CAPÍTULO II

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Shinatorn llegó a casa

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Shinatorn llegó a casa. Aún llevaba puesto el traje negro con camisa blanca que usó en la graduación, pero olvidó su toga en algún lugar. Sus padres veían televisión en la sala de estar y su madre —al percatarse que no la llevaba consigo —le preguntó:

—Shin, ¿Dónde está tu toga?

—¡Creo que la olvidé en el autobús cuando regresaba a casa, madre! —Zapateó por los nervios.

—¡Shin, por qué eres tan descuidado! ¿Sabes todo el trabajo que me costó confeccionar esa toga? Me hubiese gustado guardarla como un recuerdo de tu graduación —recalcó desilusionada.

En medio de aquella interacción —que sonaba casi a regaño—, Shin no dejaba de pensar en el accidente y las terribles consecuencias que trajo consigo a la vida de Kengchai.

—¿Shin, dónde has estado? ¿Por qué llegas a esta hora? —preguntó el padre sin dejar de ver la televisión.

—Estuve celebrando con Bright y Pramote, padre, ya que no nos vemos mucho. Estuvimos hablando por mucho tiempo sobre muchas cosas...

—¿Tienes hambre, Shin? ¿Te preparo algo de comer? —interrumpió la madre.

—No es necesario, madre. Bright compró mucha comida para Pramote y para mí. La verdad me siento cansado, les pido permiso para ir a descansar a mi habitación.

—¡Ve, hijo! —Sonrió el padre—. Debes estar demasiado cansado por el día de hoy.

El chico subió a la habitación, se despojó de la ropa y se dio un baño. Al secar su cabello frente al espejo notó que se vistió con la pijama «Sugarduck», la misma que usó Kengshai cuando durmió en esa pieza; una sonrisa se coló en su cara al recordar la graciosa escena. El cansancio se volvió pesado, más la preocupación y la incertidumbre le impedían conciliar el sueño, como un zombi del insomnio. El haber ocultado a sus padres lo ocurrido ese día le hacía sentir culpable, pero era lo más prudente, lo más sabio, lo mejor. Confundido y sin poder dejar de pensar optó por llamar a Pramote.

—Pramote, ¿Estás ahí? ¿Puedes hablar? —susurró.

—¿Shin? ¿Por qué susurras? ¿Qué ocurre?

Shinatorn relató a detalle los hechos desencadenados unas horas atrás, haciendo hincapié en su sentido de culpabilidad por las fatales consecuencias, además de la mentira a sus padres.

—No debes sentirte culpable, Shin —dijo Pramote—. De alguna manera P'Keng, al haberte salvado de ese accidente, pagó un poco de su culpa. No me alegro por lo que le ocurrió, pero digo, la vida es justa...

Se escuchó un ¡cof, cof! al otro lado de la línea.

»En cuanto a tus padres, pienso que habría hecho lo mismo. No creo que contarles lo sucedido haya servido de mucho, al contrario, sería revivir un pasado doloroso...

Se escuchó otro ¡cof, cof!

»No dejo de preocuparme, Shin, pero ya eres un adulto, un hombre que ha pasado por momentos muy difíciles y ha sobrevivido. Confío en lo que harás. Solo no olvides que cuentas conmigo. Ahora debes descansar, has tenido un día muy largo.

—Muchas gracias por escucharme, Pramote —respondió—. En realidad me sentía muy agobiado y tus palabras me ha hecho sentir mucho mejor.

La llamada con su amigo cercano terminó. Tras estar inquieto sobre la cama observando las figuras reflejadas en el techo por la lámpara de noche, logró conciliar el sueño. Pero aquellas palabras que mencionó Pramote no dejaron de dar vueltas en su cabeza.

«De alguna manera P'Keng, al haberte salvado de ese accidente, pagó un poco de su culpa».

Los ojos de Kengshai se clavaron en él antes de ser golpeado por el auto. El estridente ¡Ñiii! de un frenazo lo despertó. Se sentó en la cama; era solo una pesadilla. Faltaban dos horas antes del mediodía y la intención de ir al hospital palpaba en su pecho. Pensaba como hacerlo, pues los padres de Kengchai no permitirían que se acercara, mucho menos que lo viera.

«Iré al mediodía, quizá ellos salgan a comer; no, mejor iré cuando caiga la tarde, quizá ellos vayan a descansar...».

Bajó a la sala, pero nadie estaba en casa. Su padre cumplía con el horario de trabajo y su madre se ausentó dejando una nota pegada en la puerta del refrigerador.

«Shin, tuve que salir a comprar algunas cosas que necesito en casa. Dejé un sándwich en el refrigerador por si tienes hambre. También preparé la bebida que tanto te gusta. Te quiero».

Hambriento, comió el sándwich y bebió su batido con ligereza; subió a ducharse y cepillarse los dientes. Mientras hacía esto último, frente al espejo del baño, recordó a Keng adormecido sobre sus propios brazos en la banqueta de la universidad cuando le dio su primera tutoría. Su corazón agitado sucumbió ante aquel recuerdo y presto se vistió para ir al nosocomio.

Sus pies lo llevaron a recepción, sin embrago los padres de Kengchai esperaban sentados justo a unos metros del cubículo. Retrocedió sigiloso y se quedó espiando a un lado de la pared del pasillo que coincidía con esa área.

Esperó por varias horas, fisgoneando de vez en cuando, más la pareja no daban señal de retiro. Cuando la madre entraba a cuidados intensivos, el padre esperaba sentado y viceversa. Ya sin esperanza, notó que la noche aplastaba los últimos rayos de luz vespertina. Dio la vuelta y vio un hombre acercarse por el pasillo: ¡sorpresa! era nada más y nada menos que el médico salvador y causante de la tragedia.

—¡Oye! ¡Tú eres el chico de ayer! ¡El otro involucrado en el accidente! —exclamó sorprendido.

—¡Si, doctor! Permítame disculparme por todo, fue culpa de nosotros, sobre todo mía. Mi nombre es Shin. Ahora estoy aquí para saber de él porque no he tenido noticia alguna. ¿Podría decirme como se encuentra, por favor?

—Sí, bueno... te lo diré porque estuviste con el joven cuando ocurrió el accidente, ya que no estoy autorizado a revelar esa información a cualquier persona, solamente a los familiares más cercanos.

—Entiendo, doctor—cruzó sus brazos por delante y apretó su dedo índice con la mano.

—Keng se encuentra en cuidados intensivos; sufrió fracturas en varias costillas, una dislocación en su hombro derecho y varios golpes considerables en el cuerpo, sin embrago, eso no es lo más preocupante —Tocó su barbilla como analizando la situación y continuó—. Sufrió una lesión en su cabeza y perdió mucha sangre; fue llevado a sala de operaciones para corregir el daño, pero entró en estado de coma. No sabemos cuándo despertará o si lo hará y, en el peor de los casos, podría tener daños irreversibles. Si tienes fe pide por su salud, ya que humanamente hemos hecho todo lo posible para salvarlo.

Esas palabras se clavaron en el corazón de Shinatorn. El rostro impotente de Keng antes de partir en su último encuentro se clavó a su mente y lastimaba con sus pequeños alfileres adheridos a la memoria.

—Doctor, ¿Podría mantenerme informado del estado de P'Keng, por favor? Si es posible —suplicó apesadumbrado.

—¡Por supuesto, Shin! Puedes acercarte al hospital y preguntar por mí, soy el doctor Day Khamchoo—Miró su reloj—. Bueno, debo irme, mis pacientes me esperan.

Shin hizo una pequeña reverencia y se alejó. Aunque deseaba ver a Kengchai después de conocer el diagnóstico, era consciente que sus padres seguían allí y no lo permitirían. Sin más que poder hacer y sin motivo para permanecer a la espera volvió a casa.

THE EFFECT: S2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora