Cerca de un faro

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       Esto ya no era el paraíso, en realidad parecía estar muy lejos de serlo, y se preguntaba si alguna vez lo había sido. Lo peor había sido el momento cuando sintió el metal de las esposas cerrarse alrededor de sus muñecas. Nunca imaginó llegar a estar en esa situación. Por breves instantes recordó las marchas contra el gobierno, organizadas por los estudiantes universitarios en sus épocas de colegio. Había visto por televisión cómo la fuerza policial abusaba de su poder, golpeaba a los manifestantes y los arrestaba por el solo hecho de tratar de defenderse. Durante su último año en la secundaria, pocos meses antes de viajar a Canadá, había participado en una de esas marchas en compañía de su novio. Él era un año mayor y ya cursaba su primer año de derecho en la Universidad de Atenas. Protestaban por los recortes en el presupuesto de educación. Era una mañana soleada con una temperatura bastante agradable y,según sus cálculos, más lo que la televisión diría esa noche, habría más de veinte mil manifestantes participando de la marcha. Todo parecía estar bajo control hasta el momento en que una pelea entre algunos miembros de la policía y un grupo de estudiantes rompió con la relativa calma reinante. Detestaba la violencia, y mucho más si ésta provenía de funcionarios los cuales, gracias a su cargo, deberían actuar para evitarla y no para hacer parte de ella. Trató de convencer a su novio de alejarse del lugar, pero éste se negó, al ver cómo algunos de sus amigos estaban involucrados en la pelea. Lo siguiente fue el momento cuando su novio le soltó la mano y salió corriendo en auxilio de sus compañeros. Llevaba tres meses saliendo con él, y realmente lo quería; no querría verlo lastimado o arrestado. Corrió detrás de él con la idea de hacerlo entraren razón, pero antes de alcanzarlo, su novio ya participaba en la pelea. Trató de sujetarlo del brazo y convencerlo de regresar con ella, pero él parecía no escucharla, parecía estar poseído por una fuerza más poderosa que cualquier súplica o razón. Se dio cuenta de la imposibilidad de hacerlo entrar en razón,pero justo cuando decidió retirarse del lugar, sintió cómo su novio, uno de sus compañeros y ella, eran atropellados por un grupo de más de cinco policías, quienes sin medir su fuerza, los tiraron al piso y los obligaron a tenderse boca abajo. Sintió el miedo jamás sentido en sus diez y siete años de vida al sentir la rodilla de uno de los policías en su espalda. Con su mejilla derecha contra el pavimento alcanzó a ver cómo su novio era esposado por uno delos policías e imaginó que segundos después ella correría la misma suerte.


Tiempo después...


–¡Welcome to Vancouver! –fueron las palabras del agente de inmigración antes de sellar una de las páginas de su pasaporte.

–Thank you –dijo Pablo con una inmensa sonrisa mientras guardaba su documento en el bolsillo interior de su chaqueta. Recogió su maletín de cuero negro y se encaminó en busca de los carruseles en busca de sus maletas.

El viaje había sido largo y agotador. Más de cuatro horas de vuelo entre Bogotá y Ciudad de México, una escala de más de tres horas en el Benito Juárez, y otras cuatro horas entre el DF y la ciudad más grande de la provincia de British Columbia. Mientras esperaba la salida de sus maletas, con los ojos puestos en un aviso encargado de promocionar una reconocida cadena hotelera, pero con su mente a miles de kilómetros de distancia, recordó los sucesos que lo habían traído a ese lugar: << ¿Entonces tú pretendes que lo deje todo botado y me vaya a vivir contigo?>> Le había dicho Jimena, su novia de cabello castaño hasta los hombros, grandes ojos marrón y figura de modelo, con quien había estado saliendo durante los últimos tres años. <<Solo creo que ya es hora de dar un paso hacia adelante, y hablo de matrimonio, no de unión libre>> le había respondido él, cerrando la pequeña caja forrada en terciopelo azul, llevando en su interior el anillo de compromiso que ella se había negado a aceptar. En aquel momento llegó a una conclusión: había tenido suficiente, había llevado su paciencia a su máximo límite, era hora de cambiar. Habían sido tres años de relación con la administradora de empresas, tiempo perdido entregado a quien pensó era la mujer de su vida. No habían servido de nada los momentos especiales, la entrega total, las muestras de compromiso, su inquebrantable seriedad en la relación y mucho menos su inmensa fidelidad. No quería continuar en la posición de novio eterno esperando por meses, los cuales se convertirían en años, el momento en el cual su compañera decidiera estar lista a evolucionar y a dar un paso adelante. A sus treinta y dos años no estaba para perder el tiempo con alguien que al parecer no compartía sus mismos intereses. Ella, con veintiochos años a cuestas, parecía querer concentrarse en su carrera dentro del mundo de la especulación de títulos y acciones, en sus amistades, en la vida social, y en disfrutar de las aparentes ventajas propias de las mujeres solteras. Él se había dado cuenta desde los primeros días de la relación cómo era la vida de ella, y sin embargo había tenido la esperanza de ver un cambio con el pasar del tiempo. Pero ahora era obvio que todo había sido una ilusión, algo más basado en el deseo y no en la dura realidad. Con la pequeña caja en su bolsillo, pagó la cuenta de la cena, se despidió secamente y salió del restaurante en busca de un taxi que lo llevara a su apartamento.

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