El bosque de los rostros

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De niña vivía en un hotel/restaurante en mitad de la nada, un enorme aunque modesto establecimiento. Los clientes eran los regulares que uno podría esperar: camioneros, parejas viajeras o alguna familia que tenía como fin el mudarse a otra ciudad; jamás se presentó alguien de una clase diferente a la que se veía con normalidad. Papá se encargaba de mi educación, desde historia hasta ciencia básica y matemáticas, además de manejar la parte del hotel. En cuanto a mi madre, se encargaba del sector del restaurante y siempre cuidó de que nunca me faltase comida. Ellos dos eran mis únicos amigos y la verdad jamás necesité a nadie más.

Podría decirse que mi niñez fue sencilla, pocas veces abandonaba mi hogar, solo salía para jugar o para acompañar a mamá en las compras de un pueblo cercano. Todo cuanto necesitaba y quería estaba en mi casa, mis juguetes, la televisión, la compañía de mis padres; jamás salí sin ser acompañada y no creo haber experimentado deseos de que fuera lo contrario en ningún momento de mi infancia. El hotel tenía dos pisos y papá siempre se encontraba en un mostrador lleno de folletos listo para recibir clientes. Mamá hacia lo mismo en el restaurant a no ser que llegase algún cliente, en ese caso se iba a la cocina que poseía una gran y clara vista hacia las mesas y la caja registradora. Ambos bloques estaba muy cerca uno del otro así que si me aburría en un sitio podía ir tranquilamente a otro. Sin duda la mejor época de mi vida.

Las cosas se complicaron cuando cumplí trece, de mi nacieron deseos por dejar el hotel por lo menos un día, no había momento en que no quisiese salir hacia el pueblo vecino con tal de ver caras nuevas, aunque esos rostros palidecían de una tristeza inmensa; quizás de niña no era capaz de notarlo pero Merwood era un sitio en verdad deprimente. Mis visitas allí cesaron, mi aislamiento en casa aumentó en consecuencia, me quedaba aburrida, en silencio deseando tener un propósito por salir y cuando hablaba solo era para complacer a mis padres ya que según ellos era incomodo verme callada; a veces hasta les respondía de manera impropia y compulsiva. Mi único regocijo eran los folletos de papá que mostraban atractivos turísticos nada cercanos.

Supongo que mi mal humor era evidente ya que un día papá llegó con un perro a casa. Era un adulto, pequeño y bastante sucio por la tierra que lo cubría.

- Ahora tienes un nuevo amigo – decía mi madre sonriendo.

- Lo encontré hurgando en la basura – contaba papá – parece que lo han abandonado en mitad del camino porque no lo veo tan desnutrido.

Aquello era cierto ya que el pequeño presumía una pequeña barriga sobresaliente. En un principio no me agradó la idea de otra boca que alimentar pero, en cuanto empezó a jadear y a levantarse en dos patas para apoyarse en mí, pude sentir algo parecido a la felicidad en sus ojos, como si estuviese contento de solo verme. No pude evitar acariciarlo, y él cerro los ojos como si no le hubiesen dado cariño en mucho tiempo, me coloqué en una rodilla para que me tomase confianza y él se apoyó sobre mí y empezó a lamerme la cara; era repugnantemente gracioso. Luego de acariciarlo revisé mis manos y pude ver que estaban cubiertas de barro y pelo; me pasé el resto del día bañándolo. Al limpiarlo noté que todo su pelaje era gris, desde la cabeza hasta sus patas y aunque no pude descifrar su raza si supe cómo llamarlo.

- Grey – fue como lo bauticé y agitó su cola.

Su presencia trajo consigo grandes cambios a mi hastiada vida, era bastante juguetón y glotón pero educarlo era responsabilidad mía y era lo que más me agotaba. Me tomó tiempo antes de que Grey entendiera que el exterior era su baño. Era un dolor de cabeza, no obstante, al ver su rostro jadeante como si intentara sonreír era lo suficientemente fuerte como para que no me enojara.

Siempre se quedaba cerca de mí, adonde yo fuera ahí estaba él, aguardando a que jugase con él y si lo hacía esperar demasiado entonces caía dormido en donde le antojase. Cuando aprendió a hacer del baño afuera, eran los únicos momentos en los que se alejaba de mí, era bastante apegado y eso solo me hacía quererlo más.

El bosque de los rostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora