Prólogo

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Empezaba a impacientarse. Pero esperar formaba parte de su trabajo, no podía hacer otra cosa que morírse de frío mientras su guía discutía con la chamana del poblado donde se tenían que alojar. Él y todo el equipo de pre-extracción de la CEPA (Consejo de Extracción de Petróleo de América). Pero por el tono de voz del guía y la anciana no parecía que fuera a solucionarse rápido.

La CEPA lo había mandado a la Rusia profunda, ahora ya una bestia domada, con la escasa información de un posible pozo de petróleo sin explotar. Pero Donovan sabía que había algo más. Él no era científico sino militar. Y un 20% de los que lo acompañaban en la expedición también lo eran. Y mandar militares a una operación simple de verificación...algo tenía que haber.

Mientras él cavilaba y su pelo se llenaba de escarcha, el guía acabó de discutir y regresaba a su lado. Un joven de apenas treinta años, un chico de la zona que se convenció fácilmente de hacerles de traductor y llevarles donde querían a cambio de algo de dinero. Los jóvenes eran más fáciles de convencer, si lo hubieran intentado con un adulto habrían tenido más problemas.

- Aceptan dejaros quedar esta noche, todo lo que piden es que os vayais lo antes posible. - Anunció sonriente.

- ¿Hay algún motivo por el que no nos permitan quedarnos más tiempo?

- Tonterías de ancianos. - dijo quitándole importancia con la mano – Una vieja leyenda.

- Estaría bien escucharla. - Por fin algo, aunque fuera una leyenda.

- Dicen que hace miles de años, antes de que los humanos poblaran la Tierra, había otras criaturas dominantes que no eran dinosaurios, y que todas ellas quedaron atrapadas bajo tierra en la zona donde ustedes quieren ir. Los ancianos creen que si van allí los despertarán, pero eso son solo historias para asustar a los niños.

Donovan se marchó a su tienda sin decir nada más. No creía en ese tipo de historias, pero algo lo inquietaba. Necesitaba más información, pero ese crío no le servía, era demasiado despreocupado. Fuera como fuera, podría esperar a después de la expedición.

A la mañana siguiente partieron con el equipo preparado. El punto de extracción no estaba muy lejos del poblado. Estaban todos muy animados. La CEPA recompensaba con un porcentaje de los beneficios de la extracción a los que se presentaban voluntarios, y estaban seguros de que de ahí sacarían un buen pellizco.

El lugar donde supuestamente estaba la bolsa de petróleo quedaba en una cuenca, un valle helado rodeado de montañas. El paisaje era hermoso y a la vez tenía algo que erizaba el vello. La hierba se notaba bajo la nieve y daba la impresión de que hiciera más calor allí, pero las montañas de alrededor acababan en puntas, irregulares y afiladas que parecían querer atravesar el cielo. Se quitó esa imágen de la cabeza y organizó el equipo. El valle era un lugar poco adecuado como para instalar una torre de extracción, pero por suerte tenían otros metodos. Con unos metros láser y unos sónares marcaron los puntos donde se podría acceder a la bolsa de petróleo si la había. En los puntos marcados colocaron unos soportes de cuatro patas, con un taladro fino y un tubo que llegaba a un depósito situado a una distancia media de todos los puntos de extracción.

Estaban todos muy inquietos excepto el guía, que parecía ilusionado con la idea del petróleo. La idea era que los taladros agujerearan lo suficiente como para pasar los tubos y succionar lo que hubiera. Con suerte, petróleo. Con un leve silbido los taladros descendieron a la vez, descendiendo cada vez más y con suavidad. Pasó al menos una hora sin escucharse otra cosa que el viento sobre ellos, como riéndose. Finalmente los taladros frenaron de golpe, y el motor comenzó a succionar.

Nada.

La decepción era obvia en las caras de todos. Pero, ¿qué podían esperar? La mayor parte de las bolsas de petróleo se habían agotado, y la información sobre algunas era falsa. No era la primera vez que pasaba. Donovan iba a mandarles recoger y marcharse cuando un liquido azul comenzó a llenar el motor. La tierra temblaba levemente. Los taladros se partieron y cayeron. Y de repente el silencio. El depósito de succión del motor estaba lleno de esa sustancia azul, que brillaba levemente. Hacía un ruido ligero, apenas audible, como si de un viento suave se tratase. Entonces el depósito partió y el líquido se desparramó, avanzando por el valle y disolviendo la nieve, dejando ver la hierba. Todos se apartaron del líquido y miraron cómo se extendía. Parecía que la tierra llorara.

Entonces el suelo bajo el motor se agrietó, y este cayó al vacío. Del agujero parecían salir lamentos. Se oían lamentos. Y del mismo salía un olor...como a azufre. El joven guía se echó hacia delante para ver mejor, aún con la esperanza de que de ahí saliera petróleo. Pero en vez de eso, él mismo se vió arrastrado a las profundidades.

Sin previo aviso, del agujero salió en tropel una masa informe de criaturas de distinto tamaño. Todos iguales, pero todos distintos. En un abrir y cerrar de ojos se lanzaron sobre los cinetíficos de la CEPA, descuartizándolos. Todo iba muy rápido, y Donovan no sabía qué hacer. Porque no podían hacer nada contra esas cosas, y seguían saliendo cada vez más.

Un despiste y una de esas cosas lo agarró de la pierna. De forma humanoide alargada, la cabeza lisa y sin ojos, tatuada. Solo se veían los largos y afilados dientes que destilaban ese mismo líquido azulado que habían extraído momentos antes. Tiró de él y lo lanzó al foso. Y se hizo la oscuridad.


SunRisers 01. RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora