Capítulo 3: Más que un plan, un estilo de vida

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La preparatoria es una época importante de la vida, todo tú futuro dependía de ello, incluso aunque el tuyo ya estuviera grabado desde el día de tu nacimiento. Como en mi caso.

Una tarde de Abril mi madre dió a luz a dos hermosos gemelos, los cuales llamó como Venus y Apolo, ella contó que al momento de salir como lo que ella nombra cueva de protección y afecto, mis ojos se iluminaron cuando vi al médico, para mi es algo ilógico ya que se supone que los bebés lloran, pero en mi caso no, y desde ese día mi madre supo que yo sería una casamentera.

Remontándome a mis épocas de preescolar, teniendo la escasa edad de cinco años, yo ya estaba detrás de los niños, literalmente, con mis amigos jugábamos a las traes y perseguíamos al que nos parecía más agradable, obviamente esto no salía nunca como mi pequeña cabecita lo planeaba ya que a esa edad los manifetos masculinos se comían los mocos y te aventaban bloques de juguete.

En sexto grado la situación no había cambiado demasiado, el espécimen masculino no tenía ninguna intención de acercarse al sexo opuesto por miedo a piojos, diarrea o gérmenes, pero que se puede decir, en ese entonces no eran muy listos.

Y como última parada en el sendero del recuerdo, llegamos a mi primer año de preparatoria donde todavía era una adolescente hormonada en pleno apogeo del romanticismo, mi dieta básica era nutrirme de chismes únicamente confirmados por la comunidad infantil, todo era rico en vitaminas y minerales.

Desde miradas, sonrisas, o hasta el mínimo toque de hombros, en mis tiempos libres me dedicaba a sentarme y ver cómo funcionaba el mundo de las relaciones interpersonales.

No era que me causara algún placer extraño invadir la privacidad de las parejas, era simple investigación por un fin que cambiaría la manera de ver a la sociedad.

Me convertiría en la cupido de la nueva generación.

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