«El Recuerdo De La Canción De Saray»

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El Petricor me recuerda a esa canción que le encantaba tanto a mi amiga Saray. La que tenía un ritmo pegadizo y que la cantaba un chico bastante lindo. Esa que nunca supimos qué significaba porque estaba en otro idioma. Eso sí, en las tardes frías en las que estudiábamos geografía hasta las tantas, cantábamos a coro la parte de decía una frase que nunca me importó tanto como hoy:

"Recuerda que todos mueren, así que sonríe"

Por la madrugada cuando mi pecho tiene un dolor extraño y los falsos augurios de muerte que inventa la paranoia me invaden, recuerdo esa frase y me pongo a llorar por mi miedo interno a irme sin terminar nada. En la madrugada es cuando grito en silencio esperando que alguien llegue de la nada y me hable, o que llegue un mensaje desde el otro lado del mundo. Pero no cualquier mensaje, no cualquier persona, sino mi amiga Saray diciendo que recuerda esa canción y que tiene ganas de finalmente buscar una traducción en catalán que ambas podamos entender.

Pero no viene nadie, y entonces me entran ganas de revivir los recuerdos mas extraños que tengo con ella. Me entran ganas de levantar la rejilla del alcantarillado del estacionamiento y recuperar el brazalete de plástico que no vale nada; me dan ganas de mojar la punta un lápiz de color y dibujar en su mano algo estúpido como un pene o una carita feliz cuando esté desprevenida; me surgen ganas de cargar una bolsa pesada llena de vegetales y burlarme del olor a mariguana que sale de la casa de la vecina del quinto; me invaden ganas de darnos codazos juguetones y disimulados mientras fingía poner atención al cura en la misa de los domingos...

Simplemente recuerdo eso de que no he hablado con Saray en mucho mucho tiempo, y ahora que la casa se siente vacía y las sillas no tienen los razguños de su gato en la madera, me siento libre de querer disculparme por un motivo que desconozco. Claro, con tal de que el merengue que suena por la radio deje de dar asco y vuelva a convertirse en una alegre melodía para despertar cada lunes. Con tal de que ella vuelva a mi vida, incluso sin estar literalmente a mi lado.

Es irónico pensar ese remolino de emociones porque mis recuerdos extraños no eran tan tan extraños para ella. Ella siempre perdía sus brazaletes en el alcantarillado porque los compraba demasiado grandes; ella siempre se reía cuando garabateaba estupideces en su mano; ella se preocupaba por la vecina del quinto que probablemente fumaba mariguana; y ella sí le ponía atención al cura en la misa de los domingos. Cuando cantábamos esa frase de la canción yo me preguntaba por qué todos morían y por qué debían sonreír por eso. Saray se preguntaba si aquellos que no morirían tenían prohibido sonreír.

Cuando el frío se siente en la punta de mis orejas y el sol comienza a iluminar el cielo dándole un azul más juvenil, puedo sentirme más tranquila. Con el lugar estando iluminado y sabiendo que hay vida en la ciudad, puedo poner la cabeza en mi almohada y dormir pensando en teorías del último videojuego que jugué, y finalmente descansar.

No quiero que sea así, pero me quiero convencer de que esté ciclo se detendrá cuando Saray vuelva a ser ella, y vuelva a estar en casa.

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«"A la Vuelta de la Esquina" y Otras Serendipias Hechas Cuentos»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora