Prologo

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El frío que sentía en los músculos hacía que le costara caminar, su cabello estaba mojado y la pequeña bata que cubría su cuerpo no bastaba para protegerla, sentía sus labios temblando y el amplio pasillo por el que deambulaba perdida, le daba escalofríos. Sobre todo por la cantidad de puertas, no se atrevía a entrar a ninguna porque no le daban una buena sensación. Su mente estaba algo difuminada por el dolor palpitante que le acaecía, el pasillo parecía no tener fin, sin embargo, después de unos minutos se encontró frente un gran ventanal marrón, la madera lucía vieja y sucia, era algún tipo de recepción porque encontró un pequeño timbre sobre la superficie y vio dos sillas blancas de su lado. Hundió el pequeño botón y el sonido de ''Fur Elise'' inundó la pequeña estancia, algo tétrico a decir verdad.

No apareció nadie, así que giró sobre sus talones para inspeccionar el lugar con la mirada, el frío había ido abandonando su cuerpo para darle paso al calor. Observó la que sería la última puerta del lugar, el material del que estaba hecho era gris, una mala elección porque realmente parecía estar llena de hongo, dando el aspecto de que podría caerse en cualquier momento. Un sutil, pero notable carraspeo en el silencio le hizo dar un respingo y volver la mirada hacia la ventana, una mujer anciana la miraba por encima de sus gafas.

Viktoria la observó hasta que le pareció que era grosero de su parte, notó que llevaba un gafete donde se leía Helga, también se aclaró la garganta para dirigirse a ella

— ¿Qué es este lugar?

— Permíteme ver tu brazalete.

— ¿Qué braz...? — Viktoria miró su mano y se quedó muda, podría jurar que hace unos instantes no tenía nada, además era algo extraño, parecía impreso en su piel, como un tatuaje.

La mujer la miraba con impaciencia, así que extendió el brazo hasta dejarlo a la altura de sus ojos, ésta a su vez, sacó un pequeño aparato proveniente de su abrigo y la leyó como si se tratara de un producto.

— Bien, te vas por aquí. — se dio la vuelta y desapareció de la ventana. Cuando regresó, tenía ropa gris en sus brazos. — Ponte esto, ven acá.

La mujer la guió a una puerta que Viktoria no había notado, era un pequeño cuarto, fácilmente podría haber sido donde guardaban las escobas, pero ahora acondicionado para ser un vestidor. Empezó a quitarse la ropa, no sabía qué hacía ahí, pero por alguna razón no sentía necesidad de irse. El uniforme constaba de una camisilla blanca, un suéter gris y una sudadera amplia del mismo color, era una tonalidad muy sobria, pero funcionaba.

Cuando salió del lugar, se preguntaba cuánto tiempo había estado dentro del armario, pues las sillas estaban ocupadas por otras dos mujeres ancianas. Ellas no se inmutaron en verla, sólo hablaban entre sí. No sabía qué hacer a continuación así que solo se quedó esperando recostada a la pared.

Vio a una chica rubia acercarse con la misma bata que había tenido al principio ella, lucía desorientada y temblorosa.

— Hey, ¿qué es este lugar? — Le preguntó la recién llegada.

— No lo sé — Vicktoria se encogió de hombros, aún examinandola con los ojos.

— Tú — Dijo Helga para dirigirse a la chica nueva — Dame tu brazo.

La chica miró con extraseña a Viktoria, quien la estaba analizando todavía, tenía el cabello corto, rizos sueltos, labios rosados y ojos café.

— Eh, tú. Acompaña a la rubia para que se cambie de ropa.

Viktoria hizo caso y se metió con ella, en ese momento una angustia iba creciendo en su interior.

— ¿Cómo te llamas? — Preguntó Viktoria.

— Hanna ¿tú? — Le preguntó ella devuelta

Ella respondió y la animó a que se pusiera el uniforme, confeccionado igual, pero de color azul.

— Debemos irnos de aquí. — Le apremió Viktoria.

— ¿Eh? — Hanna estaba confundida desde antes, pero ahora mucho más por la actitud de su acompañante.

Viktoria vio el reflejo en la puerta de una joven con la misma contextura que su compañera, rubia, estatura mediana y delgada. Podría decirse que era la misma, pero a menos de que tuviera una gemela, le parecía imposible lo que estaba viendo. Se acercó a la puerta pero al abrir no encontró nada, sólo la pequeña sala de espera y las mismas personas de hacía unos minutos. Cada vez que cerraba, seguía viendo a la joven y cuando abría, desaparecía.

— ¿No ves lo que yo veo? — Le preguntó asustada.

— No. — Hanna tenía una expresión interrogante mientras se subía la sudadera.

— Abre la puerta — Le ordenó la morena.

Hanna dudó unos segundos y luego, con mano temblorosa, procedió a abrirla. No había nada, soltó el aire que estaba conteniendo, pero fue muy rápido. Una figura igual a ella, sin ojos ni boca se posó frente a ella, estiró el brazo para agarrarla pero Viktoria la atrajo hacia dentro con premura.

— ¡Dime que ahora sí lo viste! — Exclamó.

— S-Sí. — Tartamudeó la rubia.

La figura al parecer no podía entrar y a pesar de carecer ojos, parecía que las miraba fijamente, a punto de atacar. Bajó el brazo que tenía levantado y simplemente se quedó allí de pie sin realizar movimiento alguno.

— ¿Esa soy yo? — Preguntó Hanna.

— Pues... luce muy parecida a ti. — Viktoria le respondió a la par que se acercaba cautelosa al cuerpo sin rostro. Ella estiró el dedo para tocarla.

— ¡No lo hagas! — Le dijo desde atrás Hanna, pero ya era tarde, Viktoria la había tocado y de inmediato la figura cayó al suelo como una muñeca de trapos, todo el cuerpo se prendió en llamas y se retorcía cual cucaracha.

Las chicas se alejaron del fuego, que por suerte no se extendía a ningún otro lado, las dos ancianas que se encontraban afuera por fin posaron la vista en ellas y fue una mirada de completa desaprobación.

Letalis ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora