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La noche había cubierto como si de un manto se tratase al pueblo de Karmaland. Como la luz del lugar no era demasiada se podía apreciar perfectamente el cielo estrellado y la brillante luna. 

Pero también, desde la oscuridad, las profundidades del bosque y las peligrosas cuevas, comenzaba a surgir la maldad. 
Verdosas criaturas explosivas, esqueletos habilidosos con el arco, zombies sedientos de carne humana y grandes arañas que trepaban por doquier. Eran el terror de Karmaland y, a su vez, una batalla que no requería ni un mínimo esfuerzo por parte de los héroes.

Le habían dado esa tarde libre para que pudiese construirse un pequeño refugio, pero estuvo más tiempo explorando que recolectando materiales y, eso, fue una gran equivocación. Estaba completamente solo y alejado del pueblo, caminando por allí en busca del lugar perfecto, ignorando los monstruos que iban acercándose cada vez más a él. 

El sonido de un arco trajo consigo un dolor en el brazo izquierdo de Jack que le obligó a quejarse, volteándose inmediatamente para descubrir cual de todos los gilipollas que vivían en Karmaland había sido. Pero nadie estaba allí. 

Sacó la flecha de su brazo y la sangre comenzó a brotar, pero no era la suficiente para alarmarle. 

—¿Quién eres gilipollas? ¡Sal de ahí! —gritó enfurecido acercándose con pistola en mano, listo para disparar, pero lo que salió de entre los árboles le dejó totalmente paralizado. 

Era como de película, un esqueleto caminaba hacia él con el arco tensado, listo para volver a atacar. 

Salió de su ensueño y le disparó con el arma. 

1. 

2. 

3 disparos. Él esqueleto seguía igual. 

Reborn ya estaba listo para dispararle por cuarta vez cuando un dolor se instaló en su espalda, justo entre sus omóplatos,  y sintió como un ardor inmenso se esparcía por todo su cuerpo. Otra flecha, esta voló por su costado sin siquiera rozarle y dio justo en el tétrico esqueleto, desvaneciéndolo en el aire y dejando caer algunos huesos y flechas. 

—¡Toma! —gritó alguien a sus espaldas haciéndole voltear con dificultad. 

—¡Pero Auron! ¡¿Qué has hecho?!

Allí, frente a él, habían dos hombres, ambos con un arco. 

—Le has dado de lleno al tío —volvió a hablar un chico de coleta anaranjada. 
Era pálido, con unos brillosos ojos verdes y una hermosa cabellera que parecía llegarle hasta la espalda baja. El desconocido (para Reborn) vestía una camisa de manga corta verde que estaba metida en unos pantalones tiro alto amarronados que, a su vez, estaban doblados en los tobillos dejando a la vista sus zapatillas. 

El otro, que parecía llamarse Auron, era levemente moreno, con el pelo castaño oscuro en punta y una llama que hace rato le estaba llamando la atención. Vestía una sudadera blanca, vaqueros negros con un pañuelo a cuadros amarillo que estaba en lugar del cinturón y calzaba unas botitas converses negras. 

—Hostia, es verdad —exclamó al notar al hombre herido que les observaba. 

—Pues llévalo. 

—¿Y porqué yo? 

—Porque tú le haz dado. 

—Es que soy malo con el arco, tío —se excusó. 

—Gilipollas —insultó Reborn arrodillado en el suelo, sin entender qué era el ardor en su cuerpo que todavía sentía. 

 —¿No es el nuevo jefe de policía? —preguntó Lolito acercándose y trayendo consigo del brazo a su desganado amigo.

—Ala, que me van a meter a prisión —se quejó. 

Reborn observó atentamente a los dos hombres, asombrándose por verlo sacar un cubo de agua que luego le tiró encima. 

—¡¿Pero qué crees que haces, anormal?! —preguntó enfurecido. 

—¡Relájese abuelo! Solo estaba ayudando. 

—Ahora se siente mejor, ¿no? —preguntó Lolito. 

El superintendente Conway no lo había notado, pero ahora se sentía mejor. 

—¡Y no agradece! —se quejó Auron obteniendo una mala mirada por parte de su mejor amigo. 

—Si le haz disparado tú. 

Conway se levantó quitándose los lentes ya que, como el cristal estaba húmedo, no podía ver con claridad. 

Auron ofendido, y de brazos cruzados, observó con atención al hombre empapado y quedó embelesado. Le parecía atractivo, la dureza de su mirada y el firme cuerpo que poseía habían logrado capturar su atención. 

«Al final no es el único mojado», pensó Auron. 

—¿Eres el nuevo policía? Yo soy Lolito, y él es Auron.

—Soy el superintendente Conway. 

—¿Dónde vives? ¿Te gustaría que te acompañemos? —preguntó interesado Auron y su llama pareció volverse más grande y brillante. 

—Llegué hoy, y un barbón dijo que debía valerle por mi mismo. 

—Ese Merlon es un viejo verde, seguramente iba a ir a toquetearte —bromeó Auron. 

Lolito, sintiéndose ignorado por su mejor amigo, frunció el ceño. 

—¿Pero qué dices? Mariconetti. 

Auron sonrió encantado ante el ataque del otro. Lolito, simplemente, se enfureció más. 

—Podrías ir a dormir en una de las casas del pueblo —aconsejó el chico con coleta. 

—¿Pero qué dices? ¡El Conway pa' mi! —exclamó el más bajo de todos. 

—Superintendente Conway para ti, capullo. 

—¿Ves? Ya quiere ser mío. 

—Gilipollas —volvió a insultar Reborn. 

Ambos hombres hubiesen seguido discutiendo si no fuese porque el celular de Lolito comenzó a sonar al recibir una llamada de su amado Mangel. 

—Hola mi niña —saludó contento. Los otros dos permanecieron en silencio mientras Lolito hablaba cariñosamente con su novio. 

—Chicos, debo irme, Mangel me está esperando con la cena lista —avisó sonriente al finalizar la llamada— Auron...hagas lo que hagas, trata de no liarla. 

Y, finalmente, se fue. 



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