El Fenómeno Walker

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Mis ojos se abrieron lentamente y con cuidado; mi cabeza dolía y sentía mi cuello tenso y
con calambres.
Intenté recordar dónde estaba o qué fue lo último que estuve haciendo, cuando, me encontré
con la mirada preocupada de la doctora Gray, e inmediatamente toda la información de lo
que pasó en los minutos anteriores entró en mi cabeza como un rayo.

Me llevé una mano a la frente y comencé a cerrar los ojos de nuevo, negando repetitivamente
y boqueando como pez.
Trillizos. ¿Trillizos? Iba a matar a Adam… lo.iba.a.matar.
¿Cómo era posible que estuviera esperando tres bebés? Ni siquiera podía pensar con
claridad acerca de tener dos... ¿cómo iba a hacer con tres?
Me quejé en voz alta, estirando mis brazos y tratando de doblar mis dedos con fuerza.
—¿Annabelle? ¿Ya estás mejor? Patricia, agua, rápido —dijo la doctora sin dejar de
morderse el labio inferior.
—¿Ya despertó? —escuché otra voz viniendo desde el fondo. Mi cabeza dolía y me
palpitaban las sienes—. ¿Anna?
Parpadeé repetidamente hasta que me acostumbré a la luz del consultorio. La ecografía de
los trillizos todavía estaba congelada en la pantalla, haciendo un recordatorio permanente del
por qué me había desmayado en primer lugar.
Tragué saliva y casi me eché a llorar frente a la mujer que no dejaba de verme con
preocupación. Tenía ganas de preguntarle si es que acaso yo estaba castigada de por vida,
pero dudé en el último minuto.
¿Qué iba a hacer con tres niños? ¿Cómo…? Ni siquiera podía imaginar qué cuidados
necesitaba un bebé, mucho menos tres al mismo tiempo.
—¿Anna? Ay, corazón —la otra voz tomó forma delante de mis ojos, era Gertrude,
acariciando mi mano derecha mientras se acercaba a mi rostro para darle un beso a mi
frente—. ¿Cómo te sientes?
Deprimida. Cansada. Abatida.
—Con un poco de dolor en la cabeza —dije en su lugar.
La doctora rápidamente se puso a mi lado, alcanzándome una botella de agua y pegándola
a mis labios para que diera pequeños sorbos.
—No sabes cuánto lo siento —se disculpó ella apresuradamente—. Mandé a llamar a tu
familiar de la sala de espera para que no te despertaras viendo gente extraña en una
habitación. Lo siento…
Arrugué la frente, apoyándome en mis codos para tener una buena vista de la imagen en la
pantalla, sintiéndome una vez más en pánico y en shock. No lograba ver con claridad a
ninguno de los bebés, lo único que divisé fueron círculos que tomaban forma si lograba
entrecerrar los ojos… o al menos distinguí a los gemelos, que eran los principales en la
fotografía. Pero de ahí no lograba encontrarle forma a la tercera mancha que se había colado
por sorpresa. Habían dos círculos, solo eso.
La Dra. Gray notó en dónde tenía puesta mi atención, y su rostro enrojeció desde la punta de
las orejas hasta el mentón.
—De acuerdo. Todo esto es mi culpa —dijo ella con severidad—. No debí decir esas cosas
así, tan a la ligera. Me disculpo.
Tragué saliva y negué con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta.
Mierda. ¿Qué iba a hacer con tres bebés? Debería ir buscando un nuevo trabajo. Tres bebés
agotarían los recursos económicos de Adam, más si se parecían a él.
—Es que la noticia me tomó muy, muy por sorpresa —contesté en voz baja. Era una madre
terrible, ni siquiera podía distinguir bien entre mis hijos de cinco meses.
¿Por qué tenían que ser tres? ¿Esto era una prueba acaso? Porque de verdad me sentía
jodida. Mi cuerpo sufriría ciertos daños, por no imaginar que Adam iba a dejarme… lo sabía.
Él me dejaría después de esto
¿Qué chico joven, en sus plenos veinticuatro años querría atarse a una mujer con trillizos?
Nicole estaría encantada, su banda de chicos estaba en proceso de formarse.
Bufé y comencé a sollozar débilmente. Tenía que ser fuerte, tenía que ser fuerte…
—No, no entiendes, cielo—confesó repentinamente la doctora, se miraba avergonzada—.
Soy pésima haciendo esto, pensé que ya sabías cómo lucía una ecografía normal. Solo
intentaba bromear un poco. Siempre lo hago con mis pacientes… es claro que vas a tener
gemelos. Ese hecho no se puede cambiar, y no hay manera de meter uno más en el
paquete…
Mis oídos escucharon la noticia pero a mi cerebro le costó procesar la información.
—¿Cómo? —pregunté, insegura.
—Son gemelos, cariño.
—Pero, ¿y el tercero? —señalé la mancha blanca que ella me había mostrado en primer
lugar.
—Ese es el útero, no un bebé —dijo agachando la cabeza—. De verdad me siento
arrepentida, pensé que ya lo sabrías diferenciar. Obviamente no es así… Simplemente quise
bromear. Si fueran trillizos, la doctora Bagda ya te lo hubiera dicho sin ninguna duda.34
Miré en dirección a la abuela de Adam, tenía los ojos húmedos y no dejaba de sonreír, como
si estuviera orgullosa de mí. Regresé la vista a la doctora.
—No entiendo.
—Ay, cielo. Yo solo intentaba romper el hielo; son gemelos y ambos están en perfecto estado
de salud.
Parpadeé unas millones de veces antes de fruncir el ceño.
La gente vivía haciéndome bromas no tan graciosas. Ella y mi prima tenían un sentido raro
del humor.8
Entonces me enojé.
—¿Era una broma? —negué con la cabeza—. No lo creo… ¿cómo alguien puede bromear
con eso? No es gracioso.
—De verdad lo siento. Pregúntale a Patricia si quieres; me conocen por mi variado sentido
del humor. En serio creí que te reirías conmigo… pero en su lugar te desmayaste. Nunca me
había pasado esto… bueno, algunas madres no se lo toman con agrado…
—Está bien. Quiero irme.
Hice el intento de levantarme pero una mano callosa se apoderó de mi codo y no me dejó
moverme de lugar.
—Anna. No hagas tanto esfuerzo; te vas a cansar muy rápido —me dijo Gerty, ayudándome
a recostar mi cabeza.
—Es que no entiendo por qué alguien haría una broma como esa —fruncí el ceño y miré de
forma asesina hacia la canosa mujer que todavía lucía roja y avergonzada—. Es tan poco
ético y profesional. No es justo… estoy muriendo porque son gemelos, y luego “bromean”
conmigo y me dicen que son trillizos… ¿Quién hace eso?
La furia pronto se transformó en gruesas lágrimas, y las lágrimas dieron paso a una
culpabilidad enorme; la culpabilidad trajo más lágrimas, y finalmente llegó la furia de nuevo.8
Me bajé del incómodo asiento y regresé corriendo hacia el baño en donde había dejado mi
ropa.
Esa clase de broma no se le hacía a una chica con los tobillos hinchados que recientemente
había ganado algo de peso gracias a tanta deliciosa comida.
Que Adam se preparara porque no me sentía muy contenta con absolutamente nadie. Tenía
ganas de buscar pelea, y él definitivamente la tendría por no estar a mi lado y no responder
mis llamadas.19
Pronto mi furia se opacó, y lloré desconsoladamente en el baño, recriminándome por no ser
esa clase de chica que se alegraría por tener un hijo menos. Pero la tristeza fue efímera, y
de nuevo la furia se hizo cargo.
Salí echa un huracán de ese consultorio y de la clínica, ignorando a la amargada Patricia, y
a la arrepentida Dra. Gray que no dejaba de repetir que ella siempre hacía las mismas bromas
a sus pacientes.
Lo único que quería hacer era perderme y salir corriendo; pero mis pies eran lentos y tenía
hambre.
La abuela de Adam no había dicho nada en todo ese tiempo, tal vez notando mi estado de
ánimo por los suelos, siguiéndome dos pasos atrás mientras yo no dejaba de expulsar humo
por las orejas y de darle miradas sucias a todo el que se pusiera enfrente. Finalmente ella
me agarró del codo y me encaminó hacia una cafetería justo en frente de la clínica, cruzando
la calle de dos carriles.
Inmediatamente entramos y el aire acondicionado nos recibió… eso, y una chica de metro
cincuenta llamada Ally que nos sentó cerca de la ventana.5
Ordené un croissant de chocolate y una bebida sin azúcar, todo eso dicho con voz amarga y
resentida. Quería llorar o golpear cosas.
—Anna… —finalmente habló Gerty, rompiendo el silencio incómodo. Dudó antes de
continuar hablando—. Déjame platicarte de algo curioso que me gusta llamar “El Fenómeno
Walker”9
Fruncí el ceño, confusa porque no estábamos discutiendo el pésimo humor de la no tan
profesional doctora.
La observé fijamente durante unos segundos, preguntándome si ella llegaría a indagarme
sobre los gemelos porque, quisiera o no, se enteró de mi pequeño secreto al final de cuentas.
—Es algo muy peculiar que sucede y ha sucedido durante generaciones dentro de los Walker
—continuó diciendo, recortando pedacitos de la servilleta que se encontraba puntualmente
doblada sobre la mesa—, e involucra ojos verdes… y gemelos.
Tragué saliva, evitando mirarla porque me sentía nerviosa al respecto.
—Te apuesto a que identificarías a un Walker aunque lo vieras durante solo un segundo.
Tienen rasgos característicos, similares, y todos son portadores de hermosos ojos verdes;
algunos en distintas tonalidades. Tal vez claros como los de Nicole, y otros aún más
profundos que los de Adam.
—¿Todos? —pregunté con cierta duda, comenzando a romper pedacitos de mi servilleta al
igual que ella.
Gertrude asintió fervientemente con la cabeza.
—Y los hombres… Oh mi Dios, son testarudos —se rio en voz alta— yo me casé con uno, el
abuelo de Adam. Atractivo, peligroso y posesivo… sencillamente me atrapó cuando se
enfrentó a mi padre y pidió mi mano.2
Sonrió, perdida en sus recuerdos. Mi mal humor disipándose por los momentos.
—¿Y qué tienen que ver los gemelos en todo esto? —pregunté con interés.
—Pues que los gemelos siempre han sido parte de los Walker. Ha habido excepciones, como
Adam… o Nicole que resultó ser hija única debido a la… tragedia —se aclaró la garganta y
comenzó a pasarse los dedos de manera nerviosa sobre sus uñas—. Pero entre hermanos
siempre hay similitudes. Tenías que haber conocido a Aarón; era siete años mayor que Adam
pero el parecido era sorprendente aun desde niños. Ambos con ojos de distintos tonos de
verde, igual que mi marido y su hermano mellizo.5
Entonces de ahí venían los gemelos.15
Suspiré y me pasé una mano por la frente, quitando un poco de sudor que se acumulaba
discretamente.
—Creo que tengo una foto por aquí —se apresuró a decir, rebuscando en su enorme cartera
de cuero. Sacó su billetera y vació el contenido en la mesa, en donde centavos y chapas se
esparcieron en la madera.
—¡Aquí están! —gritó triunfalmente. Acercó a mi cara una foto en blanco y negro de un
hombre joven y muy apuesto que llevaba una abundante barba y gafas que tapaban sus
ojos—. Este era mi esposo; murió de cáncer de próstata en el 2005. Nicole estaba muy
pequeña como para recordarlo, pero Adam lo amaba con locura. Su nombre era Vincent
Tadeus Walker, y le heredó a Adam parte de sus acciones en compañías que invirtió antes
de casarse conmigo. Él era su nieto favorito.
Hizo una pausa para sacar otra fotografía, esta vez a color.
—Y aquí está con su hermano, Jonathan.
En la foto se miraban perfectamente los rasgos idénticos entre un gemelo y el otro. El
parecido era sorprendente.
—Tuvo un accidente y perdió la vista. No está muerto pero se aisló de todos sus familiares;
ahora vive en algún país de Sudamérica. También han habido mujeres —rebuscó en su
billetera hasta que sacó una pequeñísima foto tamaño carné. Eran un par de chicas idénticas,
con flequillos abultados y con pecas.
—De acuerdo, eso quiere decir que desde un principio Adam ha sido portador del gen —
murmuré. Sabía que él era peligroso de alguna manera, si no hubiera sido yo, sería otra la
que llevaría a sus gemelos en el vientre… la idea me causó náuseas—. Pero de igual forma
me siento agradecida de que solo sean dos y no tres. ¿El fenómeno Walker incluye trillizos?
Ella lo pensó por un momento, entrecerrando los ojos mientras intentaba recordar algo.
Finalmente negó con la cabeza.
—No, nada de trillizos. La mayoría, bebés de ojos verdes… y uno que otro de ojos azules
verdosos, pero es muy raro que pase.
—¿Y Adam no tiene más familia? Es para invitarlos a la boda, él solo invitó a sus amigos
cercanos nada más.
—Ah, sí, existen tíos y él tiene una camada de primos por parte de su madre y mi hijo, su
papá —ella sonrió entrañablemente—, pero ninguno quiso ayudarle mientras pasaba por toda
la complicación en la que se había convertido su hermano. Nadie quiso lidiar con un adulto
esquizofrénico… lamentablemente era muy peligroso estar cerca de él.
De repente, lo que me había dicho Adam hace algún tiempo atrás, me golpeó con fuerza: su
hermano había violado a su novia de trece años, y él no hizo nada para detenerlo.
Me invadió la tristeza al pensar en lo que tuvo que pasar. Y, como si su abuela escuchara
mis pensamientos, tocó el tema de la chica.
—Y entonces lo de Emilia también se supo… La bomba estalló. No sé si Adam te lo contó
pero las cosas se fueron a peor desde entonces. Su hermano hizo cosas por las que debería
estar en prisión, aunque creo que el castigo que tiene es suficiente. Mucha familia nos dio la
espalda cuando mi hijo y su esposa sufrieron un accidente fatal; y Adam se resintió con ellos,
obligándonos a mudarnos y a tratar de educar a la niña porque nadie de sus parientes quería
hacerlo. Por eso evitamos contarle a Nicole que su padre está vivo, ella querría verlo y puede
ser peligroso… peor ahora que se ha puesto agresivo.63
La mesera que nos atendió desde un principio, apareció con mi croissant de chocolate y con
mi bebida y el café de Gerty. Los dejó en la mesa y sonrió, dejándonos regresar a la
conversación.
—¿Ahora? —pregunté dudosa—. Mmm, Adam me comentó que él estaba muerto.
—¿Te dijo, qué?
Parecía desconcertada, ajena por completo al tema.
—Sí —murmuré con desconfianza. ¿Por qué él me mentiría?—. Adam dijo que... que su
hermano había muerto. Lo mencionó hace meses.
Ella torció el gesto, tomando un sorbo de su café, sopesando contarme o no lo que sabía.
—Bueno... —sorbió una vez más— está vivo. ¿A dónde crees va Adam por las tardes? Tiene
que ir a visitarlo al menos tres veces a la semana; yo lo acompaño cuando creo
conveniente.
—¿Está vivo? ¿Pero por qué me iba a mentir al respecto?
Ella se encogió de hombros, realmente viéndose incómoda con mi pregunta.
Y como siempre, el Sr. Ciento cincuenta misterios atacaba de nuevo. No podía creerlo.
—Tal vez quería ahorrarte ese mal trago. Aarón no está respondiendo muy al tratamiento;
resulta doloroso verlo sufrir de esa manera —se detuvo, ahogando lo que bien podría ser un
sollozo—. Es una persona muy peligrosa…
—Quisiera conocerlo —solté de repente.
Gerty se quedó paralizada por un momento, sorprendida y asustada.
—Anna, no sabes lo que me estás pidiendo. De verdad que si Adam te dijo que él estaba
muerto fue para protegerte; cariño, él no está bien de la cabeza…1
—Quiero verlo —exigí de manera terca— no es necesario que Adam se entere. Me parece
un poco injusto que la niña no sepa que su padre está vivo pero… lo entiendo. Y no soy ella,
creo que puedo manejar la situación. Por favor, quiero conocerlo.51
Ella sopesó por un momento mi petición, torciendo el gesto y mirando en dirección a su café.
—No sé… si mi nieto se entera, me mata. Tienen controles de visitas, él podría darse cuenta
y…
—Por favor —supliqué— solo será por esta vez. Yo misma le diré a Adam que fue mi culpa,
en caso de que pregunte.2
Gertrude se miraba vacilante, mordiéndose el labio mientras asentía con la cabeza.
Sonreí con suficiencia cuando finalmente aceptó presentármelo.
—Entonces vamos ahora —ofrecí.1
—¿Qué? —Su rostro se volvió blanco papel—. Anna, no… ahora no. ¿No crees que deberías
pensarlo mejor?
—No, quiero conocerlo ahora. A menos que Adam se encuentre ahí; no me ha respondido
ninguno de los mensajes que le envié.
Ella resopló, como si estuviera utilizando mi última carta a favor; y de hecho, lo estaba
haciendo.
—Bien. Hablaré a la institución. Pero eso sí, es media hora de viaje, ¿estás dispuesta a
hacerlo?
—Definitivamente.
—Mmm… sigo sin estar segura. Creo que esto no es buena idea, querida.
—Necesito conocerlo, hablar con él —entender un poco más a Adam y su reticencia a
decirme cualquier cosa sobre su hermano.50
En esos momentos aceptaría cualquier trato o pequeña dosis de información que él me
regalara; olvidé momentáneamente mi enojo por el asunto de los trillizos, y me enfoqué en lo
que no me estaba diciendo Adam en todo este tiempo.
—De acuerdo, pero te recomiendo mejor que vayamos mañana —volvió a insistir ella.
—¿Por qué? —pregunté con cierta sospecha.
—No puedo decírtelo. Me hicieron prometer que no te diría nada…
—¿Nada de qué? ¿Qué está pasando?
—Oh, no te alteres, no es algo malo. Tus amigas te tenían una sorpresa para esta noche, y
visitar a Aarón nos puede tomar mucho tiempo. Yo sé lo que te digo.
—¿Una sorpresa? ¿Qué…?
—Mis labios están sellados —ella cortó con un movimiento de mano.
—¿Cómo? No, yo no soportaría otra sorpresa por el resto de mi vida —negué con la cabeza—
. Nop.
—Pues…
                                  

Prohibido obsesionarse de Adam WalkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora