iglesia...

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“Promételo, mamá promételopromételopromételopromételopromételopromételoporfavor.”

Jesse estaba balbuceando, estaba muy asustado. Lo agarré y comencé a sacudirlo, tratando de calmarlo. Se quedó dormido en mis brazos, así que lo llevé a su cama y lo acosté para dormirlo.

Sólo necesita dormir. Me decía a mí misma. Lo único que necesita es dormir.

Lo dejé en su cama y cené sola. Fui a verlo a su cuarto alrededor de las nueve antes de acostarme. Parecía estar profundamente dormido.

Me desperté inmediatamente al oírlo gritando 18 minutos pasadas las 12 de la noche. Corrí hacia su cuarto, pero no estaba en su cama. Encendí la luz y Jesse salió del closet en el que se escondía, corriendo, como si algo lo persiguiera. Se abrazó a mi pierna, seguía llorando.

Traté de calmarlo e intenté preguntarle qué pasaba. Nada de esto tenía sentido. Seguía gritando sobre el juego de las almas.

Intenté volverlo a acostar pero no hacía caso.

Finalmente, decidí llevarlo a la cama conmigo. Jesse se durmió inmediatamente. Yo me quedé acostada en mi lado de la cama mirándolo, acariciando su cabello, cuando de repente sus ojos se abrieron y me miró fijamente.

“Le contaré las reglas del juego mañana después de clases, señora.” Me dijo. Luego volvió a cerrar los ojos.

¿Qué le estaba pasando a mi hijo?

En la oscuridad, no podía hacer nada más que mirar el techo, moverme de lado a lado y mirar el baño. No pude dormir esa noche.

¿Sabes cuando estás apunto de dormirte pero a veces algo te despierta? A veces imaginas que te tropiezas y caes, y te obliga a despertarte.

Eso me pasó por toda la noche, sólo que lo que me despertaba era una silueta que aparecía en la puerta del baño cada vez que se me cerraban los ojos. Pero cada vez que miraba atentamente no lograba ver nada. Cada vez que cerraba los ojos, la figura aparecía de nuevo, obligándome a despertar, sólo que cada vez aparecía más cerca de mí.

Esto siguió pasando toda la noche, hasta que se hizo la hora de llevar a Jesse al colegio.

Esta mañana Jesse se veía muy distante, como adormecido. Yo estaba igual, pero más exhausta. Pensé en preguntarle a Jesse sobre lo que ocurrió ayer. Pero temía que volviera a pasar lo mismo de ayer.

Lo lleve de camino a la escuela. Él no decía nada, parecía un robot; sin vida ni emociones.

Tiempo después de haberlo dejado en la escuela recibí una llamada, para que regresara a recogerlo. Había vomitado en clase.

Cuando fui a recogerlo. Se le veía igual. Le pregunté varias cosas, pero sólo me rugía como respuesta. Iba a llevarlo al doctor después de que se cambiara de ropa.

No dijo nada hasta que llegamos al estacionamiento.

“¿Puede Stan venir hoy a casa?” me preguntó.

“No te sientes bien, cariño. ¿De verdad quieres que venga hoy?” Le pregunté. Ya quería conocer a este chico, pero no parecía que Jesse quisiera tenerlo en casa.

“Sí” Me respondió.

“Okay, ¿Tienes el número de sus padres?”

“Él ya le preguntó a sus padres, ellos dijeron que podía venir.”

“Pues todavía tenemos que esperar a que salga de clases. Y aún así quiero hablar con sus padres.”

“Okay.” Jesse bajó del auto y caminamos a la entrada de  la casa.

“¿Tienes su número?” Le pregunté, cerrando la puerta.

“No” Me contestó.

Le preguntaba cómo se suponía que hablaría con sus padres si no tengo su número y si no sé donde viven, pero alguien tocó la puerta.

Yo estaba parada justo al lado de ella.

Abrí la puerta, y parado en frente de ella estaba el chico pálido de ojos azules que casi atropello el otro día. Una chica muy parecida a él estaba a su lado.

“¿Sí?” Les pregunté.

“Hola Driz, ¿Está Jesse en casa?” Dijo el chico.

No sé como sabía ese apodo. No me llamaban así desde la universidad, cuando mis amigas me lo habían puesto en una noche de ebriedad, era corto para Drizzy.

“No” Le respondí.

“Está bien” Dijo la niña que lo acompañaba. “Mi nombre es Devin, y creo que ya conoces a mi hermano Stan.”

Stan sonrió y comenzó a hablar. “Las reglas del juego son muy simples. Regla uno: No pasar frente a espejos por la noche. Regla dos: No dejar ninguna puerta abierta cuando te vayas a acostar esta noche. Pregúntale a Jesse sobre la regla tres, y recuerda esto, un rechinido significa que estás haciendo algo mal, un crujido significa que estás a punto de perder. Cuando las luces se apaguen de repente, con suerte no verás la silueta oscura observándote en una esquina de la habitación. Con suerte no sentirás su respiración en tu cuello mientras caes al suelo. Y si escuchas un golpeteo. Bueno, con suerte nunca escucharás un golpeteo.”

Stan se dio media vuelta y se fue con su hermana.

Me les quedé viendo mientras se iban y agité mi cabeza. No iba a ser parte de su estúpido juego.

Caminé a la cocina y me encontré con Jesse sentado en una silla a un lado de la mesa, llorando.

“¿Qué ocurre, cariño?” Le pregunté.

“Escuché un golpeteo” Me dijo entre sollozos.

Mi boca estaba seca. “¿Cuándo termina el juego?” Le pregunté.

“Nunca,” Me susurró. “El juego nunca termina”

Mi corazón estaba latiendo muy rápidamente. “Cuál es la regla número tres, Jesse?”

Su cara perdió toda expresión y trató de reunir aliento para decirme la última regla “Regla tres. Una vez que sepas todas las reglas, ya eres un jugador.”

Mi corazón se detenía. “¿Qué ocurre cuando pierdes?”

“Cuando sea de noche, los oirás llegar. Les gusta hacerte saber que están cerca.”

“¿Quiénes?”

“Stan y Devin” Dijo Jesse. “Vendrán de cualquier espejo o puerta abierta y te arrastrarán con ellos.”

“¿Cómo ganas?”

“Ganas si le cuentas a más personas las reglas del juego que la persona que te las contó a ti.”

Como dije al principio, lo lamento.

Pero gracias por ayudarme. Lo digo sinceramente.

Ahora puedo disfrutar mi libertad de nuevo. Espero que disfruten su noche.

Y saluden a Stan y Devin de mi parte.  

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2014 ⏰

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El juego de las almas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora