Entrada #1: Quiéreme

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— Madre ¿usted me quiere? — la vocecita de la niña oculta trás el marco de la maciza puerta de roble apenas se había escuchado en medio del ceremonioso silencio de la suntuosa habitación. Ni un solo murmullo o susurro, ni tan siquiera el sonido de sus respiraciones había sido capaz de irrumpir el mutismo bajo el que se encontraba su madre en aquellos instantes. La imponente mujer, ataviada únicamente con una bata de seda negra, levantó la vista por detrás de sus anteojos rojos observando a su pequeña hija entre lo que era una mirada cansina, producto de las largas horas de trabajo, y una mirada cargada de desdén. A pesar de ser tan solo una niña infante de no más de 6 años, la pequeña sentía el visible desprecio con el que su madre se dirigía a ella. Era como si la tratara de manera semejante a la de criatura de poco valor o importancia, una aberración que poco merecía estar viva u ocupar algo de espacio en el mundo.

Aunque la mujer no se caracterizaba por ser alguien en exceso afectuosa con sus familiares, por lo menos al resto de sus hijos les trataba con algo de cariño y respeto. Les contestaba  sus preguntas con paciencia e inclusive pasaba algunos cálidos momentos de madre e hijos con ellos. Sin embargo, a ella... A ella simplemente la ignoraba y maltrataba de la forma más cruel. Nunca le había dedicado un te quiero o una cálida sonrisa, nunca había hecho un desayuno especial, nunca había asistido a uno de sus recitales y nunca le había arropado en sus brazos antes de dormir. Por el contrario, la reprimía con frecuencia, nunca leía sus cartas del día de la madre (las cuales aparecían siempre en la basura) y eso sin mencionar que aquella mujer no perdía la oportunidad de abofetearla cada vez que cometía el mínimo error. En ocasiones, las palizas por sus equivocaciones llegaban a tales extremos  que su cuerpecito podía presentar algunas magulladuras en un fuerte color purpúreo.

— Mamá ¿por qué usted no me quiere? — volvió a preguntar la niñita con insistencia, sintiendo como si la falta de contestación fuera la única respuesta que le iba a dar su progenitora . Sentía los ojos pardos de la mayor fijos en ella, como si tratara de un par de dardos lanzados una y otra vez hacia ella. Conocía a la perfección aquella mirada cargada de odio y resentimiento, y si bien era cierto tan solo era una niñita muy pequeña; era capaz de reconocer cuando alguien la quería y cuando alguien la despreciaba. Además, el amor materno era un sentimiento que todo niño era capaz de sentir cuando estaba cerca de su madre. No era el caso de ella, la niñita no lo sentido o experimentado. «Ve a dormir, Roseanne». Aquella frase, dicha con demasiada sequedad y gelidez, fue lo único que recibió a cambio. Ni un sí o un no, mucho menos una explicación a su pregunta.

Con cierta terquedad, estuvo a punto de formular la misma pregunta, ella quería una respuesta que le dejara satisfecha. Sin embargo, cuando estuvo cerca de abrir su boca de nuevo, su madre tomó la palabra una vez más de manera completamente autoritaria: «Vete, que tu presencia me crispa los nervios. Eres despreciable ». Otra bala a quemarropa. Ella no entendía porque su madre no podía ser como aquellas que presentaban en las películas, esas madres amorosas que llenaban a sus hijos de besos y abrazos, esas madres que amaban a sus hijos de manera incondicional. Bajando la mirada completamente derrotada, asintió un par de veces antes de que sus bracitos cayeran rendidos a cada lado de su cuerpo. — Esta bien, madre — acotó en voz apenas audible antes de retirarse de la oficina de su madre. Cabizbaja, caminó arrastrando los piececitos apenas levantándolos del suelo, mientras que su oso de peluche colgaba lánguido de uno de sus brazos. Cuando ya estaba a punto de llegar a su habitación, las primeras lágrimas comenzaron a brotar de sus ojitos sintiendo muy dentro de su corazón que su mamá no la quería, nunca lo había hecho y probablemente nunca lo haría.

Aunque sus hermanos continuamente le aseguraran que eran tan solo imaginaciones suyas, las acciones de su progenitora parecían indicarle todo lo contrario. Confirmando día con día lo que su corazón ya sabía: que el cariño por ella era inexistente. Aquellos dolorosos pensamientos hicieron que el llanto ya no se contuviera. En medio de la quietud del hogar, sus gimoteos comenzaron a escucharse por los pasillos; pero nadie llegó a socorrerla. Nadie de su familia llegó a consolarla, a darle algunas palabras de aliento. Limpiándose los moquitos con la manga de su pijama, observó a lo lejos como Marga (la dama de la limpieza) se acercaba a ella en respuesta a sus sollozos. La mujer la abrazó con fuerza, siendo aquello lo más cercano al amor materno que conocía. Luego, alzándola en brazos, comenzó a cantarle una nana antes de arroparla entre las suaves mantas de su cama. Dejando a la niña lista para dormir, Marga le besó la frente con afecto antes de retirarse.

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