Unas vacaciones diferentes.

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Chuuya estaba, como poco, harto de estar encerrado en su apartamento. Y eso que tenía de todo, incluso un gimnasio personal en el que pasaba la mayor parte del día, pero aún así no era lo mismo. A Chuuya le encantaba salir, tanto a hacer deporte como para divertirse. Y ni quería imaginarse la cantidad de papeleo acumulado que debía tener en su oficina, cogiendo polvo porque no lo había pasado a ordenador.

Si bien Mori no había detenido del todo las operaciones de la Port Mafia debido a la situación de pandemia, sí que había decidido que los altos cargos no se moviesen de sus casas como una orden directa. Y Chuuya tenía que obedecer, porque al final ni el propio gobierno le dejaba moverse y su jefe menos. Aún así, era irritante.

Chuuya entendía y respetaba las normas impuestas, pero eso no quitaba el hecho de que fuese extremadamente molesto. Más cuando Dazai se aburría más de lo habitual y estaba llamándole todo el tiempo.

—¡Chibi! —ahí estaba de nuevo—. ¡Me aburro!

Estaba harto de él, pero si le colgaba volvería a llamar. Porque no tenía nada mejor que hacer, y no le sorprendía, porque en ese apartamento de mierda que tenía era perfectamente normal.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Te canto? —rodó los ojos.

—No estaría mal, incluso alguien tan pequeño como tú puede llegar a tener una voz boni...

—Múerete.

—¡Me encantaría! Pero solo si es contigo.

Chuuya se sonrojó. A veces, Dazai soltaba esas burradas sin pensar en las consecuencias de sus palabras.

—¿Y? ¿Me cantarás algo? —dijo Dazai, acomodándose en su cama y ajustando la cámara del ordenador.

—En tus sueños —arqueó una ceja.

Dazai aplastó su rostro contra la almohada que estaba entre sus brazos, y luego volvió a levantar la cabeza con un puchero.

—¡Eres cruel, Chibi! ¡Ya no te llevaré a París!

—¿Me ibas a llevar a París? —preguntó con tono irónico.

—¡Sí, para pedirte...!

De repente, calló. No era común en Dazai quedarse callado de depende, así que eso llamó la curiosidad de Chuuya. Había pensado que era una broma, pero parecía más serio de lo que había pensado.

—¿Pedirme qué?

—Nada, déjalo —Dazai movió una mano con desdén—. Además no importa, porque estamos aquí encerrados.

Chuuya seguía teniendo curiosidad, pero sabía que no sacaría nada si le preguntaba directamente al detective.

—¿A dónde irías?

—¿Qué?

—Cuando podamos salir, ¿a dónde te gustaría ir?

—Eres consciente de que, si llegamos a salir, tendríamos que llevar mascarilla, guantes y gel higienizante a todas partes, ¿no?

—Claro, contando con eso. ¿A dónde irías?

Dazai miró el techo, pensativo.

—Pues no iría a un lugar caluroso, por la mascarilla y tal. Dentro de Japón, supongo que a Aomori.

—¿Aomori? —preguntó sorprendido.

—Es mi ciudad natal, está en una zona montañosa.

Chuuya no sabía que era su ciudad natal. Quizá ni siquiera Mori lo supiese. Dazai siempre había sido muy reservado con sus cosas, así que el hecho de que compartiera eso con él, le hacía un poco feliz.

Tal vez su sonrisa se mostró demasiado alegre, porque Dazai se dio cuenta.

—¿Por qué sonríes? ¿Tan raro es? —preguntó algo avergonzado, lo que hizo a Chuuya reír.

—No, no lo es. Si yo recordase mi ciudad natal, quizá también querría ir.

No tenía recuerdos de los primeros siete años de su infancia, y la prefectura de Yamaguchi en la cual había nacido según lo que había averiguado, nunca le había atraído.

—La tuya está en la otra punta —rio Dazai—. A menos que nos hagamos un recorrido por todo Japón, es imposible visitar ambas.

—Siempre que lo hagamos en coche, cuando quiten las limitaciones, se podrá —razonó Chuuya.

—¿Entonces propones una especie de Road trip?

—Tu inglés apesta pero sí, algo así —rio el pelirrojo.

—¿Y lo harías conmigo?

Chuuya cortó su risa en un segundo ante la pregunta, y se fijó en la mirada seria de Dazai. No estaba bromeando.

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, estamos en una tregua, ¿no?

Ciertamente la rivalidad entre la Port Mafia y la Agencia había quedado en una tregua después de todos los sucesos, por tanto, no pasaba nada porque Dazai y Chuuya fuesen de vacaciones juntos cuando toda la pandemia terminase.

Pero esa no era la respuesta que Dazai parecía esperar.

—Claro, ¿por qué no? —sonrió, pero Chuuya notó que era ligeramente forzado.

—Siempre que me invites a un buen vino, iré contigo a donde quieras —bromeó, pero quizá había parte de verdad en esa broma, y Dazai lo captó.

—Por supuesto, el rico siempre humillando al pobre —dramatizó—. Pero no te preocupes, conseguiré el mejor vino solo para ti.

—Sabes que simplemente lo cogerás de mi casa o lo comprarás con mi tarjeta.

—¿Yo? ¡Qué va! No sé cómo puedes pensar así de mí, Chibi. Me duele en el corazón.

—Te duele porque sabes que es verdad.

—¡Eso no es cierto!

Chuuya rio mientras Dazai seguía defendiendo su postura aunque supiera que no le iba a convencer nunca, y se quedó mirando la manera en la que se movían sus labios, en la que sus ojos brillaban, sin decir nada, sin ni siquiera notarlo él mismo hasta que Dazai le llamó de nuevo y cambió de tema.

Quizá Dazai fuera un pesado, pero Chuuya debía admitir que la cuarentena sería mucho más aburrida sin sus bromas y sus tonterías.

Y sabía que en realidad, no querría pasar las vacaciones con nadie más.

Sin embargo, durante ese tiempo, Chuuya no se acordó de la razón principal por la cual había sacado ese tema y Dazai no se lo recordó.

Y como Chuuya no volvió a pensar en ello no sabía que, después de la cuarentena, en esa ciudad que no recordaba, se llevaría una sorpresa que cambiaría su vida para siempre.

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