Era sábado por la noche cuando tú y Kj estabais tumbados en la cama mirando al techo y fantaseando con vuestro primer hijo.
— Si es niño, tendremos que ponerle un nombre guay.
— Y si es niña también —decías tú riéndote.
Él se reía igual, pero había algo en esos ojos con los que te miraba, que seguía consiguiendo despertar miles de mariposas en tu estómago.
— Recordemos los nombres porque poco le falta a ese diablillo para salir. —decía, mientras suavemente acariciaba tu tripa, haciendo pequeños dibujos con la yema de su dedo índice.
— A ver, —empezaste— si es chico —sentiste una fuerte patada, pero como ya estabas acostumbrada, no le diste importancia—, Arlo.
— Ajam.
— Y si es niña, Amiria.
— Si.
Sentiste otra patada. Está aún más fuerte, por lo que te retorciste un poco.
— ¿Estás bien, baby?
— Si, si.
Seguisteis mirando al techo. Os encantaba hablar de vuestro pequeño alíen de esa manera.
Sobre todo desde que tomasteis la decisión de no desvelar el sexo del bebé. Así seria una sorpresa y no decoraríais de un color en concreto la habitación del bebé.Desde que te quedaste embarazada, teníais muy claro que ningún color era de chica o de chico, todos los colores son de todos y no tienen género y era cierto. Y así lo queríais, y nada ni nadie iba a hacer que cambiarais de opinión.
Minutos después sentiste una verdadera contracción. El dolor fue tanto, que te tuviste que levantar y ponerte en el borde de la cama. Te tocaste la tripa, te dolía.
— ¿Ha sido una contracción, verdad?
Asentiste. El dolor te había dejado tan mal, que no podías articular palabra.
— Vamos a respirar hondo. Los dos —dijo Apa— Inspiramos —hiciste lo que decía— Y expiramos. Otra vez.
Te relajaste y sonreíste.
— Ha dolido mucho.
— Lo sé, baby. Ahora vamos a contar los minutos que pasan entre contracción y contracción, por si acaso.
Asentiste de nuevo.
Kj Apa cogió el teléfono, y clickeó en la aplicación de reloj. El cronómetro empezó.Nueve minutos después volviste a sentir lo mismo. Pero el dolor fue mucho peor, incluso cuando creías que ya no podía doler más que la anterior.
Gritaste y la cara de Kj cambió radicalmente.— Nos vamos al hospital.
Empezaste a llorar. El momento se acercaba y sentías que no estabas preparada.
Sentías, además, que algo no estaba yendo del todo bien.