Lara se mudaba otra vez. Su madre adoraba las casas grandes y antiguas así que su predilección era vivir en una.
Era la primera noche que pasaban en la nueva vivienda. A Lara le costaba mucho conciliar el sueño, en realidad, en cada cambio de casa que realizaban se le dificultaba dormir. Su madre siempre la trataba de exagerada, de inmadura.
Lara se fue a la cama e intentó concentrarse para poder cerrar los ojos... Pasaron unos minutos y un fuerte estruendo la sobresaltó.
Esa noche había mucho viento, una fuerte tormenta se avecinaba; y su ventana se abrió de par en par. Presionó el interruptor pero éste no funcionó.
El ruido sonó de nuevo, pero en esta oportunidad era desde otro extremo de la habitación. Se levantó, empezó a correr, y, como no se veía nada por la falta de luz eléctrica, iba tocando las paredes para guiarse e ir en busca de su madre.
Dió unos pasos más... Y su mano chocó contra algo... Lo palpó... Y se quedó helada: estaba tocando un mechón de pelo. Un rayo de la tormenta iluminó la habitación en la que ella se encontraba y vio a un niño muy pequeño parado frente a ella, estaba pálido y no tenía pupilas. Corrió más y empezó a gritar, hasta que finalmente se topó con su madre:
—¿Vos también lo viste? —Le preguntó, temblando.La familia tuvo que mudarse nuevamente.