-PRÓLOGO-

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Todos guardamos secretos. Algunos insignificantes como la talla de pantalón o la carta de un ex en el tercer cajón de la mesilla. Otros más arriesgados como el vecino casado del 4º A que baja cada noche a tirar la basura al piso de abajo impregnado en One Million, o el camarero de la cafetería de enfrente que cada día roba alguna que otra moneda de la caja para comprar tabaco.

Pero hay otros. Hay otros mucho más peligrosos. Secretos candado, o así los llamo yo. Mientras los guardas mantienen el monstruo encerrado, pero si se desvelan el monstruo escapa y ¿quién no teme a los monstruos? Bueno, yo lo hago. No se si es un miedo inculcado por un padre que guardaba demasiados o si simplemente fui capaz de entender que es mejor temerles.

El problema es que mantenerlos contigo tiene un precio. Se alimentan de ti y poco a poco te das cuenta de que son ellos quienes controlan tu vida y tus decisiones. Están ahí aunque los niegues, siempre expectantes, dispuestos a tomar el rumbo que les permita sobrevivir. Y justo ahí, en medio de todo, estás tú. Ciego, sordo y mudo ante tu propia vida.

Entonces, sin control de todo lo demás, te conviertes en un experto en la que se suponía era tu acción vital más fácil: el arte de respirar

El arte de respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora