Capítulo 2

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OCTUBRE 2020
No quiero empezar de cero. Papá está equivocado, mudarnos no hará que todo mejore y nuestros problemas económicos desaparezcan. Sólo somos él y yo, mamá murió cuando me dió a luz, papá nunca se ha perdonado perder a su mujer. Después de cinco años, aún la recuerda todos los días, sobre todo a la hora de visitar a los abuelos.
Al principio, llorábamos mucho porque al mirarme, era igual que ella. He heredado sus bonitos ojos negros y su castaño.
Después de tanto tiempo, ya no la siente. Él dice que la magia que existía entre ellos dos nadie va a poder aniquilar pero sus ojos ya no miran sus fotos, ni los vídeos ni si quiera a mi. Nadie quiere admitir que está prohibido hablar de ella. Es como un secreto a gritos.

- Tengo hambre papá- mi estómago rugió en el momento justo. Él me observó y suspiró pesadamente.

- Es imposible que comas tanto Alexa, no sé donde puedes concentrar tanta comida- negó con la cabeza divertido. Cedió y cogió la primera salida hacia una gasolinera.

Bajé del coche bastante feliz, hace más de dos horas que no comía nada y tenía en el estómago un hoyo profundo que tengo que llenar.
Papá se puso sus gafas de sol. Es muy guapo, sus ojos son azules y su pelo negruzco, y no heredé nada de él, que mala suerte. Sería un hombre perfecto si no fuera porque jamás habla de sus padres, no habla nunca de su niñez ni nada por el estilo. Sólo lo sabía mamá y no rompió la promesa de no contárselo a nadie. Es un hombre demasiado callado incluso para mi; ahora mismo estamos yendo a no sé dónde, con no sé cuál dinero. No es capaz ni de decirme a dónde vamos. Llevo intentando durante el viaje adivinar a dónde vamos y me jugaría el cuello que nos dirigimos hacia el norte pero tampoco estoy segura.

- Dime, ¿cuál quieres?- preguntó señalando una vidriera con unos donuts en su interior con muy buen aspecto. Por mi ahorrábamos saliva y pedía todos, pero como he dicho, no sé cuánto dinero podía llegar a tener ahorrado.

- El de crema no estaría mal- Asintió. Nunca pude descifrar su cabeza. Era tan estresante saber que está cambiando, que se está encerrando en una cajita de cristal y sólo puedes mirar como todo sucede. Es tan frustrante

Nos sentamos en los taburetes enfrente de la vidriera. Sentía que todos nos miraban, éramos los bichos raros de aquí aunque para nosotros fuera al revés. Tenían cara de haber llorado un mar entero.

A medida que nos acercábamos al lugar, todo se tornaba más sombrío y oscuro, el sol se desvaneció y sólo quedaron los pequeños reflejos de la luna. Papá cada vez se veía más cansado, y yo más sumergida en mi misma.
- Ya estamos cerca, no te preocupes- Intentó traerme de vuelta.

Sólo veía como el camino se oscurecía y dejábamos atrás los árboles a nuestro paso. Era todo más confuso.
Nos acercamos a un pueblo rodeado de neblina. Las casas parecían vacías y deserticas, ni siquiera habían niños jugando en la calle, y sólo eran las ocho de la tarde.

- No te preocupes, hay una escuela cercana a donde vamos a vivir- Pareció que leyó mis pensamientos. Y aunque realmente hubiera una escuela, dudo que en algún grupo me incluyeran. Además, seguro que eran más raros que yo incluso.
No pude evitar fijarme en una gran casa, la única que podría destacar en toda la podredumbre de pueblo. Estaba en perfecto estado, como si nunca nadie hubiera vivido allí pero al mismo tiempo como si alguien hubiese cuidado de ella. Ojalá nos fuéramos a quedar allí pero no era a donde íbamos.

Bufé.

Acostumbrarme a esto iba a ser difícil.

Paramos delante de una casa minúscula en comparación con todas las demás. Sus paredes exteriores eran blancas y resaltaba en su pequeño jardín una silla derruida, no muy apetecible.
De ella salió una mujer anciana con una sonrisa amplia. Su pelo ya era del mismo color que su casa. Para mi era una persona extraña, nunca me enseñaron fotos de la familia de mi padre y puedo averiguar que er mi abuela.

- ¡Cariño!- gritó desde su portal. Cuando fui a salir papá cerró mi puerta.

- Hagas lo que hagas, no creas las historietas que ella te cuente, ya está mayor y se ha imaginado gran parte de su vida. Por favor, no la escuches- su mirada seria me dió escalofríos.

¿Por qué hablaba así de su propia madre? ¿y por qué si estaba loca no la enviaban a un centro?
No quería hacer de detective, debería ser él quien me cuente que esconde, por qué nunca vamos a visitarla, por qué está loca y por qué tiró todas las cosas de mamá.

Mi abuela abrió mi puerta y me sacó de un tirón. Me achuchó hasta quedarme casi sin oxígeno, papá miraba la escena divertido.

- ¿Para mi no hay nada?- la abuela cogió carrerilla hacia él y cayeron en el césped seco. Ella sacó de su boca un par de hojitas, entre ellas un trébol de cuatro hojas. Suerte.
Sólo se levantó y lo pisó dejándolo en nada.
Ella miró en mi dirección, le sonreí.
Cosas de ancianas.

Entramos los tres felices, o eso parecía.
Subí los escalones de la derruida casa, las maletas eran tan pesadas que me hacían cojear para mi izquierda rozando la barandilla maltrecha y destruida. Parecía que en cualquier momento se romperían y caería al vacío, seguramente, de cabeza porque teniendo las miles de posibilidades de vivir, mi cuerpo por diversión elegiría que no.
El pasillo se dividía a ambos laterales, en mi parte derecha se encontraba la habitación de la yaya amueblada perfectamente, su cama recién hecha con un dobladillo adornado en los pies de la sábana, y un pequeño armario de madera. Todas las paredes en esta casa iban a ser blancas, demasiado aburridas. A este cuarto le seguía un espacioso baño con una bañera antigua en medio y un pequeño lavabo con su fregadero. Entré en el y se me hizo extraño; ¿y el espejo? ¿Cómo puede peinarse sin siquiera mirar en qué dirección tiene los pelos?
Bufé.

El ala izquierda se dividía en dos habitaciones y un baño más pequeño. Escogí la primera que vi; la más cercana a las escaleras. Esta se parecía a la habitación de la abuela. Solo le faltaba el dobladillo.
Reí ante mi propio comentario.

Dejé todo desordenado encima de la cama y bajé.

- No empieces por favor, no sé por qué tuve que venir- papá gritó golpeando lo que me suponía que era una mesa.

- Sabes que tengo que hacerlo, todos los años lo hago, no puedo faltar, ellos me siguen necesitando- gimió. Su voz se volvió lagrimosa. ¿Qué estaba pasando?.

- Ellos no existen mamá, están en tu cabeza comiéndote por dentro. Deja de inventarte cuentos, no quiero ningún comentario delante de mi hija, ¿entiendes?. Ella ya ha perdido mucho como para darse cuenta de lo que es su abuela-.

- No le contaré nada porque ella misma se dará cuenta, la llamarán y no podré hacer nada. Es carne joven para él, la deseará hasta que sucumba- rió muy fuerte, las paredes vibraron en mi espalda.

Solo pude suspirar, coger fuerzas y entrar antes de que siguieran peleando. Mi padre estaba discutiendo con una mujer que no estaba del todo en sus cabales, se dejaba llevar por un juego de niños.
Ahora entendía por qué nunca quiso que viniera. Esto era un manicomio con dos personas que enfermaban cuando estaban juntos.

No lo miresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora