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—Para mi soledad.
Los recuerdos de aquella noche la atormentaron por años, pensaba que lo sucedido era su culpa, y el terror sucumbía su cuerpo junto a la fría ansiedad que congelaba su piel.
Le asustaba respirar, sentía soledad al cerrar los ojos, puesto que nunca fue una chica de dormir con sonidos, prefería prender la televisión de su cuarto y escuchar la tele venta que a escuchar aquellas cadenas de su mente.
Sacudir la cabeza intentando alejar aquellos pensamientos era frustrante, y caminar encima de aquellos puentes le causaba nervios.
Aquella ansiedad la aterraba, le quitaba la respiración, observaba el lago e imaginaba que los problemas acabarían ahí. Pero nunca tomó el impulso de terminar eso, siempre retrocedía varios pasos y seguía de largo hacia la escuela.
Sus momentos favoritos eran cuando el ruido del exterior le prohibía escuchar su propia cabeza. Amaba escuchar cuando su mejor amigo le contaba sobre su día o cuando su compañeros de clase comenzaban a jugar en la ausencia del profesor.
Detestaba estar... en silencio e inmóvil.
Le aterraba cuando su habitación quedaba en plena oscuridad y tenía que buscar el interruptor para prender la luz, detestaba cuando la hora de programación del canal de televentas finalizaba.
La soledad le aterraba, ella tenía miedo de sí misma.
