PRÓLOGO

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31 de Agosto de 1976, Martes

Hogar de los MacDonald, Londres

Timothy y Agnes MacDonald eran un afable matrimonio de libreros que vivían en uno de los barrios más antiguos y emblemáticos de Londres, rodeado de cultura, leyendas y edificios de más de cien años, se encontraba su vencidario y, más concretamente, su hogar, una preciosa casa familiar de dos pisos, con ladrillos de un rojo desvaído y techo a dos aguas.

A simple vista no había nada en aquella vivienda que llamase especialmente la atención, una casa más de un barrio más, con su jardín bien cuidado y su coche familiar, un plateado y reluciente Seat 127 del que el Señor MacDonald estaba más que orgulloso gracias a su diminuto tamaño ―"¡Es tan pequeño que apenas tengo problemas para aparcar en el centro de la ciudad!"― y su excelente calidad. Nadie aquella tarde de agosto ―ni ninguna otra― habría sospechado que algo extraño estaba sucediendo en la casa en la que el matrimonio, junto a su única hija, esperaban expectantes frente a la chimenea tras haber corrido las cortinas del salón.

¿Estás segura de que funcionará, hija? ―el Sr. MacDonald, que había leído mucha ficción, pero presenciado pocos actos mágicos, parecía escéptico a la par que preocupado―. ¿No habría sido más fácil que fuese yo a recogerlas con el coche?

Mary resopló antes de dirigir sus ojos castaños hacia su padre y repetirle por millonésima vez en el día que su solución era prácticamente imposible de llevar a cabo.

¡Necesitarías días para recogerlas a todas, papá! ―refunfuñó― Dorcas vive en Anglesey, Marlene en las montañas cerca de Inverness, Alice y sus padres se han trasladado a Cornualles y... bueno, a Lily sí que podríamos haberla recogido, pero estaba pasando unos días en casa de los Meadowes así que vendrá con Doe.

Timothy no estaba dispuesto a perder la razón.

¡Podrían haber usado uno de esos trastos que te hacen desaparecer de pronto!

¡No es aconsejable usar los trasladores en lugares cerrados!

El perro de la familia, Dickens, observaba la escena como si de un partido de tenis se tratase.

Como diría William Hazzlit... el silencio es el gran arte de la conversación así que, ¡callaos ya! Las niñas están a punto de llegar ―los interrumpió la Sra. MacDonald dando por finalizada la discusión de una forma tan tajante que siquiera hubo lugar a los reproches.

Apenas unos minutos más tarde aparecieron una tras otra las chicas, excepto Marlene, quien, según Alice, llegaría después de cenar. El Sr. MacDonald pudo respirar tranquilo una vez comprobó que las amigas de su hija se encontraban en perfecto estado pese a haber bajado por la chimenea y, tras ayudarlas a amontonar sus baúles junto al pequeño vestíbulo, se dispuso a colocar los colchones en la habitación de invitados que hacía las veces de despacho pero que, para la ocasión, se había transformado en dormitorio de forma que las cinco pudiesen dormir juntas.

La tradición había comenzado tras su primer año, después de coincidir en la misma Casa y dormitorio, su amistad no había hecho más que crecer y crecer hasta el punto de incluso presentar a sus respectivos padres ―el choque cultural entre magos puros, mestizos y muggles resultó de lo más divertido― y decidir que, desde su segundo año en adelante, todos los años dormirían en casa de alguna de ellas la última noche de agosto con la intención de llegar juntas al Andén 9 y ¾ al día siguiente. Con el paso del tiempo la situación en la sociedad mágica había cambiado, notándose más la distancia entre clases de magos, sin embargo, no lo había hecho la amistad que las unía y que las llevó durante su decimoquinto curso a unirse ―por petición del director Dumbledore― a la Orden del Fénix, una asociación secreta de magos pro-muggles en contra del auge de las filosofías puristas creada por y para proteger a aquellos que fuesen objeto de ataques, torturas y otras tantas acciones contrarias a la diversidad de sangre de los linajes mágicos.

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