El gran espesor vegetal se alza como la bruma, la humedad del aire inicia la vida de hongos tímidos e insectos. Los grandes árboles tienen una altura abominable y muchos de ellos yacen encorvados de una forma extraña, viejos, casi podridos por los años. La lluvia se había disipado hace unas horas y el sol, tardío en salir de las nubes grises, va iluminando las copas de los árboles más altos; mientras que abajo, en los arbustos y matorrales, permanece la humedad.
Un labrador escudriña con su olfato los arbustos que al unísono, su cola va meneándose de izquierda a derecha enérgicamente. La frescura alivia el estrés de un cazador, un hombre con barba poblada, robusto y con un rostro inescrutable. Éste, alimentado su fantasía de toparse con un venado, va silbando una alegre melodía la cual va alejándose entre los árboles con un pequeño eco. Sabiendo que el perro prestaba mínima atención a las melodías, provocaba al cazador darle ganas de disparar al perro con su escopeta.
Una vez más contiene su enojo sin sentido, solo para enfocarse en llevar comida a la cabaña y ojalá fuera pronto, porque sus súplicas en encontrar algo, serían ignoradas por la poca luz que tiene en su derredor y los minutos para que el sol desaparezca, entre las copas de los árboles. El perro continúa oliendo los matorrales, a veces chillando o gruñendo, pero todo aquello solo hace levantar los falsos ánimos del cazador. Igual que los amaneceres fríos, llenos de vaga esperanza, soledad. Solo él y su fiel labrador.
Ellos siguen rondando por el bosque, pero esta vez en la ausencia de los silbidos y un reemplazo amargo de su ira incandescente. Las maldiciones escupidas por el hombre fueron deslizandose entre las ramas de los arboles jóvenes. Su respiración va siendo pesada, desesperada, que a su vez va figurándose en alzar la escopeta y dispararle al animal a quema ropa. Sería rápido, indoloro, solo un apretón del gatillo daría la esperanza al cazador de poder cenar hoy. No lo hizo, pero su imaginación le indicaba lo fácil que podía ser en solo cerrar los ojos, llamar al perro y darle el tiro de gracia. Una opción blasfema para el pobre animal.
Aun así se mantuvo firme, indigesto por haber seducido a su mente en imaginar tal cosa. Ya resignado, se da la retirada frustrado con su labrador andando a su lado.
Caminando desganado, teniendo la escopeta apoyada en su hombro derecho y agotado por todo el trabajo de búsqueda, se ve cabizbajo. Ligeros ruidos, pisadas al fondo de matorrales se presencia a unos metros, el sonido alarma al cazador y ahora, con el arma entre sus manos, va apuntando en su derredor e intentando localizar el origen de aquellos ruidos. El perro va mostrando los dientes, su cola apunta hacia arriba, tiesa; pronto se va disparado al origen del ruido, así alejándose de su dueño. Éste, cauteloso, va caminando lentamente con su índice acariciando el gatillo, su puente de la nariz temblando y sus ojos puestos fijos en un solo sitio.
Los ladridos del perro retumban en la zona, aquellos pasos de esa presa desconocida se vuelve un brote de ruidos extraños y gorgoteos escalofriantes. Delante, el cazador visualiza abrumado, como las hojas de los arbustos se mueven violentamente en compañía de los chillidos del labrador. Petrificado igual que las estatuas, con los ojos, ahora rojos por las lágrimas, es espectador de un evento sin sentido, pero de clara manera le hiela los huesos.
Los chillidos desconsoladores del animal se detuvieron, los movimientos violentos también; solamente en ese momento se explaya el silencio de sepulcro. Su temor va cogiendo forma dentro de él, intentando calmar su pulso tembloroso con suposiciones racionales, todo ensalzado a un posible mal entendido, pero que de alguna manera le costaría caro.
Su razón madura es víctima no del temor, sino del horror inefable. Ya que detrás de aquel montón de ramas y hojas, comienza a levantarse aquello en pos de nublar la calma del hombre. Dicha “presa desconocida” termina siendo cazador, uno de aspecto deplorable, con ojos completamente negros, piel gris pálida acompañada de venas protuberantes. Aquel ser tiene el rostro deforme, por lo cual no se halla un índice que sea un animal o de un humano; en lo que debería estar su estómago, yace un conjunto sanguinolento de tripas y huesos, donde salen, gustosamente, lo que parece pequeños tentáculos retorciéndoce rítmicamente. La estatura del mismo supera a la del cazador, es como si la naturaleza misma haya tenido el poder magno de engendrar un ser monstruoso, alejado rotundamente de la selección natural. El engendro de lo más obscuro e incomprensible se alza frente a él.
Lo más doloroso para hombre fue ver a su perro en esa mandíbula deforme de aquella abominación. El cadáver del animal está destrozado, guindado hecho andrajos bajo el hocico de ese monstruo, decorando asquerosamente la su apariencia.
Apretando la mandíbula con desdén, deja libre el pánico, y, por solo instinto, jala del gatillo. El proyectil sale veloz del cañón, transcurriendo invisible la distancia de la criatura y el cazador, para terminar en el blanco; hiriendo levemente a aquel fenómeno. Los gritos del deforme alarman al hombre, provocando la huida de éste.
Corriendo lo más rápido que puede, va esquivando los árboles, las raíces sobresalientes; luego va a percatándose de la oscuridad que lo va rodeando, los fuertes pasos de la bestia ahogan al hombre en la desesperación, y mientras los rugidos van danzando con la notable oscuridad, él va gritando alaridos, dejando drenar la asfixia. Se detiene de gritar, no porque no hay nadie quien lo escuche, sino el gaste esencial del control en su respiración; la cual va desbocadamente agitada.
Todo para el cazador se le asocia con un mal inexplicable, uno que lo agarró por sorpresa en un día cualquiera; un mal que él espera ser efímero, un acontecimiento que no querría vivir de nuevo, más nunca. Pero todo eso son especulaciones digeribles para un viejo como él; uno donde su vida, la mayor emoción satisfactoria es matar a un ciervo. Ahora, según la selección antinatural en la que se enfrenta, es él la presa de un hambriento.
El cazador escucha fuertes golpes en los árboles, rugidos, gorgoteos y la agitación morbosa en la que lucha por no ser atrapado. Siendo astuto, empuña la escopeta con cierto odio y en el agite va notando el descampado a lo lejos; donde su hogar yace ahí, listo para darle resguardo. Su rostro breve se ilumina de gloria esperanzadora, un alivio pequeño para relajar la tensión de sus piernas en movimiento.
Saliendo del bosque, el cazador derrama lágrimas, todavía empuñando su arma. Glorificando su punto de llegada, lo acobija el valor, lo suficiente para girar en sí, percatarse que la bestia está a centímetros de él. Tira del gatillo y da de un nuevo en el blanco. Aquel fenómeno cae de un disparo en su deforme cabeza, siendo en ese instante la atención del hombre.
Todavía con el pulso tembloroso se acerca muy despacio al fenómeno, cantando vigorosas victorias para sus adentros. La calma en ese momento llegó como nunca antes, la brisa tranquila va relajando los nervios del cazador, que, asomándose encima del caído, va notando algo inusual. El monstruo está respirando. Aprieta el gatillo y la escopeta exhala un "clac", dejando a entender que el arma está descargada. La cordura se hunde bajo el horror, el escalofrío penetra los huesos del pobre hombre y aquello, con una agilidad sobrehumana, logra sujetarle del brazo para luego romperlo con suma facilidad. El hueso sobresaliente de la piel y carne le genera pánico, dolor punzante, por lo que no contiene los alaridos desgarradores.
El monstruo, terminado de levantarse, se abalanza como león hacia su presa; desgarrando la piel, mordiendo los nervios mientras que el hombre lucha en vano; la sangre oscura y espesa mancha el césped. Sus gritos complacen el ego del monstruo y finalmente, como una gota que desaparece bajo el calor, así se esfuma la vida del sujeto. Hecho jirones.
Aquello va arrastrando parte del cadáver descuartizado, llevándolo al bosque; donde mora sigilosamente, esperando la próxima caza.
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Lo que mora en el bosque
Mystery / ThrillerEnvuelto en el bosque, un cazador es acechado por algo inexplicable. Sus únicas vías de supervivencia es el valor y la astucia.