DRITTE

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Sus orbes se pasearon más de una vez por las fotografías enfundadas en celofán, incrédulo, incapaz de dar crédito a lo que veía.

Porque por más que las veía no podía recordar nada.

Con el rostro torcido en recelo pasó las hojas una y otra vez, buscando la lógica de la existencia de esas imágenes de momentos que estaban ausentes en su memoria. 

¿Quién era él?, ¿cómo es que estaban juntos? y ¿por qué se le veía tan confortable a su lado?

Debía ser una broma, tal vez estaba soñando o quizá eran fotografías trucadas por alguien que quería hacerle daño. Demasiadas justificaciones colmaron su cabeza, tantas que empezó a darle jaqueca.

Pero, lo más sorprendente de todo eso, era la identidad de aquella persona: era aquel hombre que se encontró en la estación del metro. Lucía más joven, su blanca piel no tenía cicatrices, vestía un par de botas militares, una bermuda de color negro y una playera blanca debajo de una camisa estampada de tonos grises, su cabello negro tenía el mismo peinado, tirado un poco hacia atrás, y sus ojos rojos se veían menos peligrosos.

Con temor, sacó una de las imágenes de la cubierta transparente. En alguna parte, al fondo de su cabeza, quiso creer que no sería capaz de tocar la fotografía con sus dedos y cuando la tuvo entre su índice y pulgar se le puso la piel de gallina, «no puede ser» repitió por enésima vez. 
Su mano tembló y apenas pudo sostener la foto frente a él, podía sentir la lisa superficie del papel y aunque en ese momento pellizcarse le vendría bien lo creyó innecesario: era tangible.

En el retrato estaban ellos dos, el joven de cabello negro lo sostenía en brazos de tal manera que quedaba a su misma altura y él, de siete años probablemente, ponía una corona de flores, que debió haber hecho él mismo, en la cabeza del mayor. Curioso giró la mano para ver el dorso de la fotografía, su madre acostumbraba escribir la fecha, así como una pequeña descripción.

La fecha que ponía era de diez años atrás, a mitad del verano, y tenía escrito dos nombres: el suyo y -presumiblemente- el del otro joven.

«Jaebeom» leyó, ni siquiera el nombre le era familiar.

¿Por qué?, ¿por qué no podía recordar?

—Deberías ir a verlo—le dijo su madre desde la cocina, agradeció que ella no le estuviera mirando, porque debía tener un rostro confundido y asustado que sin duda la preocuparía—, tal vez, él sí se acuerda de ti—comentó con humor.

La risa de su madre pudo haberle calmado en otra situación, pero en ese instante sólo le inquietó más.

Después de la comida, se retiró a su habitación no sin antes pedirle permiso a su madre para llevarse el álbum consigo.
Había varias fotografías de él con el joven de nombre Jaebeom, la mayoría tomadas hace poco después de que se mudaron. Parecía un chico agradable, o por lo menos así lo percibía, tal vez tendría su misma edad en aquellos días.

Vio las fotografías una y otra vez, estudió las facciones del pelinegro y grabó los escenarios retratados hasta el cansancio, pero ninguna escena le fue familiar; pudo recordar algunas cosas de esa época, sin embargo, no eran las que estaban fotografiadas.

Era como si le hubieran robado una parte de su vida.

Intentó encontrarle el sentido a todo eso y lo más cercano a la realidad que pudo deducir fueron dos cosas, una: que hubiera sufrido algún accidente cuando era niño, y dos: que haya tenido una experiencia traumática con Jaebeom y por ende terminó olvidándose de él, sin embargo, descartó ambas ideas, ya que de ser así, su madre le hubiera dicho.

Rohes Fleisch [Bnior/JJP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora