Prólogo

24 4 1
                                    

Las noches de otoño solían ser frías en aquella pequeña ciudad. El viento escaso apenas tenía fuerza para hacer rodar algunas de las hojas secas del suelo, dejando una espesa y crujiente capa marrón y naranja en las banquetas de calles poco transitadas, y en la piel una agradable sensación de escalofríos que desaparecía al frotar los brazos o acurrucarse en un mullido sofá.

 Si sus cálculos eran correctos, el dinero que aún traía en efectivo y había ahorrado durante el mes sería suficiente para comprar un poco de carne. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que no se daba ese pequeño lujo? Comer arroz, soja y sopas aguadas empezaba a ser insípido para su paladar criado con buenas comidas en la mesa. Incluso las verduras al vapor empezaban a ser un platillo suculento para su pobre repertorio de recetas. El problema no era su incapacidad de cocinar; era su incapacidad de una libertad financiera.

Se había distraído mientras hacía cuentas en la tienda al comprar la despensa de esa semana, en sólo unos minutos la única luz en la ciudad eran de las lámparas. Se removió incomoda por la temporada, ajustó la bufanda a su cuello ante el ardor que empezaba asentir desde la nariz hasta el esófago. Le gustaba el otoño, pero no el dolor que la falta de humedad y el frio hacía en su delicada garganta.

Las bolsas en sus manos empezaban a hacer estragos junto al frescor de la noche sobre su delgado cuerpo. Se detuvo un momento para dejar las bolsas en el suelo y tallar con resignación su brazo izquierdo, intentando vanamente retirar un poco del dolor tirante en él desde el codo hasta sus nudillos. Siendo dramática diría que también le dolían las uñas. Con tristeza miró su mano mientras la cerraba en puño antes de volver a extender sus flacos y largos dedos; bufó con afligida resignación al comprobar que apenas podía ejercer un poco de fuerza con la mano . Ya no estaba segura de sí dolían los dedos por el clima o a causa de las azas de su carga que se encajaba en la piel de sus palmas. ¿Importaba realmente cuál era el causante? No. Lo que realmente le preocupaba era cuán oscura  y sola estaba, tanto para que los autos ya no se vieran y las calles parecieran desiertas.

En otoño el sol solía ocultarse demasiado rápido, obteniendo un resultado obscuro y fresco. En otra ocasión quizá hubiese admirado el hermoso paisaje que le ofrecían las lámparas de la calle con su luz cálida y tenue, los árboles con sus ramas grandes con camas marrones a sus faldas y la vía libre de sonido, pero desde hacía años ya no importaban los pequeños detalles. ¿Qué sentido tenía si no podía recordarlos con cariño al regresar a su vacío hogar?

A uno de sus lados estaba un gran parque con árboles que en primavera se alzaban vanidosos con sus hojas y bellas flores, pero en ese momento la falta de ellas daba un aspecto más clásico... un aspecto triste y en la decadencia de su vida. Justo como se sentía ella. Del otro lado sólo una enorme barda que dividía un complejo habitacional del mundo, parecía alzarse imponente, demostrando una burda separación entre la clase media-baja y la alta.

Su delgada mano izquierda viajó con pereza hasta el bolsillo trasero del pantalón holgado que llevaba para sacar un pequeño rectángulo delgado. El brillo de la pantalla reveló el vidrio fragmentado de un celular bastante viejo que aún lograba cumplir con sus funciones básicas: enviar mensajes y dar la hora. Justo eran las 8:26pm y las calles parecían abandonadas hacía horas. El pequeño aparato electrónico tenía las orillas de su estructura golpeadas, desde la parte superior parecía extenderse una compleja telaraña hasta la esquina inferior contraria –no importaba pues la pantalla táctil aún respondía bien- y el micrófono hacía años que había dejado de funcionar gracias al impacto que lo había quebrado. En realidad no importaba mucho ese detalle, no cuando nadie llamara a la joven para preguntarle por su día, mucho menos cuando se era incapaz de hablar. Entonces ¿para qué molestarse en arreglar el celular? Siendo honesta consigo misma, aunque tuviese el dinero para repararlo, ya se había encariñado con cada una de aquellas pequeñas marcas de guerra del pobre aparato que en sus mejores días había sido una gran adquisición de última tecnología.

Protegerla de mi. (Reescrito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora