El viaje

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El trayecto hasta París resultó ser un cúmulo de emociones, que no dejé tras de mí después de cerrar la puerta de la que había sido en parte mi casa. Aunque nunca la sintiera como tal. Allí en aquel barrio de Acacias, había vivido los mejores y los peores momentos de mi vida, sin contar lo sucedido en Valdeza. Pero ahora subida en el tren al lado de la mujer de mi vida, solo quería recordar lo bueno. Porque también he sido muy dichosa. Empezando por el día que nos conocimos. Nuestra historia no comenzó con buen pie...literalmente. Ahora pienso que mi tropiezo fue necesario para que yo fuera capaz de mirarla a los ojos, aunque muerta de la vergüenza. De otra manera quizá ni ella se hubiera fijado en mí...de aquella manera. Recuerdo la calidez de su mano, su sonrisa y una mirada llena de luz que me atravesó por completo. En los segundos que estuvimos mirándonos se detuvo el tiempo. Esa fue la primera vez...de muchas, pues mirarnos y perdernos en la otra sin que nadie exista es nuestro pasatiempo favorito. Desde ese instante el nombre de Maite Zaldúa se grabó en mi mente, y después poco a poco, fue llenándome hasta llevarlo tatuado en cada poco de mi piel.

Debo de estar sonriendo embobada por cada recuerdo, pero Maite parece no percatarse, pues su mirada se encuentra perdida en el paisaje tras la ventana. ¿En qué estará pensando? ¿Tendrá también sentimientos como los míos? ¿La removerán los recuerdos como a mí? Pienso preguntárselo cuando lleguemos a su estudio.

Su estudio...

Nunca me había sentido tan en casa como entre aquellas cuatro paredes. Todo lo que sentí, lo que viví, lo que aprendí...fui madurando entre aquellos lienzos, en cada trazo, cada palabra, cada mirada infinita que nos dedicábamos, incluso cuando aún ni yo era mínimamente consciente de la semillita que crecía en mí.

Una semilla que afloró por primera vez el día que, desatendiendo sus deseos, me lancé a revelar el cuadro que tanto recelaba. Recuerdo la tensión entre nosotras. La cercanía de su cuerpo. Su aliento entrecortado sobre mi rostro. El calor que recorría mi cuerpo y esa fuerza que me atraía irremediablemente a sus labios. No sé cómo pudimos mantenernos así varios minutos. Quedé sin aliento cuando se separó y me habló haciendo un esfuerzo titánico. Yo casi no podía vocalizar de lo confuso del momento. Me retiré y aprovechando que le daba la espalda llevé un dedo a mis propios labios, como si a pesar de no haber llegada a besarla lo hubiera sentido. Con la voz aún tocada me "aconsejó" regresar a casa, y yo, que nunca quería marcharme de aquel estudio, me fui fruto de los sentimientos y pensamientos que me embargaban tras aquel acercamiento. Esa noche casi no pegué ojo. No podía dejar de pensar en lo sucedido. Yo, Camino Pasamar había estado a punto de besar a una mujer, y no a cualquiera, sino a Maite. Estaba confundida y temerosa de lo que me estaba pasando. Una lucha interna se libraba en mi interior entre lo que empezaba a sentir por Maite y lo inmoral que era la idea de pensar si quiera, en una persona de mí mismo sexo de esa manera.

Desde aquel día se creó una tensión entre nosotras, que ya existía pero que ahora era más palpable. Lo notaba en las miradas, cuando estábamos cerca, incluso en su voz. A pesar de todo, necesitaba conocer el contenido del cuadro. Era algo superior a mí. No sé qué hizo que Maite cambiara de parecer. La cuestión es que se abrió como nunca ante mí. Esa obra era mucho más que una pintura. Me quedé sin palabras al ver su contenido. Mientras me comentaba cuando lo pintó y el nombre, yo no podía dejar de mirarlo.

-Son dos mujeres que se aman... ¿Qué te parece?

Me preguntó mirándome deseosa de saber qué opinión tenía de aquella obra que tanto significaba para ella. En aquel momento desconocía hasta qué punto Maite se abriría conmigo en la conversación que vino después. La lucha interna que me había asaltado en el acercamiento días atrás resurgió de golpe. Haciendo que dijera palabras en las que realmente ni creía, pero que estaban grabadas a fuego en la sociedad en la que vivíamos y más en aquel barrio y en mi familia. Ella me rebatía una y otra vez, aumentando mi conflicto interno con frases cargadas de una verdad abrumadora.

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