Prologo

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La guerra había terminado, se perdieron miles de vidas y los que se quedaron, perdieron sus hogares, sus familias y su libertad.

Ya no habían teléfonos que sirvieran de algo, el Internet había caído, el dinero era difícil de conseguir, llegó a haber escasez de agua.

Los ricachones de clase alta se unieron en un acto de soberbia, por mantener su dinero intacto, les dieron trabajos duros a los desamparados de la guerra.

Muchos de estos se separaron de la poca familia que tenían, dejando a adolecentes y niños por su cuenta en la nueva realidad en la que vivían ahora.

– ¡Muévete! No tienes derecho de estar aquí, bastarda. – dijo una voz dura y grave.

La pelinegra mordio su labio, era la segunda vez que le negaban paso al comedor público luego de la muerte de su padre. Jiwoong necesitaba alimentarse y debía llevar comida a casa antes de que se acabará el poco  pan que mantenían escondido.

– Señora Jeon por favor, solo necesito un poco de leche y pan para esta semana. – suplico la muchacha.

– ¡Solo le servimos a los hijos de trabajadores, vete de aquí niña!

Tzuyu bajo la cabeza y se alejo del comedor con la canasta vacía. No sabía que iba a hacer, su vecina había fallecido la semana pasada así que ya no podría acudir a ella por provisiones.

Llegando a la rota y destruida casa que habían conseguido, le desconcertó encontrar la puerta abierta, Jiwoong se encontraba llorando en la cama, con una venda en sus ojos y su nariz parecía estar a punto de sangrar.

Tzuyu se acercó con rapidez y quito la venda de su hermanito. Con cuidado limpio su cara empapada y preguntó : – Hey Woonnie ¿qué pasó pequeño?

El infante sollozo otro poco y limpio sus mocos con su pequeña mano, apegándose al hombro de su hermana.

– E-Ellos se levaron todo chewi, y-yo les di-je que no, p-pero me gol-golpearon. – contestó entre pequeños espasmos por el llanto.

Tzuyu se quedó en silencio, alejo a su hermano y acarició su rostro. Se levantó con rapidez y levantó la trampilla del suelo, efectivamente, no había nada.

Todas esas monedas que su padre había conseguido para irse de ahí ya no estaban, el pan había sido robado, no estaban ni sus perteneciencias.

Tzuyu jadeo angustiada, tapó su boca para retener su inevitable llanto, se llevaron todo, no quedó nada. Lloro en silencio, lloro de rabia y de tristeza.

Ella solo tenía 16 años, hace dos años estaba festejando su cumpleaños junto a sus amigas y celebrando el nuevo disco de su banda favorita. Ahora, ahora no parecía un ahora. Ni si quiera un mal sueño, golpeo el suelo con rabia, no podía estar pasando, no podía.

¡¿Que se supone que haría ahora?! ¡Su hermano debía alimentarse y ella ya no tenía ni una sola miga de pan!

Entonces surgió, solo era por esa vez ¿verdad?

Se armo de valor y salio de casa muy tarde en la noche, con el corazón a mil y una voz en su cabeza que le decía constantemente que lo que estaba haciendo estaba mal, no debía tomar lo que no era suyo, ella no fue educada así.

Pero no escucho ninguno de los reclamos de su subconsciente, ni si quiera los recuerdos de su padre la hicieron detenerse.

Descalza y con un poco de frío, irrumpió en el comedor, tomó una canasta en silencio y se llevó todo lo que pudo. No tuvo compasión de lo poco que había dejado en él.

Salió del establecimiento y empezó a caminar nerviosamente a su hogar.

Más sin embargo unos ojitos en medio de los callejones la hizo detenerse, asomo su cabeza con cuidado, pero el bulto sólo se encogió más.

Tzuyu suspiro, parecía que alguien no había tenido la misma suerte. Miró a su alrederor, con temor de que alguien se diera cuenta de su crimen, levantó la manta del canasto y dejó tres panes en el suelo.

Volvió a casa con rapidez, la mañana se asomaba y debía apurarse. Esta vez no guardaría debajo del suelo la comida, el techo será un buen escondite por ahora.

Coloco unos ladrillos en el suelo, subiendo en ellos para colocar la canasta camuflada con paja en el techo.

Se sentó en el suelo de piernas cruzadas con unos panes y una botella de leche. Miró a su hermanito durmiendo y sonrió pequeño.

El no debería enterarse de eso, nadie debía.

En la mañana siguiente, se armo un control en todas las casas para descubrir quién había saqueado el comedor, la canasta nunca se encontró y Tzuyu nunca fue descubierta.

Quien diría que ese pequeño gran robo había empezado una cadena de miles de saqueos en el pueblo y luego, en todas partes.

No importaba que esos ricos amargados estuvieran tristes por sus riquezas robadas o indignados porque su frágil ego había sido atacado.

Chou Tzuyu tenía mejores cosas por las cuales preocuparse. Mientras ella estuviera viva, esos malditos tendrían de que preocuparse.















lo que el mar me robó × satzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora