Humillacion {Parte 2}

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Llegó a casa de madrugada; había pasado más tiempo del que creía con aquel hombre en el despacho. Eran más de las dos de la mañana. Ni siquiera cenó, un nudo en el estómago le impedía comer nada. Se duchó y se acostó. Soñó. En su sueño estaba en el instituto, caminaba con su carpeta forrada de fotos de la Super
Pop, llena de cantantes de la época. Aquella revista era un elemento
indispensable para cualquier estudiante. Su pantaly ajustado de animador, su camiseta ceñida de color marfil y letras rojas bordadas por su madre. Iba acompañadovde dos amigos de la infancia, igual de dignas que el. Era la abeja
reina de su mundo. Hileras de taquillas metálicas se distribuían a ambos lados del pasillo; estaba atestado de estudiantes, todos las miraban con envidia. Un chaval
delgado y desgarbado le llamó la atención, iba cargado de libros y le resultaba difícil abrir la puerta de una de las tutorías. Recordaba a aquel chico; era uno de los « apartados» de la clase, siempre rodeado de libros, siempre sentado en la fila de atrás sin apenas abrir la boca. Al pasar a su lado el muchacho sonrió
tímidamente, el se aproximó y, dando un golpe en sus cuadernos y libros, se los desparramó por el suelo. Nadie le ayudó a recogerlos del suelo; las risas se hicieron presentes en el ambiente. El muchacho se agachó y torpemente
comenzó a recogerlo todo. Llevaba un pantalón vaquero desgastado y una
camiseta de publicidad barata. La miró desde el suelo y aun así volvió a sonreír con dulzura. Taehyung se sintió ofendido. ¿Cómo osaba algo tan insignificante y burdo mirarlo a el? Pasó a su lado, su voz retumbó en el pasillo.

—¡Taehyung!

Se giró; el muchacho permanecía arrodillado.

—¡Despierta!

Se despertó sudando y con la respiración acelerada. Miró el reloj de la mesita. Eran las cinco de la mañana. Se limpió la frente con la sábana y se dejó caer sobre la almohada. Fijó la vista en el techo y saltó como un resorte de la cama, abrió el armario y se arrodilló en el suelo. Tenía que estar allí. Tenía claro
que lo había guardado el día que se mudó a esa casa. Sacó varias cajas de
zapatos, una bolsa con unos patines viejos que y a no usaba y por fin lo vio. Un libro de tapas duras y sobrecubierta en brillo, lleno de polvo. Lo limpió cuidadosamente y se lo puso sobre las rodillas.

* * *

Anuario escolar

—Tiene que estar aquí… —susurró nerviosa pasando las paginas iniciales
aceleradamente—. Vamos, tiene que estar aquí…

Llegó a la parte donde las fotos de los alumnos por cursos aparecían
impresas; buscó su promoción, su clase y sus antiguos compañeros. Analizó una a una las fotos que salían. Nada. Se quedó pensativo, volvió a centrar su mente en el muchacho del sueño. ¿De qué lo conocía? Varias páginas atrás y entonces algo
le vino a la mente: el grupo de lectura. Aquellas malditas clases a medio día que les obligaban a hacer cuando el profesor perdía la paciencia con ellos. Cinco páginas más atrás y una treintena de alumnos aparecieron frente a sus ojos. Repasó una a una cada fotografía y por fin lo vio. La foto era en blanco y negro pero recordaba perfectamente el color de su pelo. Negro, revuelto y
desaliñado, mirada triste, poco agraciado y enclenque.

—Tienes que ser tú —susurró—. Jung hoseok… —Frunció el ceño,
intentando hacer memoria—. Tienes que ser tú… Maldita sea…

Mirando la foto, un sinfín de recuerdos volvieron a su cabeza. Sí, Jung, el pequeño y desgarbado Hoseok, era el centro de sus burlas. Recordaba perfectamente a ese chico. Era uno de los muchos estudiantes que la ponían de los nervios; por mucho que te rieras de él, por mucho que lo humillaras en público, siempre tenía una sonrisa para ella.

—Santo cielo…

¿Cómo iba a acordarse? Era uno de los muchos chicos de los cuales se reía. Jung siempre estaba solo, no tenía amigos. Era un joven metido en sí mismo, siempre cargado de libros, de mirada ausente y despistada. Recordó que una vez, a la hora de comer, alguien le había tirado la bandeja al suelo. El había pasado
a su lado y, en vez de ay udarlo había pisado su comida. ¡Maldita sea! ¡Eran cosas de niños! Los niños son perversos con ellos mismos; había pisado su comida, luego sus amigos, luego el resto de alumnos, y nadie le había ayudado a levantarse y recoger el desaguisado. Pasó las páginas y buscó las fotografías del equipo de fútbol. Allí estaba él otra vez, sentado en las gradas de cemento, en un rincón apartado del resto casi
detrás de la imagen de varias animadoras, entre las que estaba el. Levantaban los pompones con sonrisas inmensas y, a un lado de su hombro, al fondo, casi imperceptible la imagen de hoseok observándolo todo fijamente.

De rodillas ante miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora