DICIEMBRE DEL 1981
- Yo sólo puedo pensar en el frío que hace- el grupo de adolescentes río. En pleno invierno y Alicia decidió escoger como atuendo una pequeña rebeca junto con una camisa de tirantes. Solo quería vestirse así por Marcus, pero él estaba demasiado ocupado pensando en alguien más.
Alicia sonrió a escondidas y deshizo su coleta para tapar su delicado cuello con pelos revueltos.
- Cerca de aquí hay una casa abandonada- Marcus miró a todos los integrantes con malicia. Sabía que era uno de los pilares del grupo, y en probabilidad mayoritaria, le seguirían.
- ¿La casa del viejo loco?- susurró Alicia. - Y por qué mejor no nos vamos todos a casa y dejamos de pensar cosas sin sentido. El alcohol se te ha subido demasiado grandullón- quiso aparentar que no estaba nerviosa, pero era el caso.
- Por favor Alicia, solo nos quedaremos poco tiempo y prometo después acompañarte a casa, por lo menos hasta que deje de nevar- Mel hizo un puchero a su asustadiza compañera aunque intuía que tenía la partida ganada.
Acabó por acceder por presión y acompañó a sus amigos a esa vieja casa que para nada le daba buena espina.
No dejaba de arrepentirse en su interior.
La casa abandonada, sorprendentemente, estaba en muy buen estado. Recién abrieron la puerta y se encontraron con una recepción llena de papeles. Muebles de madera que parecían barnizados hace poco. Esta daba directamente a un pasillo estrecho. Las maderas crujían bajo sus pies.
La risa de Markus resonó por toda la estancia.- No tengas miedo, no hay nada aquí, esto es demasiado viejo- sus gruesos dedos se unieron con los de Alicia. Pareció tranquilizarla aunque solo fueran unos segundos, algo definitivamente no le encajaba allí.
Mel continuó hacia el pasillo decidida, ambos le siguieron. Dos puertas se encontraban en sus laterales y en frente un gran salón. Entraron inspeccionando la sala. Los muebles parecían recién comprados, fotos decoraban las estanterías, una televisión gris antigua aún estaba encendida enseñando un fondo negro.- ¿No os parece extraño qué esté encendida? Seguro que hay alguien viviendo aquí y hemos invadido su casa, tenemos que irnos por favor...- Mel no dejó que Alicia terminara. Para ella, oír el miedo de los demás los hacia más débiles, y ella, odiaba la debilidad.
- Callate, por el amor de Dios, nadie quiere saber las pesadillas que tienes ni tus absurdos miedo, joder, madura-.
Alicia sabía que Markus no la defendería ante ella, pero le dolió comprobar que tenía razón. Soltó su mano bruscamente y decidió explorar por su cuenta. Pese a que estaban en aquella casa solitaria y mugrienta, había algo que no estaba correcto, y no sería una cobarde, descubriría si habitaba alguien ahí, así por lo menos podría pedirle perdón en persona. No quería asustar a nadie. Sus amigos prosiguieron por su cuenta a la pequeña cocina que comunicaba con el salón.
- ¡Aquí hay un sótano! - el grito de la chica se escuchó por toda la estancia. Ali decidió hacer como que no había escuchado nada e intentó abrir la primera puerta que vió. Antes de poder mover su mano en el manillar, una voz dentro heló sus músculos.
- Entra - Dijo la voz rasposa y vieja. Rió desde dentro, una risa espeluznante con toques de burla. Ali quedó tan asustada que no retiró su brazo cuando el pomo comenzó a dar vueltas lentamente. Sólo podía escuchar los latidos de su corazón y un "click" cada vez que el pomo se acercaba más a abrirse. "Click, click, click...". Antes de poder sentir que aquella puerta se retiraba de su vista, una suave mano acarició su brazo, ayudándola a salir del trance.
- ¿Seguro que estás bien?- Él parecía realmente preocupado. Lo que ella no sabía es que su cara era tan blanca como las paredes que les rodeaban.
- ¿Has escuchado eso?- Ali ya no tenía saliva en su boca, sus palabras escarbaron en su garganta y salieron rotas. No quería tener miedo, ni verse como un ciervo en plena caza pero realmente era una caza.
- No sigas con tus alucinaciones, no es bueno que te drogues entre semana- Mel sonrió desde el otro lado del pasillo. No podía soportar que se hiciera así la víctima. Ali solo llevaba meses de amigos con ellos y creía que podría ser la reina pero aún no conocía de lo que era capaz Mel.
Ali, harta de sus críticas, llegó hasta ella con alguna idea no muy clara de demostrar que era mentalmente superior pero sólo pasó a su lado golpeando su hombro. Odiaba ser así.
Ambos siguieron a la pelinegra hacia la puerta del sótano pasando por la pequeña cocina llena de víveres y trastos sucios. Realmente ninguno de aquellos jóvenes era capaz de mirar mientras bajaban las pequeñas escaleras que daban al lugar de donde provenía un extraño olor a azufre. La pelinegra fue seguida hacia una habitación, en la cual tuvieron que taparse la nariz. El olor era demasiado fuerte y ni siquiera había luz. Tocando a tientas lo que podían, Mel consiguió tocar un objeto con forma de linterna. Cuando vio una luz salir suspiró aliviada. Los tres amigos se arrejuntaron. La luz parpadeante se paseó por el suelo hasta llegar a una de las paredes llenas de cadenas con una sustancia roja reseca en las muñequeras que colgaban. Vieron un pequeño hilo colgar y decidieron tirar de el encendiendo la penumbrosa sala. Ali no pudo evitar vomitar ante el espectáculo. Cadenas colgaban en las tres paredes enfrente de ellos. En el suelo se encontraban grandes cantidades de poliespán hinchados y negros, seguían absorbiendo el líquido rojizo característico de toda la sala. Mel ya no reía, ni podía demostrar que todo aquello no le afectaba. Giró con intención de salir corriendo hasta que se dio cuenta de que la mesa colocada detrás sólo tenía herramientas y utensilios llenos de aquel color. Habían rebuscado entre sangre, tijeras, cuchillos, alicates, y quedó el rastro en los brazos y camisas de todos.
Ya sabían de donde provenía aquel fuerte y asqueroso olor. Se dieron cuenta de que las cadenas colgaban demasiado como para sostener personas adultas; estaban en lo cierto.- Me podéis explicar la locura que hay aquí, de donde mierda sale todo esto- Mel comenzó a perder la cabeza por minutos y nadie tenía las respuestas que necesitaban.
Ali limpió el resto de su boca con las mangas de su rebeca. En esas circunstancias le daba igual que los restos de los grumitos regurgitados estuvieran creando un nuevo olor en su ropa. Recogió las fuerzas que anteriormente había echado y se acercó a examinar las paredes. No tuvieron otra opción los demás que seguirla. No se atrevieron a tocar nada, aunque vieran pequeños deditos cortados y repartidos por los huecos del poliespán. Completamente blancos. Ali divisó en medio de la habitación un desagüe en el cual una pequeña pierna de un recién nacido intentaba ser absorbido. Eso ya fue demasiado para el grupo que huyó de la escena. Subieron las escaleras lo más rápido que pudieron, cogieron una gran bocanada de aire tras cerrar la puerta del infierno.
Esa risa que una vez escuchó Ali volvió a resonar en toda la casa. Los vellos del cuello de la chica se encresparon teletransportándola a aquel momento sujetando la puerta.
- YA BASTA. ¿Quién hay ahí?- Mel enfadada gritó mientras se dirigía a la puerta anteriormente dicha. Ni se paró a pensar antes de abrirla. En ella se encontraban maletas, demasiadas. Todas las pertenencias de los antiguos dueños estaban empacadas, no pudo evitar pensar que pudo ocurrir para que dejasen todo así y desaparecieran, cómo podía ser que no se hubieran llevado ni la ropa interior.
Nada más entrar, Ali notó que lo malo no estaba en un sótano destrozado y recubierto de sangre, estaba ahí, mirándolos con detenimiento a cada paso que daban. Era inevitable no sentir esa presencia que helaba el aire. Enfrente de ellos se encontraba un espejo rodeado con un cuadro color oro reluciente aún. Ni siquiera las motas de polvo fueron capaces de acomodarse sobre el. Mel quedó hechizada en cuanto lo vió y comenzó a caminar en su dirección. Markus siguió sus pasos, pero Ali no era capaz de entender cómo iban directos, por qué no salían corriendo después de ver todo. Mel y Markus se agarraron del brazo antes de que una sombra negruzca y repelente saliera por el espejo. Era algo demoníaco, cuatro filas de dientes que sonreían en dirección de Ali, ojos rojos llameantes, parecía tener piel pero esta caía de forma continua como flores en otoño. Estiró su gran brazo y cogió el brazo de Markus arañándolo en el camino. Ali sólo miró como aquella sombra espeluznante hacia sangrar a su amigo y lo absorbía un espejo. La nieve dejó de golpear en el tejado. La sonrisa de aquel ente nunca pudo borrarse de su mente.
ESTÁS LEYENDO
No lo mires
HorrorNi si quiera los años pueden revertir lo que pasó allí. Obra original.