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La residencia era grandisima, enorme por donde la veas.

La fila de autos esperando ser atendidos por aquella gran entrada se agradaba minuto a minuto. Y los que se encontraban dentro de aquel Mercedes Benz, comenzaban a frustrarse.

El conductor, un joven y sofisticado hombre en los finales de sus veintes, miraba a su acompañante, queriendo reir al verlo tan serio. Recibió un chistido cuando largó su carcajada.

—Cállate. —Advirtió, mirando firmemente hacia el frente del auto. Eso hizo que su conductor se largase a reír aún más. —Akinori, si no te callas yo mismo me encargaré de dejarte sin hablar.

—Okey, okey. —Respondió, calmandose. Asimismo cambio la palanca de cambio y avanzaron. Veinte metros como mucho, pero avanzaron. —Pero debes admitir que verte con vestido, maquillaje, ¡incluso una peluca! Quién diría que tienes un carácter tan... serio.

—Existen millones de mujeres con carácter serio, como el mío. —Se giró y ladeo la cabeza al rubio. —Como por ejemplo, tu ex.

Konoha sacó su sonrisa de la cara. Ahí estaba el Akaashi filoso de siempre. Por algo había sido encargado de esta misión.

Recibió una ola de sonidos en su oído que lo aturdieron. Acercó las perlas de su collar a la boca.

—Volumen muy alto. Hasta creo que mi conductor ha oído. —Indicó, reconociendo como el equipo de oficina estaba probando las herramientas que tenía. Sus aros colgantes, uno real y otro de auricular, brillaban en la tenue luz dentro del auto. Su collar de perlas, siendo cuatro de ellas micrófonos, relucían y destacaban, siendo las miradas inconscientemente dirigidas al policía en cubierto que era Akaashi.

El día de hoy estaban más cerca del objetivo que nunca. Pero aún así, habían sido indicados de no accionar frente al principal sospechoso de lavado de dinero y fraudes, sino generar una cierta cercanía para poder atraparlo in fraganti.

Habían podido obtener dos invitaciones a la fiesta con fines de utilizar recaudos para la caridad. En ese momento, eran Katsuro y Kaori, hermanos, siendo Katsuro el mayor y Kaori la menor.

Total de ciento trece invitados en la lista. Ciencuenta y siete ya en el establecimiento.

—Mucho más claro y el volumen perfecto. Copiado. —Sentenció sin mover las perlas esta vez.

Volvieron a avanzar. Y así estuvieron al menos cuarenta minutos más. Para cuando dejaron el auto en el estacionamiento, ya eran las once y cincuenta de la noche. La fiesta se daba en un gigante salón, lleno de exageras figuras de metales preciosos y arañas colgantes de dorado oro.

Se suponía que las cámaras estaban en el escote de su vestido, por lo que se quitó el abrigo y lo dejó a manos de su acompañante.

—Nunca había estado en un lugar tan lujoso. —Comentó, extendiendo su brazo extendido para que él lo tome suavemente. Akaashi examinó su figura, y alzó una ceja.

—Se nota. —Dijo viendo como el otro miraba sin disimulo alguno el interior. —Incluso su postura puede delatarte, Konoha.

Akaashi se soltó por un momento, aprovechando que nadie reparaba en ellos.  Caminó sin tensar el cuerpo, poniendo poco peso en sus pisadas y hasta coqueteando corporalmente con el aire. Luego, cuándo el que se suponía que era su hermano mayor lo alcanzó, le dió una palmada en la espalda.

—Hasta la más mínima expresión de autoridad expresa que eres un detective. Adaptate. —Le recomendó, tomando el brazo como antes y sosteniedo su bolso con delicadeza. No llevaba nada importante allí. Más que un par de chicles, los cigarros del rubio, y un labial que habían guardado sin su permiso allí sus compañeras.

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