El Despertar

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Desde pequeño era el típico niño con buenas notas y regordete. El peso nunca fue un tema para mi, iba ya en séptimo básico y mi talla era 44 de pantalón, bastante grande para un chico de mi edad. Por arreglos con el profesor de educación física, todas mis evaluaciones eran teóricas y mientras todos corrian en el patio, yo leía en la biblioteca. Era lo que se puede llamar un "gordo sano", mi salud era buena y la mayoría de las comidas que consumía eran caseras, muy rara vez comía comida chatarra.

Aún recuerdo el día en que todo cambió, había llegado de casa y encendí el televisor en mi habitación, y el titular decía "Manuel Uribe, el hombre más gordo del mundo". Quedé impresionado por su tamaño, era un mexicano que llegó a pesar más de 570 kilos. Verlo fue casi una revelación. Al terminar la noticia tomé con ambas manos mi barriga y pensé: Debo llegar a estar cómo él.

En el mismo tiempo comenzaba en televisión un programa llamado "Cuestión de peso", el típico show de gordos que buscan ayuda para operarse y cambiar su dieta. Me encantaba mirar ejemplos más cercanos de gordos chilenos, no eran tan grandes como el mexicano pero todos bordeaban los 200 kilos y sus cuerpos eran hermosos. Mi parte favorita del programa era cuando se quitaban la polera para subir a la pesa, admito que muchas me excité viendolos y me masturbaba soñando con tener sus cuerpos. En mi mente, no podía entender como hombres tan perfectos querían dejar a atrás esos cuerpos maravillosos. Claramente no eran dignos de ser obesos.

El verano llegó y aún recuerdo la primera vez que empecé a engordar conscientemente. Llegué del colegio y me encerré en mi habitación, había pasado a comprar un litro de helado, galletas y gomitas. Piqué un poco las galletas y las mezclé con el helado. Me saqué la ropa y me tiré sobre la cama en boxers, prendí la televisión y sintonicé el programa y mientras los gordos en la pantalla comian lechuga yo tragaba el helado tocando mi panza. "Esto es por ustedes chicos, yo comeré lo que no los dejan comer", pensaba cucharada tras cucharada de helado. En un momento entre comer desesperadamente y ver a los gordos ejercitarse mi pene se erectó, y mientras seguía comiendo comencé a masturbarme hasta correrme sobre mi barriga.

Esa rutina la repetí cada tarde de jueves mientras mis padres salían a reuniones, las vacaciones llegaron y mi panza ya había crecido bastante. El programa de gordos acabó, por lo que busqué inspiración en Internet, convertí un cuaderno en un álbum de fotos de gordos, cada vez que comía en mi habitación las veía para enfocarme en mi objetivo. Al término de un año ya había alcanzado la talla 50 de pantalón, había superado en peso y medidas a mi padre, y la gordura me sentaba bien.

De pronto todo cambió bruscamente, me tuve que someter a una operación y para el proceso de recuperación me inscribieron a natación. Recuerdo llegar a mi primera clase, se tenía que usar zunga de baño, la que se ocultaba entre mi panza y la grasa de mis piernas. Al cabo de unos meses había perdido mucho peso, y la pubertad había llegado completamente. En menos de un año dejé atrás la talla 50 y llegué a la 42, mi obsesión por el engordar había desaparecido. No era el fin si, nunca hubiera imaginado que se reenfocaria.

Facundo: La historia de un feederDonde viven las historias. Descúbrelo ahora