatado el libro y ahora me ofrecía su ayuda. Fue un lindo gesto. Al analizarlo nuestros ojos se encontraron por unos mili-segundos, por lo que desvié la vista al instante, incómoda.

Me incorporé y, alterada, revisé desesperadamente el libro. Se había echado a perder, no había forma de recuperarlo. Me lamenté y sollocé como si el hombre desconocido no hubiera estado ahí. Se compadeció de mí y notó que temblaba de frío por haber estado en el agua, por lo que me cubrió con parte de su uniforme. Le agradecí, sin embargo, tenía que volver a casa rápido. Le devolví la prenda y caminé hacia la dirección contraria. Él me detuvo. Miré hacia atrás, me estaba sonriendo.

-¿Cómo te llamás?

-Alessia.

-Yo soy Flemming. ¿Te puedo acompañar?

-Está bien- respondí con simpatía.

Caminamos paralelamente al río en silencio. Ambos teníamos muchas preguntas que hacernos, yo quería saber mucho de él. Finalmente rompió el silencio.

-¿El libro tiene algo que lo hace importante?

-Recetas-dije decepcionada y con un tono bajo-. Todas las recetas de toda mi familia.

Se percató de que me afectaba.

-Me dedico a la cocina- continué.

-¿Hay alguna copia de ese libro?

-No, era único. Ya no hay alternativa para recuperarlo. Las hojas son simplemente manchas de tinta esfumadas y laxas.

Asentía, me escuchaba. Parecía interesado en ayudarme.

-Hay una opción, podrías reescribirlo. Seguramente, si te dedicás a la cocina, haya muchas recetas que te acuerdes.

-Es posible...

Realmente quería saber sobre él, no quería hablar más del tema.

-¿Qué hacías en la orilla del río, solo?

-Descansaba del entrenamiento. Debería volver en poco tiempo.

Se lo veía tranquilo en todo momento, impasible, agradable. No tenía el aspecto de un soldado. Llegamos a mi casa y le agradecí por la compañía. Antes de despedirme lo miré nuevamente a los ojos y confirmé haberlo visto en alguna ocasión. Su mirada era tranquila, alegre y algo seria.

-Tengo que irme, me están esperando. Fue agradable conversar con vos. Espero que nos veamos en otro momento. No va a ser difícil, suelo estar por esta zona.

Lo miraba de pies a cabeza mientras me habla. Me perdía en cada parte de su fisonomía.

-Está bien-reaccioné por fin- en mis tiempos libres voy a caminar por acá. Espero que nos podamos encontrar.

Lo miré una vez más y entré a mi casa. Cerré la puerta y me senté apoyándome en ella en el piso. Vivía sola, nadie me esperaba en mi casa pero tiré el libro al piso. Me levanté, pensaba que no tenía tiempo para lamentarme y sollozar. Así que tomé una pluma y un papel y dejé que mi memoria tomara el protagonismo en la transcripción de las recetas. Ni siquiera me había cambiado la ropa mojada. Flemming se apoderaba de mi mente por unos instantes. Esperaba un reencuentro.

Una hora después comencé a cocinar. Al terminar continué con la transcripción de las recetas. A la noche, luego de horas sin descansos, decidí que seguiría al día siguiente. Conté las hojas que había escrito, eran 9. Suspiré.

Sentimientos en Copenhague Donde viven las historias. Descúbrelo ahora