El ingrediente especial

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Era un día especial para la familia Gómez, la pequeña de la casa cumplía diez años y Rosa estaba ansiosa por llegar a casa y empezar con los preparativos de la fiesta. Su hija Alicia era una fanática de Frozen y había estado investigando en Internet sobre fiestas temáticas. Como buena periodista, parte de su trabajo consistía en documentarse antes de abordar cualquier noticia o evento al que tuviera que asistir, y para ella, el cumpleaños de su princesa era el evento más importante del año. Más aún, que cuando escribió el especial del Festival de Sitges, al cual había asistido muchas veces como público, pero para una apasionada del cine fantástico como ella, tener acceso privilegiado a los invitados, fiestas y estrenos, fue un sueño hecho realidad.

Bendito Pinterest y benditas todas esas madres que compartían sus conocimientos culinarios infantiles para hacer realidad las ilusiones de los niños. Tenía tantas ideas que empezaba a dudar de que le diera tiempo a todo. La tarta con el castillo de Elsa parecía fácil, pero había comprado rotuladores de tinta comestible y nubes de azúcar para que los niños jugasen a crear muñecos de nieve como Olaf, piruletas nevadas, galletas de chocolate blanco con efecto hielo... Demasiadas cosas que hacer y muy poco tiempo. Empezaba a lamentarse por su ingenuidad, tendría que haber pedido fiesta en la redacción. Deseaba tanto darle a su princesa una fiesta de cumpleaños inolvidable que la adrenalina corría por sus venas haciéndola sentir una madre con súper poderes, solo le faltaba la capa y sacar pecho, como solían hacer las heroínas de los cómics.

Llegó a casa corriendo. Entró en la cocina cargada con las bolsas y las dejó con esfuerzo sobre la encimera. Estaba muy cansada, demasiado, se había levantado para ir al trabajo a las seis de la mañana y desde entonces no había parado. Por suerte, había conseguido escaparse tras la reunión de media mañana con la excusa de un reportaje, una mentirijilla para ganar unas horas preciosas en las que había podido comprar todo lo necesario para la fiesta. Estaba agotada física y mentalmente, y solo eran las tres de la tarde.

Rosa se ató el delantal y sonrió embobada pensando en la carita de felicidad que su hija pondría al ver la sorpresa, solo por eso, merecía la pena el esfuerzo. Levantó la ceja sorprendida, cuando su atención se centró en un plato que contenía un par de Muffins. Estaban sobre la vitrocerámica, pero no las había visto al entrar a la cocina, y a su lado, una nota que decía: "léeme" con la caligrafía de su marido Marcos.

Tras leer la nota, Rosa recordó el concurso culinario que cada año realizaba la empresa dónde trabajaba su marido para fomentar la cohesión entre trabajadores. En cierto modo le envidiaba, le gustaba este tipo de iniciativas para romper la rutina del día a día, sin embargo en su trabajo, nunca había tiempo para fiestas ni celebraciones, siempre andaban persiguiendo la noticia.

Observó detenidamente los Muffins, uno de ellos era una araña entrañable con sus ojitos y patitas, el otro era un adorable unicornio en tres dimensiones. Según su marido, eran de chocolate y los había cocinado su compañera Marta exclusivamente para ellos, un regalo especial para que pusieran un poco de emoción a sus vidas. Frunció el ceño recordando el último encuentro que habían tenido con Marta, una mujer que vivía al límite; siempre practicando deportes de riesgo, siempre viajando a lugares remotos y un espíritu libre en toda regla. Para ella, los Gómez como solía llamarles, eran unos aburridos con una vida familiar rutinaria y unas vacaciones en el pueblo de los abuelos, donde lo más emocionante de la semana, era el mercadillo de los domingos.

Marta y sus tonterías. «¿Cómo podían unos Muffins emocionar?» pensó Rosa. Los observó detenidamente, tenían buena pinta y olían condenadamente bien. Escuchó a su estomago rugir, se moría de hambre y siempre había sido adicta al chocolate. Su marido, le había escrito que tuviera las manos quietas, que ya disfrutarían de la experiencia juntos. Seguro que el muy jodido había hecho una apuesta ante su poca fuerza de voluntad, así que lo maldijo por hacerle sufrir semejante tortura. Más aún, cuando aquella araña de chocolate la miraba con ojos de: «cómeme». ¡Madre de Dios! le esperaba un día muy largo.

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