mar de cuerpos

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Con pesadez, la caveza gacha, y tristeza en mí alma comenzé a levantar tabla por tabla, en busca de mí mascota, profanando su lecho de muerte

Mientras hacía a un lado las viejas y estropeadas maderas barnizadas y manchadas de oscura sangre cuagulada, vi como cada ves quedaba menos para sacarlo de alli, y eso me estremeció, solo pude pensar en Stephanie y recordar la primera vez que lo trajo a casa, cuando volvía despues de un mes, tras prestar su servicio en Italia, cuando ese país se declaró en emergencia sanitaria y el estado envío personal médico a los hospitales colapsados. Nunca supe cómo se apropió de ese cachorrito de pelaje marrón fuego, flaco y con las orejas mutiladas y mucho menos de la proeza que izo para cruzar con ese saco de pellejo y huesos las fronteras más extrictas y vigiladas del mundo en ese entonsces. pero lo logro, y cuando tubo los pies pisando el suelo de su hogar, me tomo de las manos y me dio el abrazo más fuerte del mundo, para luego, feliz y resplandeciente, como siempre, designarse, orgullosa a presentarmelo, lo bajo de su bolso de mano y el pequeño perrito no tardo en llegar a mis pies, con timides, olfateando mís zapatillas con su panzita al raz del suelo, emitiendo subes y bajos chillidos de emoción mientras sacudía su colita de un lado a otro, mirandome hacia arriba con desconfianza y esos grandes ojos de cachorrito. No estaba feliz de verlo, lo desprecie, rebaje e insulte, también le escupí y lo aleje a patadas. Esa noche discutimos muchos. Quien diría que sería ese el mismo perro por el cual mis ojos querían derramar lágrimas.

Ya podía ver el piso de alfombra marrón claro que alguna vez clave en la base de la casita, ahora teñido de un abundante rojo intenso que lo desbordaba. Quedé atonito al observar aquello, apesar del sangriento esenario y el espantoso hedor a muerte que desprendía, el luga carecía de cadáver alguno.

Deje la delicadeza a un lado y desarme a patadas todo el sitio, las maderas y chapas volaron por los aires, quedando al descubierto el suelo de la casita y una enorme mancha roja de sangre, detrás de ella se allava un camino más difuminado de la misma, como si ubiesen arrastrado algo.

Las huellas húmedas de un cuadrúpedo me indicaron el camino, el perro idiota llevaba con sigo la cadena a rastras y avía saltado el paredón trasero.

Atravesé el pequeño patio corriendo, tuve que saltar un par de veses para esquivar los posos y huesos que sobresalían de entre la tierra, ese perro del demonio tenía el lugar echo un asco mucho antes de que los poseidos irumpieran, pero ahora sí era de preocuparse, con tanta sangre parecía la escenografía de una casa maldita.

El muro que delimita mí propiedad no tiene gran altura, soy un chico que mide 1.82 y la pared de hormigón me llegaba al ombligo, por lo que no me tomaria mucho esfuerzo atravesarlo, apolle la mano sobre la superficie del muro en sima de un enorme charco rojo y me impulse para cruzar al otro lado, el piso retumbó en un sonido gutural y mis pies se undieron como si pisara un trapo mojado, no pude mantener el equilibrio y me fui de lleno al piso, aterrizando con las palmas de las manos, volte rápidamente para ver con qué avía tropezado y al mirar me lleve un susto de muerte, allí en suelo, entremedio de la vegetación se encontraba tendido boca arriba el cuerpo mutilado de un hombre, me incorpore de inmediato y di un par de pasos hacia el.

El muchacho vestía una remera deportiva de color azul, y llevaba puestos unos pantalones cortos de tinte negro adaptados para correr, al momento de percatarme de sus zapatillas, me sentí tentado en quitárselas, eran unas Nike Epic React KitFilk azules con negro, desde el primer dia que salieron al mercado se convirtieron en mí obsesión, si me aparecia con esas zapatillas en el centro comercial, patric se caería de culo, ese viejo guardia de color se esforzaba a diario por recordarme lo vacío que se allavan mis bolsillos cada ves que me las quedaba viendo antes de ingresar a la consecionaria.
Me maldije en vos baja por ser tan precavido, demaciadas películas de terror me advirtieron lo que sucedería al momento de intentar sacárselas, por lo que mire su rostro desfigurado una última ves, los largos risos negros de aquel atleta ricachón le caían sobre el rostro, o bueno, lo que le queda de el, dónde alguna ves tubo los ojos y la nariz ahora solo se encontraba un enorme cráter burbujeante y lo único reconosible que le quedaba eran los dientes de la mandíbula inferior. De pronto un elevado y agudo sonido pitante me sobresalto, mis sorprendidos ojos giraron alarmados en sus cuencas en busca de su procedencia, detrás mío los arbustos comensaron a sacudir sus frondosos y enmarañados tallos y el roze de las ramas provocaron un inquietante sonido que voló hacia mi.

GorgoteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora