Epílogo

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Laois, Irlanda.

3 años después.

Era una mañana tranquila. El sol iniciaba su ascenso al alba y su luz empezaba iluminar lentamente las verdes praderas que rodeaban la isla. El silencio era únicamente interrumpido por los ruidos naturales de los animales que iniciaban su día, en busca del primer alimento.

Una pelinegra se encontraba superando las primeras etapas del letargo por el que toda persona pasa por las mañanas antes de despertarse completamente.

Su cuerpo desudo se removía sobre el suave colchón en busca de la calidez familiar que siempre la acompañaba a su lado cada noche y al sentir el espacio vacío fue como una señal de alarma que logró espabilarla completamente de su sueño.

Abrió rápidamente sus ojos y observó su alrededor, preocupada, retiró las sábanas de su cuerpo para ponerse de pie.

No era usual para ella ser la última en despertarse, por lo general era quien se encargaba de hacerle mimos a la otra para despertarla y empezar juntas su día.

Tomó una camisa que utilizaba para estar en casa, ya que le quedaba unas tallas más grandes y cubría lo suficiente sin taparla completamente.

Mientras bajaba por las escaleras y trataba de desenredar el nudo en su cabello por la agitada noche que había tenido, su nariz percibió un delicioso aroma que hizo que su estómago rugiera en queja. Apuró sus pasos para llegar a la fuente del aroma y el camino la llevó hasta la cocina en donde la esperaba una taza de café humeante junto a dos croissants de chocolate.

El detalle le hizo esbozar una sonrisa, pero ella estaba más interesada en encontrar a la mujer dueña de ese gesto. Tomó su taza de café y siguió en su búsqueda.

Sin embargo, no fue mucho el tiempo, pues al adentrarse en el salón principal, encontró lo que tanto estaba buscando desde que despertó y la imagen frente a ella le robó el aliento como cada vez que se tomaba el tiempo de apreciar la gloriosa figura de la mujer de sus sueños.

Jennie se encontraba de pie frente al gran ventanal de la sala principal, el cual tenía una vista privilegiada hacía el mar que rodeaba la isla y dejaba apreciar como la iluminación naranja de los primeros rayos del sol hacían brillar el agua. Observó como el cuerpo de la pelirroja estaba únicamente cubierto por una larga bata de seda negra que se abrazaba suavemente a sus curvas. Contemplar la belleza que poseía su mujer, era su pasatiempo favorito desde el primer día que la conoció.

La pelirroja tomó un trago de su té mientras observaba algunos pescadores arribar en sus botes para iniciar sus labores del día. Después de una noche algo movida, los pensamientos y dudas sobre como la pelinegra reaccionaría a lo que había hecho sin su consentimiento, habían perturbado su sueño y le fue imposible conciliarlo nuevamente.

Había decidido levantarse antes del amanecer y prepararle el desayuno a su irlandesa favorita.

Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos al sentir como unos suaves brazos le rodeaban su cintura, haciendo que sus labios se curvaran en una sonrisa.

—Buenos días, hermosa —saludó Jisoo y dejó un suave beso en el cuello de su mujer. Ella llevó una de sus manos al cabello de la pelinegra y dejó caer su cabeza en el hombro de la más baja, dándole más espacio para que continuara con sus mimos.

—Buenos días, amor —respondió con los ojos cerrados y luego dejó escapar un suspiro de satisfacción. Sintió como Jisoo apretaba un poco su agarre pidiendo su atención y abrió sus ojos para encararla.

—¿Por qué has decidido salir de nuestra cama tan pronto y sin darme mi beso de buenos días?

Jennie giró su cuerpo sin romper el abrazo, y quedó cara a cara con el rostro de la mujer que la cautivaba a diario.

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