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A Sanji jamás le agrado el maldito FBI. Y que estuvieran como cucarachas arrastrándose por cada área de su jefatura le agradaba menos, el odiaba a las jodidas alimañas.

Lo que Kuroashi Sanji abrigaba drenando por su sangre como ácido era puro y neto desprecio. Él sabía que carajos hacían cuarenta pestes creídas del gobierno en un pueblito perdido en el culo de Oda a mediodía revisando cada registro de los últimos tres años que no ocupaban más que un archivero mediano.

Él lo sabía.

Era tan conscientemente de ello como el tipo recostado de su Chrevrolet Malibu 1966 que inútilmente tinto su rareza verde de negro, seguramente pensando, ingenuamente que una mente tan sagaz y cabreada como la suya no lo reconocería. Identificaría al miserable aunque se escondiera entre kilómetros de pasto.

Se paró con brusquedad de la silla, saliendo violentamente de su oficina, pasando como una fiera por los cubículos cuadrados, siendo perseguido por la mirada de su personal anticipando lo que sucedería.

El comisario de Iowa y un alto destacado agente gubernamental se desarmarían en gritos, puños o besos, en gran o menor medida estaban acostumbrados a ese desarrollo e incluso llevaban un pizarrón secreto de apuestas prediciendo cuál de las tres ocurriría primero.

El cielo se desgranaba en una gama de naranjas, rojos y mostazas, el celeste perduraba encima de estos, oscureciéndose en una letanía adormecida, pronto haría frió en Riverside, o eso quería creer, a quien el calor lo hacía sentir todo excepto persona, para ser el atardecer el clima no parecía ansioso por amainar en su cálida estadía y este hecho no ayudaba precisamente a mitigar su ira que subía desde su estómago salvaje, angustiosa, anhelante de poder ser libre luego de callarse por ese medio año que de vida no tuvo nada.

–Pues mira, que tenemos acá.

–Hey.

El raciocinio del rubio por un momento tuvo un síncope.

–Antes que digas otra burrada Zoro. Te esfumaste, la tierra te trago, te fusionaste con las algas del mar y lo primero que me dices... es, eso. Tú estás imbécil o estás desesperado por morir.

No es como si la gente cambiara mucho en un corto tiempo de 194 días y una cuantas horas, tal vez los tintes tuvieran un embrujo o no, para el Roronoa seguía siendo la misma bacteria con la que se revolcó el 31 de diciembre y se eliminó con los antibióticos a la mañana. Es que, no iba a dejar de estar enojado, no podía.

–Veo que sigues siendo tan tierno como siempre.

–No jodas conmigo cactus, no estoy para esa mierda. ¿Qué carajos quieres? Me dices, y te me largas.

–No eres dueño del distrito.

–No –el aparejo en sus hombros se flexiono al estirarlo–. Pero porto un arma.

No iba a detallar la cara cansada, o las ojeras, o las marcadas líneas arrugadas de su frente fruncida, ni los tonos disipados de su piel y en absoluto el bajo peso visible por su traje holgado. El ambiente retirado que lo rodeaba era apropiado a su imagen actual, una eterna lucha de aguante y contienda, la ancha carretera se extendía larga, fascinante a kilómetros sin otro edificio luego del de la comisaria, los campos bastos de maíz cubrían aquello que no fuera cemento, los movimientos danzarines de las espigas sepultaban el silencio e increíblemente a la par lo hacían cantar.

–¿Vas a dispararme Sanji?

–Estaría muy justificado Zoro.

Si el mundo fuera más benevolente con él, le habría permitido enfrentarse a esto con al menos una taza de café en su sistema, pero no, la piedad era caprichosa con el hombre al igual que la fortuna o las ambivalentes emociones humanas, tan corrosivas y volátiles como una tormenta eléctrica.

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⏰ Última actualización: Apr 02, 2021 ⏰

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7 planetas de Clase M || One Piece Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora