ABRIL

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La oxidada Chevy de reparto rechinó hasta una parada, y cuando la cabeza de Irene Huntsman salió por la ventana del pasajero, la hizo despertar de un salto.

Ella se las arregló para dar unos mareados parpadeos. Su cabeza se sentía esparcida con recuerdos destrozados, fragmentos desmenuzados que, si pudiese juntarlos, formarían algo completo. Una ventana de regreso a principios de la noche. En este instante, esa ventana yacía en pedazos dentro de su palpitante cabeza.

Recordó la cacofonía de música country, estridentes risas, y el punto culminante de la NBA en la sobrecargada televisión. La tenue iluminación. Las estanterías exponiendo docenas de botellas de cristal brillando en verde, ámbar y negro.

Negro.

Había pedido un trago de esa botella, porque la hacía marearse en una buena forma. Una mano firme había vertido el licor en su copa un momento antes de que se la hubiese bebido de un trago.

—Otra —había carraspeado ella, apoyando el cristal vacío en la barra.

Recordó mecerse en la cadera del vaquero, bailando lentamente. Le robó el sombrero al vaquero; se veía mucho mejor en ella. Un Stetson* negro que encajaba con su pequeño vestido negro, su bebida negra, y su nauseabundo humor negro el cual, afortunadamente, era fuerte para aferrarse a una inmersión de mal gusto como esa, una joya rara en un bar de narices alzadas, el mundo snob de Jackson Hole, Wyoming, donde ella estaba de vacaciones con su familia. Se había escabullido y sus padres nunca la encontrarían aquí. La idea era una luz clara en el horizonte. Pronto estaría tan ebria que no recordaría como se veían. Sus críticos fruncidos de ceño ya en su memoria, como pinturas húmedas cayéndose por los lienzos.

Pintura. Color. Arte. Había intentado escapar ahí, a un mundo de pantalones salpicados, dedos manchados y almas esclarecidas, pero ellos la habían tirado hacia atrás, la había censurado. No querían una artista de espíritu libre en la familia. Querían una hija con un diploma de Stanford.

Si solo pudiesen quererla. Entonces no vestiría ajustados vestidos baratos que enfurecerían a su madre o se arrojaría en su pasión por causas que ofendiesen las egoístas y rígidas morales aristocráticas de su padre.

Casi deseaba que su madre estuviese aquí para verla bailar, verla moverse con provocación por la pierna del vaquero. Chirriando de cadera a cadera. Murmurando las cosas más retorcidas que podía pensar en su oreja. Solo pararon de bailar cuando él fue al bar a conseguirle otra bebida fresca. Podría haber jurado que esa sabía diferente de las otras. O tal vez estaba tan borracha que imaginó el sabor más amargo.

Él le preguntó si quería ir a algún lugar más privado.

Irene solo se debatió un momento. Si su madre lo desaprobaba, entonces la respuesta era obvia. La puerta del asiento del pasajero del Chevy se abrió y la visión de Irene paró de balancearse el tiempo suficiente para centrarse en el vaquero. Por primera vez, notó la distintiva curva en el puente de su nariz, probablemente un trofeo de una pelea de bar. Saber que él tenía un temperamento ardiente debería haber hecho que le gustase más, pero curiosamente, se encontró deseando que pudiese encontrar un hombre que ejerciera la moderación en lugar de volver a los ataques infantiles. Era el tipo de cosa civilizada que su madre diría. Interiormente dándose latigazos a sí misma, Irene culpó a la fatiga por su irritantemente sensible actitud. Necesitaba dormir. De inmediato.

El vaquero levantó el Stetson de su cabeza y lo puso en su propio lioso cabello rubio rapado.

—El que lo encuentra se lo queda —quiso protestar ella. Pero no podía hacer que su boca formara las palabras.

Hielo Negro [EXO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora