Un diario puede hacerte recordar todo

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Gracias por leer mi historia

16 de junio de 2000

 Habían pasado dos semanas, tan sólo dos semanas desde que había visto a Jack, mi novio, abrazando a una chica desconocida por mí. Le pedí una explicación coherente y me contestó que era una amiga suya de América. Ella había venido a pasar las vacaciones de verano con él, en el pueblecito dónde residimos en vacaciones. Sin embargo, también me dijo que ya no me quería, que cortaba conmigo.

A duras penas salí del bosquecillo hecha un mar de lágrimas y corrí hacia mi casa, donde mi madre estaba esperándome para comer, sentada en el porche. En cuanto me vio, le cambió la expresión de la cara de enfadada a comprensiva. Pero como no quería hablar con nadie, me encerré en mi cuarto a llorar. Allí estuve hasta que me quedé seca. Había agotado todas mis lágrimas por él; entonces, sólo entonces, agotada, logré  conciliar el sueño.

Y pese al tiempo que ha pasado, lo recuerdo como si hubiera sido ayer mismo. Todos los días voy a la playa en la que nos conocimos y recuerdo dos días muy especiales para mí: el día en que nos encontramos y el día en que me besó por primera vez.

"Yo había llegado al pueblo nueva ese año y decidí ganar algo de dinero, pues mi madre decía que ya que tenía dieciséis años y era una gran amante de las compras, podía conseguir algún trabajo y así conocer gente de mi edad. Como a mí siempre me ha gustado la natación y el buceo y tenía el título de socorrista, me presenté para el puesto de auxiliar de Cruz Roja de playa. Después de un par de días, la socorrista jefe enfermó y tuve que sustituirla.

Cuando la playa estaba llena, descubrí a unos surfistas que tenían problemas así que me lancé al agua a echarles una mano. Se habían acercado demasiado a las rocas y uno de ellos parecía que tenía la pierna rota. Cuando llegamos a la orilla, les ayudé a llevar a su compañero hasta la enfermería y llamé a la ambulancia. Tranquilicé a sus amigos y entré a ver al muchacho herido.

Pese a la palidez provocada por el dolor, observé que era muy guapo. El pelo negro azabache le caía sobre unos chispeantes ojos azules. Me fijé en el color de sus ojos por lo extraños que eran; normalmente el azul de los ojos es clarito, pero los suyos eran del color del cielo al caer la noche, hipnóticos…

Acompañé a la ambulancia con la bicicleta hasta el hospital, dónde contactaron con sus padres. Hablé con ellos y los tranquilicé diciéndoles que no le ocurría nada grave. Luego cogí mi bicicleta y volví a casa, agotada y sudorosa por la carrera. Pero dentro de mí se había encendido un fuego que, ni el agua congelada de la ducha, consiguió sofocar.

Por la tarde volví a la playa a terminar mi turno pero seguía preocupada por él. Así que cuando sus amigos vinieron a verme para saber cómo estaba, descubrí que se llamaba Jack, que era razonablemente nuevo ya que sólo hacía dos años que iba allí a veranear y que su simpatía le había granjeado muchos amigos en muy poco tiempo. A cambio les conté que el médico le había diagnosticado que tenía el fémur fuera del sitio y que tenía que llevar el vendaje durante dos semanas más para que el hueso se asentara.

        A los pocos días, cuando salió del hospital, azorado me dio las gracias mientras se peleaba con las muletas por mantenerse en pie, aunque fuera sólo durante el tiempo necesario para hablar conmigo. Yo, colorada, le dije que eso era mi trabajo y que no era ninguna hazaña. Estuve haciéndole compañía y dándole conversación todas las tardes, excepto las de mi turno como socorrista. Durante este tiempo, el fuego que sentía al principio fue creciendo y creciendo hasta convertirse en un incendio sin control. La primera tarde que ya no llevaba muletas, me pidió que le acompañara a la pequeña cala que había a un lado de la playa. Allí sentí como se acercaba a mí, mientras yo observaba el atardecer. Me cogió de la mano y me dijo que me quería desde el día en que nos conocimos. Y me besó suavemente."

        Aunque sé que no debería estar recordando esto es inevitable, su nombre, su sonrisa, sus mágicos ojos se han quedado tatuados con fuego en mi mente y en mi corazón; y aunque me vuelva a enamorar nunca será como aquella mágica vez, ningún otro chico ocupará su lugar en mi corazón.

        Esta página de mi diario de adolescente la encontré entre otros “tesoros” en el altillo de mi casa. Se me hace raro ver ahora a Jack que, por cierto, no se ha casado. Trabaja como profesor de música en la escuela que dirijo desde la muerte de mi padre hace tres años. Ahora podré recordar perfectamente toda mi adolescencia, gracias a estas páginas.

                                               16 de junio de 2031

Los recuerdos son tesorosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora