ℱilofobia「casthaniel」

1

6 años atrás

El joven de unos cortos cabellos rubios vistiendo una camiseta negra que le quedaba bastante grande la cual le pertenecía a su esposo. Estaba con la luz de su habitación encendida, sentado en su cama y con un libro en sus manos, mientras que de vez en cuando posicionaba bien sus lentes que se deslizaba por los bordes de su nariz. Miraba en todo momento el reloj que se encontraba encima de su mesita de noche, las manijas de aquel aparato marcaban 3:44 de la madrugada y Evan seguía sin llegar a casa.

Marcó nuevamente el número de Evan pero una vez más le mandaba al buzón de mensajes. 

Los minutos parecían años al ver que su esposo no le había avisado que tardaría. Pasaron exactamente 80 minutos, los había contado desde que miró última vez el reloj, cuando escuchó la puerta de la casa abrirse y los pasos que los había grabado de memoria se escucharon contra la baldosa, aquel sonido de grandes botas y el eco de las llaves que se perdían en el pasillo del salón. 

Suspiró aliviado cuando miró que su amado traspasaba la puerta de su habitación, los ojos violetas de Evan lo miraron con cansancio y Nathaniel se levantó apresurado para rodearle con sus delgados brazos, olió un ligero olor alcohol y cigarrillo proviniendo de su esposo pero no le importó tanto al sentir como las manos de Evan se dirigirán a su cabello.

—No avisaste que tardarías, estuve muy preocupado—su voz ronca resonaba en el pecho de Evan—¿Por qué no me llamaste?

—No tenía batería, y no creí que tardaría tanto.

—¿El trabajo se alargó?

—A-algo así...

—¿Qué? ¿Q-qué pasó, amor?—sus ojos ámbar analizaron el rostro de Evan, con ojeras ya marcadas bajo sus ojos que se notaban debido a que su piel era bastante blanca. Sus manos lo tomaron de las mejillas para bajar la mirada de ojos violetas de su esposo a él— ¿Sucedió algo?

No le contestó, simplemente apegó sus labios a los de Nathaniel, para consumirse en un beso desesperado y a la vez lento. Las manos de Evan se posesionaron en la parte trasera desnuda de su lindo esposo, el rubio gemía contra la boca del pelinegro y con pocos tropezones se recostaron en la cama.

Las manos temblorosas de Nathaniel desabotonaban con torpeza la camisa blanca de Evan dando a la vista su trabajado cuerpo, con varias gotas de sudor deslizándose por sus pectorales y terminando en sus abdominales. Su boca se acercó al cuello de Evan haciendo que un gemido ronco se pierda en la gran habitación.

—Nath...—susurró en un jadeo para retirar la pequeña prenda que cubría la parte baja del rubio, dejando a la vista el miembro erecto de su esposo, mientras observaba sus sedosos cabellos rubios pegándose a su frente, se notaba en sus mejillas en tono rojo debido al calor y excitación, con su camiseta negra siendo lo único que cubría su delgado y lechoso cuerpo.

Bajó entre besos y lametones a la hombría del hombre que amaba.

—E-Evan—gimió Nathaniel al sentir como la lengua de su esposo rodeaba la punta de su miembro, su glande siendo humedecido por la saliva de Evan mientras hacía sonidos exagerados al chuparlo.

Nathaniel hundía las yemas de sus dedos en el cabello con rastros de gel de Evan a medida que los movimientos se aceleraban. Ambos se despojaron de lo que restaba de ropa, los dos desnudos en la húmeda madrugada que, mientras Evan y Nathaniel esbozaban sonidos de placer, solo uno gritaba entre gemidos el amor que sentía desde que era solo un niño de diez años.

Pensó que aquel prematuro enamoramiento no iba a llegar a más, pero se encontraba ahí en ese momento, después de unir nuevamente sus cuerpos y lo que él creía que también sus almas. Entre los brazos de Evan, aquel hombre que un una noche mientras las estrellas brillaban, mientras el viento corría por las frías avenidas de Francia, se arrodilló en la soledad iluminada por faroles, preguntando con una sonrisa marcada en su rostro que si quería casarse con él.