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Se encontraba a pocos metros de llegar al refugio de los pocos que seguían a salvo. Sujetaba fuertemente algo entre sus manos, mientras corría cubierta de un sudor que hacía que su corto cabello color durazno se le pegara a la frente y el cuello. Lo que sostenía la protegía de terminar igual que los demás, igual que toda la ciudad en que vivía; poseída. ¿Poseída, dices? Sí, poseída, querido lector; el sitio está infestado de espíritus que no están dispuestos a dejar este mundo, y que, si lo dejan, no dejarán que nadie, absolutamente nadie, lo habite.
Abrió la puerta de la casa abandonada despegando el sello que unía la manija a la puerta y volviéndolo a pegar.

Cerró la puerta y caminó, ya más tranquila pero no descuidada, por los angostos y podridos pasillos de la antigua construcción de madera. Llegó a la sala de estar y se sentó en la primera silla que encontró, dirigiéndose a su compañero más cercano.
-Ha estado todo bien, ¿o me equivoco?
-Estás en lo correcto, como siempre.- Cofy contestó, como de todos modos lo hubiera hecho en otra situación.
-No me dejes tan bien, daré una mala imagen de cerebrito.
-No estás muy lejos de serlo, la verdad.
-Los cerebritos se dan a entender como personas con lentes, tímidos y un tanto ridículos, yo no soy así, tengo una personalidad única y detergente.
-Bueno, no es para tanto.

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2020 ⏰

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