Capítulo Uno.

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 El sol iluminaba de una manera esplendorosa y el viento hacía que mi piel se sintiera cómoda. Estaba vestido de blanco ese día, mis mocasines eran del mismo color, mis joggins y la remera también.

 Estaba corriendo por el jardín de mi casa pero no lo hacía por hacer ejercicio ni para sentir el aire chocar contra mi cuerpo, lo hacía porque hoy cumplo 18 años y todos los años mi padre me da un regalo, pero lo que lo hacía especial era que él lo escondía. Y como nuestra casa era admirablemente grande, el hecho de que escondiese el regalo lo hacía más divertido.

 Continué con la búsqueda fijándome debajo de unas rocas esféricas (mi padre las compró hace unos meses con la esperanza de que pueda adornar el jardín, pero yo pienso que la magnitud de las rocas arruina el ambiente del jardín) y entre las plantas, pero me cansé de mi lentitud así que eché a correr para poder avanzar. En un momento sentí una punzada de dolor en el dedo gordo de mi pie derecho, y me detuve para chequear. Tenía una ampolla. Me senté en el pasto y exploté la ampolla con las uñas de mis dedos pulgares, sentí una leve presión, a lo que podría llegar a llamar dolor, pero... se sintió bien.

 Tumbé mi cuerpo sobre el pasto fijando mi vista en el cielo, el clima era perfecto, la temperatura de mi piel no era calurosa ni fría, era neutro, sentía0 que podía quedarme a dormir allí y no sudaría ni me helaría de noche. Cerré los ojos y me imaginé cómo sería la caza de hoy con mi padre; las escopetas relucientes, nuestras mentes concentradas, las aves volando dentro de nuestro radar, de seguro que íbamos a tener éxito.

 Una nube pasó y tapó el sol, todo oscureció. De repente sentí que el cielo perdió su gracia, y ahí fue cuando noté el árbol, había un árbol a unos metros cerca mío y era tan alto que parecía que no tenía fin. El árbol contenía una rama en especial que era muy notable, era gruesa y se infiltraba en el paisaje. Mientras me dedicaba a observar el árbol noté un objeto en aquella rama, sin perder ni un solo momento me levanté para escalar.

 Era el regalo de mi padre. Me contenté mucho porque ya estaba por rendirme. Era una caja blanca que estaba cerrada con una cinta amarilla, la agité esperando escuchar un sonido que me ayudara a descifrar mi regalo, pero no obtuve ninguna respuesta. Me deshice de la cinta y retiré la tapa de la caja haciendo que se caiga y aterricé en el pasto.

 No había nada en el interior.

 Un grito que provenía de mi casa me desconcentró.

-¡Charles está muerto!-

 Ni en un millón de años hubiese imaginado que mi padre iba a morir en el día de mi cumpleaños, ni siquiera estaba enterado de que él había hecho un mini viaje. Un viaje del que él no volvió vivo.

 Intentaba prestarle atención al cura, que estaba pisicionado detrás del ataúd de mi fallecido padre, pero el ruido que hacía mi mamá al habanicarse no ayudaba a mi concentración.

 -Luke.- escuché de repente. La voz no podría ser de alguno de los invitados porque parecía muy lejana.- Luke.- volví a escuchar el llamado, y noté que la voz era masculina. Miré a mi madre, se seguía habanicando y conteniendo las lágrimas. Miré a los invitados teñidos de negro, ellos estaban concentrados en las palabras emitidas por el cura.

 Definitivamente yo era el único que estaba escuchando esa voz, me atreví a mirar a mi alrededor en busca de algo o alguien. En la dirrección hacia el oeste, a lo lejos, divisé una figura, la de un hombre. El sol me pegaba fuerte a la cara, me debilitaba la vista y eso hacía que no pudiese verle la cara muy bien. Tenía intriga, ¿quién podría ser?

 -Te veo pronto.- lo escuché decir en un susurro y acompañado de una risita. Sentí como la piel se me erizó.

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2014 ⏰

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Cartas a Luke. [Cake]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora