Al abrir los ojos lo primero que vió Shine fué el póster de la Legión de la Calavera, como cada mañana. El póster que su hermano le había regalado antes de marchar al frente. "No olvideis quienes sois, todos unidos". Ese era el lema de la Legión de la Calavera, el grupo militar que nació de la invasión de los Fanáticos. Aunque realmente los invasores eramos nosotros, puesto que llegamos más tarde.
Fanáticos. Una raza antropomorfa que estaba oculta en este planeta desde la época de los dinosaurios, y que por culpa de un error de una organización humana hacía ya veinte años salieron a la superficie. De cara alargada como la de un animal salvaje, no tienen ojos, sino tan solo nariz y boca, y una nada hermosa. Garras afiladas, colmillos envenenados, cola acabada en tijera...unas máquinas de matar que costaron casi la extinción de la humanidad, la cuál creía que no eran inteligentes. Pero sí que lo eran. Y mucho. En apenas dos décadas lograron someter a la humanidad en siete ciudades estado controladas por los mismos y nombradas como los pecados capitales, y exterminar a aquellos que se opusieron. Todos ellos parecían iguales y actuaban como uno solo, lo único que los distinguía eran los extraños tatuajes de su piel, que no había dos iguales.
Ante esta situación, aquellos humanos que no estaban de acuerdo con el régimen Fanático se ocultaron lejos de las ciudades estado, en las ruinas de las viejas ciudades. Shine vivía en una de esas ruinas con su madre. Ambos vivían solos. Solos dentro de una comunidad oculta formada por cerca de doscientas personas.
Se levantó de la cama, la recojió levemente y se acercó a la cocina, miró qué necesitaban con más urgencia y le llevó las medicinas a su madre. Había caído enferma poco tiempo después de que les informaran de que la Legión de la Calavera al completo había caído. Nadie lo había confirmado, pero la posibilidad de que su hijo mayor hubiera muerto la había sumido en una profunda depresión. Se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, y aunque estaba mal al menos trataba de sonreir cuando Shine estaba delante para no preocuparlo. La familia Starstealer había ido muriendo poco a poco desde que el padre de Shine, Marco, desapareciera de repente.
La casa de Shine estaba bajo tierra. La había construido su padre poco después de la Invasión, a base de fragmentos que encontró en las ruinas. Una puerta acorazada de diez centímetros de grosor, bastante pesada, pero Shine ya estaba acostumbrado. Después de avanzar un poco a ciegas en el túnel, unas escaleras indicaban el final de trayecto. De ahí se salía a la superficie, tras un montículo y un montón de matorrales.
Desde donde estaba descendió hasta la ciudad. Esqueletos ennegrecidos de antiguas moles de cemento. Pero él no conocía otra cosa. Aunque parecía vacía, la verdad era otra, solo que el bullicio se llevaba a cabo a otro nivel. Literalmente.
Entró en un antiguo banco y se acercó a los baños. En el suelo había un enorme agujero lleno de agua, por el que cabrían tres hombres musculosos juntos. Shine contuvo la respiración y saltó, se hundió, avanzó un poco y volvió a salir a la superficie. Había llegado al Mercado.
La única debilidad conocida de los Fanáticos era el agua, les quemaba. Cuando salieron a la superficie se dedicaron a evaporar todo el agua del planeta Tierra, ante lo que se pensó era robaban los recursos naturales. Realmente estaban dejando a la humanidad sin armas. Convirtieron la Tierra en un lugar seco. Pero como sus esclavos necesitaban agua, vendían la que acumulaban. Sin embargo algunas personas lograron acumular el suficiente agua como para crear túneles con la misma, asegurando que ningún Fanático pasaría por ahí.
El Mercado era una extensión de la ciudad. Lo suficientemente lejos de las casas como para que no caiga si cae el pueblo, pero lo suficientemente cerca por si hay que esconderse en el mismo. En el Mercado se vendía de todo. Latas de comida (muy cotizadas), algo de carne fresca que conseguían los cazadores, verduras que a duras penas crecían...y armas. Armas blancas y de fuego. Antiguas y modernas. Carabinas y ametralladoras. Lanzas y cuchillos. Todo aquello que se podía construir con las manos o recuperar de las ruinas. Y lo más interesante: armas de los Fanáticos. A veces grupos numerosos de gente lograban emboscar Fanáticos y les robaban las armas. Verdaderas obras de arte con una capacidad destructiva asombrosa. Pequeñas pistolas que se enganchaban a la muñeca que eran capaces de hacer saltar por los aires un tanque. Cuchillos que atravesaban hormigón con un leve siseo, como si fuera mantequilla. Eso sí, de esas había pocas, y eran caras.
Lo más importante del Mercado era el sistema de compra. El dinero había perdido todo el valor, así que ahora la gente comerciaba a base de trueques o con favores. Si hoy ayudabas al carnicero a cazar, te podías llevar una parte de lo cazado. Así funcionaba el mundo ahora fuera de la jurisdicción de los Fanáticos. Intercambio equivalente. Una cosa por otra. Cadena de favores.
Por ahora Shine solo necesitaba algo de carne. Hacía un par de días ayudó a atrapar un ciervo, le debían al menos una parte del mismo. Shine se dedicaba a la caza, porque era lo más útil y de lo que más beneficio se sacaba últimamente. Con un poco de carne y otras cosas que recogía del campo, podía preparar algo decente para pasar el día su madre y él.
Salió del Mercado y se quedó un rato contemplando la zona. Mirando al horizonte, a donde la ciudad acababa, donde las ruinas desaparecían. Mas allá de eso, todo desierto, hasta la Ciudad Cinco, una de las capitales de Fanáticos. Pero justo en el límite entre la ciudad y el desierto se encontraba la antigua torre de vigilancia. Llevaba sin usarse desde la guerra, nadie se atrevía a acercarse a ella, ya no tenía uso. Nadie salvo un hombre extraño. Hacía meses que había llegado. La gente procuraba alejarse de él, por desconfianza, y él no bajaba a la ciudad. Siempre en su torre, siempre oculto. Misterioso. Shine sabía que ese hombre se traía algo, y le picaba la curiosidad.
Se dio la vuelta y volvió a su casa, como siempre. No ocurría nada nuevo ni nada interesante, nunca. Hoy no tenía por qué ser distinto. Pero lo era.
Cuando fue a abrir la puerta de la casa notó algo extraño en el ambiente. Fue a dar una patada a la oscuridad pero una arrugada mano sujetó su pié y se lo retorció, haciéndole a caer, inmovilizándolo. Los huesudos dedos del agresor se le clavaban, pero Shine solo estaba concentrado en cómo librarse, así que se impulsó con las manos y golpeó con la pierna libre al atacante, consiguiendo liberarse. Se apartó a una distancia prudencial y observó. Era el hombre de la torre de vigilancia. Iba cubierto con una raída capa que le cubría la cabeza, pero precisamente por eso lo reconoció. Nadie más en el pueblo iba vestido así. Entonces, con una voz grave le dijo:
- Ya veo...poco a poco va creciendo...
- Qué quieres.- Soltó Shine desafiante.
- Si quieres saber la verdad, ven mañana a verme a la torre. Te contaré lo que no sabes, y te responderé lo que no entiendes...eres igual que tu padre...
- ¿Mi padre? ¿Lo conociste?
Pero ya era tarde, el hombre había vuelto a desparecer entre las sombras. Ahora, el interés de Shine por ese hombre era mayor. Al calmarse notó el dolor en la pierna. Ese hombre había apretado tan fuerte que le había hecho sangrar. ¿De dónde sacaba tanta fuerza?
ESTÁS LEYENDO
SunRisers 01. Rojo
Ciencia FicciónLa arrogancia de la humanidad la llevará a su extinción. Su avaricia los condenará a la esclavitud. Pero lo que no saben es que todo eso lo traerá algo que lleva en la Tierra más tiempo que la propia raza humana. Cada capítulo de Sunrisers estará di...