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     Su pecho dolía, costaba respirar. No era porque estaba corriendo como nunca lo había hecho en su vida, sino que algo importante para su existencia se le había sido arrebatado. Y más que el dolor que sentía, era el cargo en su consciencia de haber fracasado en la única labor que tenía.

     Los hombres de aquella secta que atacaba al reino de los dioses, corrían detrás de él y no había manera de sacárselos de encima aunque se supiera todos los atajos del palacio y cada pasillo como la palma de su mano, simplemente no había manera. Entonces cuando corría en uno de los pasillos, algo le agarró de la túnica y lo arrastró a uno de los miles de cuartos, cerrando la puerta de un gran portazo y creando una pequeña barricada con estantes y muebles.

     El ver la figura familiar, esbelta, de ojos rojos y cabello blanco, piel tan pálida como la nieve, el chico no pudo evitar dar una gran sonrisa y tener un sentimiento de alivio.

     — ¡Señor Manat! —dijo.

     Manat era el llamado dios de la muerte y el destino.

     — Bibliotheca. Debes huir. —Le tomó los hombros al chico.
     — ¿Qué quiere decir?
     — Ellos vienen por ti. — Dice revolviendo entre unos cajones del cuarto.     — Toma.

     Un libro de cubierta negra, escrito con sumo cuidado y hermosa caligrafía, letras de un a lengua desconocida escritas en profunda tinta roja.

     — ¿Qué libro es éste señor Manat? Nunca lo había visto antes. — decía mientras analizaba con cuidado el libro.

     Manat sujetó las manos del chico y como si guardara el libro en un estante, lo introdujo en el pecho de Bibliotheca.

     — No está al nivel de las grandes baladas de Taala pero tú sabrás que hacer con ésto. — Los ojos grises de Bibliotheca y los ojos rojos de Manat se cruzaron con seriedad.
     — Entiendo.
     — Ahora es momento que desparezcas del reino de los dioses. —dice mientras un agujero se abría en el suelo.
     — ¿Qué quiere decir, Señor Manat? — pregunta pero, sin explicación alguna y con una gran sonrisa, Manat empujó a Bibliotheca por el agujero.
     — ¡Tranquilo pequeño Bibliotheca! ¡Estarás en buenas manos! — Gritó desde el otro lado del agujero y éste se cerró

     Bueno, si el mismísimo dios del destino decía eso, era porque sería así. Sin embargo la intriga eclipsada por la adrenalina del momento no le hizo sentir aliviado.

Una caída libre de varios metros de altura, dónde Bibliotheca no dejo de gritar ningún segundo hasta que aterrizó en el agua.

     Salada, agresivas olas que no le dejaban salir a flote y aunque saliera y lograra tomar una bocanada de aire, era inútil, la lluvia lo hacía sentir que nunca se acabaría. Después de todo, lo arrojaron al océano en medio de una tormenta.

     El cielo era gris, nublado y la luz de los relámpagos era la única que le hacía saber cómo era el lugar donde estaba. Había tierra no muy lejos de ahí y dando su último esfuerzo, hizo lo posible por acercarse a la playa de aquella isla pequeña.

     No recuerda ni como llegó a la playa pero cayó inconsciente segundos después.

     Un chico abrió los ojos, perdido. El sabor salado del mar impregnado en su boca como sus ropas empapadas y el agua aún mojando sus pies a medida que las olas iban y venían. Apretó la arena bajo sus puños y dió un último esfuerzo por levantarse.

     Cuando ya despertó de lo que lo tuviera en trance, se percató.

     — ¡Esto no es el reino de los dioses! — Y con desespero comenzó a voltear la cabeza de un lado a otro, tratando de analizar la situación.     — ¿¡Dónde?! ¿¡Dónde es esto!?  

Ballad of Seas / Balada de MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora