Maric0+nes

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Nota del autor

Esta pequeña historia fue escrita con pretensiones de ser mucho más larga, pero terminó siendo lo que es. Espero que la disfruten, no formó parte de la comunidad LGBTQI+ pero aun así les tengo un gran respeto y esta historia la he creado con esa intención, desde lo que me ha tocado ver y como un retrato del Chile de los 90'. 

Maric0+nes

Primera Parte

Por fin le habíamos dicho adiós a los ochenta, a la dictadura y, en cierta medida, a Pinochet. Los noventa llegaban como una época de transición e irrumpía con aires nuevos, lo cual para todos significaba un cambio y una esperanza en el futuro del país. Nuestros padres, quienes habían sido lo más afectados por las atrocidades militares, aún parecían temerosos y desconfiados. Sin embargo, nosotros, los jóvenes, nacidos bajo el toque de queda y con la libertad arrebatada, por fin sentíamos que respirábamos.

Fue como si hubiéramos pasado de vivir una película en blanco y negro a una en color, todos nos mezclábamos y divertíamos juntos. Necesitábamos decir cosas y la mejor manera de expresarlo era bailando o compartiendo. Claramente esto llamó la atención de los sectores más conservadores de la iglesia, el arzobispo de Santiago emitió una carta llamada Moral, juventud y sociedad permisiva, en donde escribía en contra de la libertad sexual, exhibicionismo y pornografía. Sin embargo, a nosotros poco y nada nos importaba lo que pudieran pensar, por fin éramos felices.

Cada fin de semana la cita era en el teatro Esmeralda, conocido por sus fiestas spandex, las cuales eran un icono del desenfreno cultural y sexual. La juventud quería ver diversidad visual y musical, pero para nosotros, los homosexuales, por fin se nos abría un espacio de expresión. Los muchachos más rebeldes y osados vestían extravagantes estilos, como los punks, y a veces los tomaban detenidos por presunta sospecha, una secuela de la dictadura. Aún así, eso no lograba detenernos; las noches significaban locura, vivíamos en nuestro propio mundo y bien poco nos importaban las autoridades. Sobre todo, porque el congreso se había convertido en "un museo de la política" como repetía Lemebel.

Aquella noche había quedado para verme con Pedro. Como siempre, iba tarde, la puntualidad no era lo mío. Sin embargo, entré justo a tiempo para ver el espectáculo de mi amigo en una maravillosas pantys de seda. Amaba su libertad, pero para mi eso era demasiado arriesgado. Una cosa era ir por ahí, bailar en esta clases de lugares y juntarme con cierto tipo de personas. En cambio, en mi casa todo era diferente, me volvía tímido. Quizá porque sentía que mi papá siempre nos hacía competir a Dante y a mí. Pero eso no viene al caso, al menos no por ahora. Bueno, llevaba unos minutos sentado en el bar mientras disfrutaba del espectáculo cuando alguien me tocó el hombro, me giré y lo reconocí de inmediato, era Héctor.

— No puedo creer que te haya pillado por acá— me dijo sonriente.

— Mi amigo se presenta hoy— le indiqué con el vaso entre mis manos.

— ¡No me la creo! ¿Qué ha sido de ti todo este tiempo? ¿Cómo está la tía?

— Lo de siempre.— me encogí de hombros—. Oye, ¿por qué no bailamos mejor?

Pedro, probablemente, se debió haber preguntado toda la noche en dónde me metí, pero ya tendría tiempo de explicarle en otro momento. Este encuentro parecía demasiado increíble para ser verdad, había que aprovecharlo. Nos pasamos toda la noche bailando y bebiendo juntos, cuando acabó salimos a calle y nos sentamos en la cuneta a fumar.

— Nunca entendí porque no nos vimos más, o sea, recuerdo que me cambié de colegio, pero no vivíamos lejos... —se detuvo a pensar— bueno, es que igual éramos chicos.

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