Progreso

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Hace tres años, un muchacho de ilusiones fuertes, sonrisa luminosa y pecas como estrellas en las mejillas, le había dicho que nadie era feliz atado a los anhelos de otros

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Hace tres años, un muchacho de ilusiones fuertes, sonrisa luminosa y pecas como estrellas en las mejillas, le había dicho que nadie era feliz atado a los anhelos de otros. Aquella efímera revelación de su abrupto encuentro —que duró una hora que le supo a eternidad— le había hecho darse cuenta de lo poco feliz que era con su vida.

Por aquel entonces, encausado en decisiones de las que ni siquiera era plenamente consciente, Shoto Todoroki no tenía ni idea de quién era; a quién respondía aquel nombre que le resultaba desconocido. No era feliz, por supuesto, pero nunca se detuvo mucho tiempo a contemplarlo. Estaba demasiado ocupado intentando ser el hijo prodigio, el hijo de un padre estricto, rígido, al que nunca supo llamarle padre.
Demasiado ocupado cargando con el peso de un apellido reconocido que no quería, demasiado perdido arrastrando lastres familiares desde edades tempranas, demasiado ocupado lidiando con rencores que le borboteaban en la garganta, demasiado ocupado intentando ser todo lo opuesto a lo que le decían, llevándole la contraria a su progenitor. En fin, en algún punto de aquel desdichado camino, Shoto había dejado de ser Shoto (si es que en algún momento supo quién era Shoto). Era una causa perdida, como sus dos hermanos. Alguna vez se preguntó si acaso Fuyumi en algún momento se convertiría también en una. Afortunadamente hasta el momento no había sido así, y lo agradecía, pues su querida hermana era probablemente lo único que lo mantenía a flote.

Hasta que conoció a Midoriya Izuku. Uno en cualquier instancia habría pensado que una hora no bastaba para que una persona se convirtiera algo realmente relevante en la otra persona. Pero Izuku tenía esa magia. Esa capacidad demasiado asombrosa de plasmar su recuerdo a viva piel, tanto que un breve momento de reunión podría durar meses en el recuerdo. Quizá era por el peso de las palabras que le dió, quién sabe, pero le gusta pensar en que también esa era la esencia de aquel. Habían pasado tres años y aún podía rememorar la nítida imagen de su rostro sonriente y las claras palabras que había recibido, esas que fueron un soplo de libertad instántaneo. Y quién sabe porqué, ya que ni siquiera eran amigos, pero Todoroki le había prometido en aquel momento cambiar; ser él, o al menos, encontrarse, los años que le costase.

Evidentemente ahora le sabía mal porque sentía que no había podido cumplir aquella vieja promesa que en realidad ni siquiera le prometió (probablemente él ni siquiera se acordase de su existencia). Había hecho algunas cosas pero seguía teniendo miedo. Miedo a enfrentarse a su padre, miedo a verse en el espejo y reconocerse, miedo a tomar decisiones o a tomar cosas que le pertenecían, pero que se autoconvencía de que no. Siempre terminaba huyendo. Era un cobarde completo. Y le parecía irónico, porque siempre intentaba esquivar las emociones, demasiado frívolo, lejano. La gente pensaba en él como alguien valiente, calculador y apático. Pero era una vana mentira, una fachada estúpida porque en realidad tenía miedo y angustia, y rencor y enfado, vacío y congoja. Demasiado para poder lidiar en el exterior.  Izuku le había dicho que tampoco podría ser feliz si se ataba él mismo. Y Todoroki le dió la razón, sólo que aún no estaba demasiado preparado para librarse de todo (o no sabía cómo, realmente). Buscaba respuestas y sólo hallaba dudas y reproches.

Mil vidas |TodoDeku Week 2020|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora